TRUMP, LA CRISIS DE LA MODERNIDAD Y EL RESURGIMIENTO DEL NACIONALISMO

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Lo que sucede en el mundo contemporáneo es preocupante. No nos augura un futuro de paz sino pareciera que estamos entrando peligrosamente en riesgo de otra guerra mundial ─según lo expresara recientemente Gorbachov (www.abc.es)─, que de ocurrir sería mucho más desastrosa que las dos habidas hasta el presente. La oposición a la modernidad que se viene produciendo  desde mediados del siglo XIX y la crisis de la modernidad que comenzó al promediar la primera mitad del siglo XX, está entrando en un nuevo periodo de incertidumbre de alguna similitud al que desencadenó aquellas catástrofes y que, después de la segunda guerra mundial, pareció encaminarse con el Estado de Bienestar, pero la nueva fase en que entró el capitalismo en la década del  60/70 del siglo pasado, con el desarrollo vertiginoso de la ciencia y su correlato ─la tecnología ─, que continúa en nuestros días y continuará seguramente con mayor celeridad en el futuro y ha  producido este fenómeno denominado globalización, hizo que la racionalidad, característica fundamental de la modernidad, se haya estancado en lo meramente instrumental, y no se desarrollara  de la misma manera en la ética y la moral, ni aun en el sentido común, haciendo surgir por todos lados, a derecha y a izquierda, una aguda dosis de irracionalidad y hedonismo, que nos lleva  peligrosamente a los nacionalismos y a los fundamentalismos políticos y religiosos; a la xenofobia, al racismo y a la belicosidad, características estas que se aúnan en los nacionalismos.

Señalemos escuetamente lo que sucede en medio oriente: la inmensa cantidad de emigrados que llega a los países desarrollados como consecuencia del hambre, la guerra o las persecuciones  políticas y religiosas en sus países de origen, creando reacciones xenófobas en amplios sectores de los países receptores. El fanatismo del Isi o de Irak, o Irán y sus similares en medio oriente; el  poderío político, militar y económico de China con un sistema totalitario pero con un Estado capitalista que acepta las reglas del libre mercado y que está realizando un expansionismo imperialista  similar a lo que hizo Inglaterra en el Siglo XIX y EE.UU. en el siglo XX y aun más cruel a tenor de lo visto en África. El poderío económico y militar de Corea del Norte y el desarrollo  nuclear de Irán. En occidente, la falta de representatividad de los sistemas políticos vigentes hasta la década del 70 del siglo XX , producto de la desorientación generalizada de los dirigentes, la  corrupción que se ha enseñoreado en la mayoría de los partidos políticos y la falta de nuevos paradigmas y modos de enfrentar el cada vez más deshumanizado y poderoso capitalismo global, con  todas las secuelas de creciente desigualdad; la cultura del consumo y el deterioro del ambiente que pone al planeta en una angustiosa situación de inhabitabilidad en términos geológicos, no muy  lejana. Todo esto ha hecho resurgir con nuevas modalidades, las ideas y corrientes ideológicas regresivas del pasado que antaño nos condujeron al nazismo y el estalinismo con sus diversas  variantes, y que hoy vemos resurgir en variadas y antagónicas formas con Le Pen en Francia, el Brexit en Inglaterra, “Podemos” en España, el populismo de Putin en Rusia, y ahora el fenómeno  Trump, nada más ni nada menos que en la primera potencia mundial. Un populista nacionalista de derecha, un “showman, un machista, misógino y racista”, con un discurso antisistema del cual  no es ajeno pues pertenece a él desde su sector más perverso, que se pelea con propios y extraños, y rompe todas las reglas de convivencia interna y externa. Todos, incluso con sus grandes  diferencias y manifestaciones, no son síntomas halagüeños para el futuro y tienen en común, en diferentes grados, la irracionalidad.

Por inquietud intelectual y por preocupación ciudadana, reflexioné sobre algunos trabajos leídos, algunos hace ya un tiempo y otros recientes. Por ejemplo, al polémico filósofo alemán Sloterdijk, quien en una conferencia dada en 1999 en el castillo bávaro de Elmau, arremetió contra el pensamiento académico de su país y expresó, entre otras cosas, que el humanismo, en su intento de domesticación a través de la lectura, ha fracasado ante la sociedad de la información y ante el cotidiano embrutecimiento de las masas y se refirió críticamente a las macroestructuras políticas y  económicas, afirmando que siempre han utilizado al humanismo, desde la cultura greco romana hasta nuestros días, como técnica para hegemonizar y mantener el poder a través de la  domesticación de las masas. Así expresa: “Quien hoy pregunta por el futuro de la humanidad y de los medios de humanización, lo que en el fondo quiere saber es si sigue habiendo esperanzas de  tomar bajo control las actuales tendencias asilvestradoras del hombre. En este punto es decisivo el inquietante hecho de que tales retornos al estado salvaje, hoy como siempre, acostumbren a  desencadenarse en situaciones de alto desarrollo del poder, bien sea directamente como atrocidad imperialista o bélica, bien como embrutecimiento cotidiano de los hombres en los medios  destinados a la diversión desinhibida”. (cfr. Normas para el parque humano, ed. Siruela, pag. 31).

También hice lo propio sobre una publicación reciente de Mark Fisher: Realismo capitalista y nuevas subjetividades, el que analizando el comportamiento de los estudiantes ingleses expresa: “parecen políticamente descomprometidos” y padecen de una “impotencia reflexiva” y de “un estado de hedonía depresiva”…. “Por la incapacidad para hacer cualquier cosa que no sea buscar  placer”… Los chicos son conscientes de que si dejan de ir a la escuela, o si no presentan ningún trabajo, no recibirán ninguna sanción seria, y no reaccionan a esta libertad comprometiéndose con  un proyecto propio, sino recayendo en la lasitud hedónica ( o anhedónica): la narcosis suave, la dieta probada del olvido: Playstation, TV y marihuana. Si uno les pide que lean más de un par de  oraciones ─continúa el autor─ muchos (aunque se trata de estudiantes con buenas notas) protestarán alegando que no pueden hacerlo. La queja más frecuente es que es aburrido… es el acto de  leer en sí mismo lo que resulta aburrido… Estar aburrido significa simplemente quedar privado por un rato de la matrix comunicacional de sensaciones y estímulos que forman los mensajes  instantáneos, YouTube y la comida rápida” (Nueva Sociedad, 2016). ¿No es acaso también nuestra realidad? Tal vez sea una resignación a una sociedad de control que ha perdido la capacidad de disciplinar.

En el primer caso el análisis se efectúa en términos civilizatorios, en el segundo en términos de una sociedad tecnológica de consumo, pero en ambos casos apuntan a un sistema político y económico que solo busca el poder produciendo una brecha en la sociedad que hace que una inmensa mayoría no se encuentre dentro del sistema o teme quedar fuera de él, produciendo  acontecimientos como la llegada de Trump al poder, aunque quizás el nuevo presidente de EE.UU. muy probablemente empeore la situación de los que lo votaron.

Como dichos trabajos representan una visión desde el norte desarrollado, también repasé el ya largo historial latinoamericano en búsqueda de nuevas alternativas democráticas más participativas para superar la hegemonía del Norte, desde el viejo desarrollismo de la Cepal, la no menos caduca teoría de la dependencia de los años 60, los fracasados movimientos revolucionarios  izquierdistas del siglo pasado que poco tuvieron de democráticos, los actuales movimientos sociales de diversa naturaleza: desde el indigenismo y el comunitarismo de los pueblos originarios y el  pluriculturalismo hasta los movimientos del feminismo ecológico, pasando por los diversos populismos de los últimos años. Nuevas teorías interesantes como búsquedas, pero no exentas de  idealizaciones y en algunos casos regresiones históricas, en su mayoría manifiestamente antiliberales, anticapitalistas y antiglobalización, que no logran superar contradicciones con la realidad, o  no resultan viables sino en praxis muy focalizadas y reducidas, o que entran en franca contradicción con sus proclamas progresistas, como es el caso de los populismos, que llevados a la práctica  política han terminado todos siguiendo el modelo de desarrollo extractivista con su alto grado de dependencia y graves consecuencias sociales y ecológicas, además de la exacerbación del poder,  muchas veces con marcado tinte autoritario y con alto grado de corrupción.

El problema no solo está en el norte hegemónico, sino en la misma condición humana, que lleva dentro de sí la ambición de poder y el signo de la violencia, tal vez resabios genéticos de la  supervivencia común a todas las especies y a la misma naturaleza universal. La diferencia es el grado de desarrollo tecnológico que cada sociedad presenta. El problema de hoy como el de ayer,  sigue siendo la libertad y la igualdad, como soportes de la dignidad que la modernidad trató de encauzar por el camino de la racionalidad y que encontró obstáculos más resistentes que el  optimismo exagerado de sus creadores, en alguna medida fruto de sus propios errores y excesos al pretender llevar la verdad a un absoluto hegemónico, producto de un pensamiento lineal que lo  encerró en la especialidad científica, olvidando la comprensión global del universo, desconociendo toda diversidad y la interrelación de todos los factores, pero también porque los antecedentes  ancestrales se resisten a dar el salto. Dios está muy lejos del diablo, o tal vez demasiado cerca como para que sus valores se compatibilicen en el pensamiento y la emoción. Pero algo hay que tener  en cuenta: la modernidad es la única cultura que concibió al hombre como sujeto de derecho universal y le puso límites al poder para garantizar la libertad. Esto en el plano del Estado de derecho  se denominó liberalismo político, y el hecho de que se lo haya pensado como valor absoluto desconociendo otras realidades y otros valores, no es óbice para omitir sus aciertos y ventajas ante  cualquier otro sistema conocido. Sin el reconocimiento del ser humano como sujeto de derecho y en su calidad de especie universal, no existen los derechos humanos, o en el mejor de los casos  existen para los más poderosos, pero no para los plebeyos, lo que significa decir que las dos terceras partes del mundo carecen de ellos, cualquiera sea el país que habiten. El desafío es reconocer  los errores, trabajar para corregirlos y profundizar sus aciertos para afianzarlos. En esa lucha todos debemos aportar y bienvenidos sean los nuevos debates. Lo peor que nos puede pasar, y en  alguna medida está ocurriendo, es la indiferencia y la “ceguera moral” de la cual habla Zygmun Bauman, producto de una relatividad absoluta que lleva en sus entrañas los signos de la  irracionalidad y que nos puede llevar a otra catástrofe.

Abril 2017.

Publicado en Hojas de Cultura. 2020. Compilación de una Experiencia. Capítulo I. Reflexión Política. Editorial Brujas. Córdoba. Argentina.

César Jesús Mussetta

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Abogado por la Universidad Nacional del Litoral (Santa Fé) -
Ejerció la profesión durante más de 30 años en el Fuero Provincial y Nacional - Conjuez Federal en el Juzgado Federal de Bell Ville - Vice Presidente de la Sala Tercera del Tribunal de Disciplina de Abogados de la Provincia de Córdoba - Asesor de convencional constituyente en la reforma constitucional de 1994 en Santa Fe - Escritor de diversas obras de distintas áreas (Política - Cooperativismo - Jurídicas - Novela)