ÉTICA E INSTITUCIONALIDAD

É

Quienes estamos preocupados por la falta de institucionalidad en la Argentina y ocupados por recuperar los valores republicanos, sabemos que la problemática está indisolublemente unida a la  crisis ética por la que atraviesa nuestra sociedad. No interesa averiguar si aquella o estos son la causa o el efecto. Sería plantearnos un falso dilema porque una conlleva a los otros y se potencian entre sí. Ambos vienen desde el fondo de nuestra joven historia. En mi último libro Pareceres sobre la vida argentina (2012), intento desentrañar las causas de este comportamiento y señalo  también que se han actualizado y potenciado por diversas circunstancias a través de su decurso, hasta producir el grado actual de corrupción de las conductas individuales, colectivas y en las  instituciones, lo que Carlos Gabetta ha desnudado y denunciado en profundidad e incontrastablemente en su libro La encrucijada argentina – República o país mafioso (2012), donde llega a decir  que esa encrucijada “a mediano y largo plazo supone, en términos de civilización, la superación o el fracaso como sociedad, como país”.

Después de salir de nuestra última crisis ( 2001 ) el sociólogo y politólogo francés Alain Turaine, en su visita a la Argentina (2003) le dijo al recién asumido presidente Kirchner que había un clima  anti-institucional muy marcado en el país. Ello hacía que los argentinos voláramos muy bajo, pagando altos costos en la gestión política, económica y social. El apego institucional del presidente lo fue hasta la primera elección, cuando con ella obtuvo la mayoría en ambas cámaras.

Al analizar la última encuesta realizada por Poliarquía e IDEA Internacional, Eduardo Fidanza escribe en La Nación (11/4/2015) que “la Argentina parece indiferente al delito público, acaso sea  esa la enfermedad que nos distingue”, y acaso, agrego yo, sea uno de nuestros males, que hacen dilapidar o perder las muchas virtudes que tenemos, desaprovechando con ello las potencialidades  humanas y materiales que nos caracterizan como país.

Según la mencionada encuesta más del 70% de los argentinos cree que la democracia es el mejor sistema de gobierno; sin embargo del mismo trabajo surge que el 79% del tiempo los argentinos  vivimos fuera de la ley, y más del 50% violaría la ley si ello lo favorece, comportamientos estos que hacen inviable la vida democrática que necesariamente requiere el respeto de las reglas de juego  establecidas socialmente, esto es, el funcionamiento institucional tal como lo marca la constitución nacional. Esta contradicción muestra la distancia que existe en la sociedad argentina entre la  idea y la realidad y el grado de descomposición social existente.

Si seguimos la línea de pensamiento de André Malraux que nos indica que los pueblos tienen los gobiernos que se les parecen, fácilmente debemos concluir que nuestro pueblo, al cual le es  indiferente la corrupción y la institucionalidad, solo tendrá gobiernos corruptos y anti institucionales. Si esto es así –yo no lo dudo─ la realidad argentina contemporánea nos indica que hoy por  hoy es improbable un gobierno respetuoso de la ley y de un comportamiento ético correcto.

El individualismo economicista, el consumismo llevado como paradigma de bienestar y el convencimiento de que el respeto a la ley y a las instituciones es una traba al progreso económico  individual, ha hecho que en la práctica política ganara la tradicional cultura autoritaria y antidemocrática, caracterizada por un personalismo autocrático donde se concentra todo el poder, sin  ningún tipo de control. En la conducta de ese líder, irrespetuosa de la legalidad, enriquecida por la corrupción, se ve reflejado, en su oculta intimidad, lo que muchos –demasiados−, desearían ser,  transformando el contenido ético del deber ser, de una virtud en una degradación.

Sabemos que las instituciones responden a quienes hegemonizan el poder; que este es funcional al capitalismo reinante en todo el planeta, cuya desaparición como sustentable es una realidad cada  vez más palpable e inevitable, mientras el sistema de producción y consumo continúe manteniéndose en el principio de ganancia económica, por lo que solo un cambio cultural con un nuevo paradigma podrá sacarnos de la catástrofe. Pero no es por el atajo anti institucional y anti ético por donde podremos salir de este marasmo actual.

También la historia nos ha enseñado que los golpes de estado –siempre dictatoriales─ reiterados durante cuarenta años y los experimentos revolucionarios –siempre antidemocráticos y  totalitarios− que en otras épocas idealizaron una inmensa cantidad de jóvenes entusiastas, han demostrado su fracaso rotundo y significado el sacrificio inútil y cruento (que es lo peor) de  esfuerzos y de vidas de varias generaciones. Por ello, el camino pacífico y democrático ─al menos en el sentido que habla Bobbio− de regla mínima de elección de autoridades, se ha hecho  conciencia en nuestra sociedad, pero falta el condimento indispensable: el buen funcionamiento institucional y el comportamiento ético. Porque votar periódicamente no basta: es necesario  perfeccionar y transformar las instituciones a través de la utilización de los mecanismos que ellas mismas establecen, de manera que posibiliten cambios estructurales que apoderen efectivamente  a los sectores populares.

Ese cambio de paradigma requiere tiempo, traducido en un trabajo inteligente, participativo, sostenido y moralmente sano de varias generaciones, que no hace necesario el sacrificio de vidas ni la  postergación de proyectos personales y colectivos posibles dentro de cada realidad y cada momento. Por lo que la consigna de la hora es la lucha por la república y la ética, ya que ningún pueblo en  la historia de la humanidad ha logrado altura civilizatoria acorde con sus potencialidades, sin un funcionamiento institucional de conformidad con las normativas constitucionales y un principio ético sostenido. No cometamos nuevamente el error de creer que cualquier medio es útil a los fines de lograr una sociedad que en la práctica cotidiana tenga un comportamiento democrático.

Comprendamos de una vez y para siempre que ello solo es posible con el respeto irrestricto de las reglas de juego republicanas, consagradas en la constitución nacional, y en la recuperación de las  virtudes éticas. De lo contrario, a corto o mediano plazo, caeremos nuevamente en los reiterados y periódicos fracasos, cuyo costo lo pagan los sectores más vulnerables de la sociedad.

Cada uno de los que estamos en la lucha por recuperar la decencia (manos limpias y uñas cortas, expresaba Juan B. Justo) y los principios republicanos, decimos, ante tanta degradación y  parafraseando a Erich Fromm en su libro La Revolución de la esperanza (1968): “No es que yo sea optimista respecto de las oportunidades de tener éxito, sino que creo que no se puede pensar en  términos de probabilidades, mientras haya una posibilidad real, por pequeña que sea, de que la vida triunfe”. Ello porque creemos, o queremos creer, que hay un importante número de argentinos  que es capaz de trabajar institucionalmente con principios éticos, que tan solo necesita despertar del largo letargo moral por el que atravesamos. Esta es la hora para salir de la encrucijada que  expresa Gabetta, dejando atrás el país mafioso, y transitar el camino hacia la república.

Abril de 2015.

Publicado en Hojas de Cultura. 2020. Compilación de una Experiencia. Capítulo I. Reflexión Política. Editorial Brujas. Córdoba. Argentina.

César Jesús Mussetta

Foto del avatar

Abogado por la Universidad Nacional del Litoral (Santa Fé) -
Ejerció la profesión durante más de 30 años en el Fuero Provincial y Nacional - Conjuez Federal en el Juzgado Federal de Bell Ville - Vice Presidente de la Sala Tercera del Tribunal de Disciplina de Abogados de la Provincia de Córdoba - Asesor de convencional constituyente en la reforma constitucional de 1994 en Santa Fe - Escritor de diversas obras de distintas áreas (Política - Cooperativismo - Jurídicas - Novela)