“El humanismo es la síntesis originaria en que se contiene orgánicamente la idea de la finalidad armónica de los seres; de aquí que todo empeño de conducta haya de buscar en él su justificación y sea el humanismo la idea normativa de la vida cultural”.
Fernando De los Ríos. El sentido humanista del socialismo, Ed. Populares Argentinas, Bs. As. 2ª. Ed., 1957
Nuestra época
Vivimos una época de crisis en la sociedad occidental contemporánea. Su causa es producto de una fenomenal transformación cultural con cambios de paradigmas en todos los campos de la cultura, cuyas consecuencias aún no están definidas por hallarse en pleno y veloz desenvolvimiento, pero que ya marcan características manifiestas, distintas en complejidad y carácter de las vigentes en la edad moderna, contradictorias aun entre sí, cuyo valor o falta de valor será develado por la realidad del devenir histórico, como es propio de toda evolución de la civilización.
La amplitud del tema hace imposible entrar en el análisis de la multiplicidad de las transformaciones culturales, por lo que me referiré solo a aquellas que incumben a lo político e institucional y a lo más relevante de las conductas sociales que hacen al tema, y aun ellas, con las limitaciones que exige un trabajo periodístico de esta índole.
Al respecto señalo las características más sobresalientes: a) Hegemonía indiscutida del capitalismo, con acumulación de capital cada vez más concentrado y por ende con mayor poder tecnológico y una enorme capacidad de movilidad; b) individualismo exacerbado, signado por el consumismo economicista, el goce instantáneo y efímero que afecta el lazo social, pero que contradictoriamente ha transformado la sociedad en una multiplicidad de corporaciones cerradas (sindical, política, empresarial, eclesiástica, profesional, administrativa, técnica, etc., etc.); c) instituciones políticas degradadas por la pérdida de poder ante el peso de las grandes corporaciones financieras y económicas, y en muchos casos (especialmente en los países emergentes) porque el Estado ha sido transformado en una organización delictiva y a veces mafiosa, como es el caso de la Argentina, donde ha quedado convertido en mero instrumento de las grandes empresas y en medio de enriquecimiento ilícito para sus funcionarios, todo lo cual ha generado el desprestigio de la política ante la opinión pública; d) reconocimiento de la diversidad cultural, mundial y regional, lo que al mismo tiempo ha producido peligrosos sentimientos de nacionalismos xenófobos, cuando no racistas, que se extiende por la mayoría de los países más desarrollados; e) la aparición reciente de Trump, con su política de proteccionismo a ultranza, ha provocado una guerra económica entre EE.UU. y China, a la que ahora se ha incorporado Rusia, cuyas consecuencias afectarán al mundo entero, pero especialmente a los países en desarrollo, ello sin descartar la posibilidad de un enfrentamiento nuclear.
Este panorama, seguramente incompleto, hace propensa la oportunidad para el surgimiento, a derecha y a izquierda, en distintas latitudes, de liderazgos personales mesiánicos, ─más o menos autoritarios y dictatoriales según los países─ pero todos impregnados de irracionalismo. Esto ha hecho reaparecer sistemas de organización política y social arcaicos, aunque disimulados en apariencias de posmodernidad; en muchos aspectos, ya de por sí, esto constituye un regreso a lo tribal.
Tales circunstancias produjeron y producen el olvido de las ideas del humanismo, que dieron nacimiento a la modernidad, preñada en sus comienzos de un arraigado concepto de la libertad y una profunda sensibilidad por lo espiritual y lo social. No obstante, la experiencia histórica de los últimos siglos, evidencian la necesidad de revalorizarlo.
El humanismo
El humanismo es la corriente de pensamiento que nace en Florencia durante el Siglo XV y se extiende por Europa durante los siglos XV al XVIII. Es la época conocida como el Renacimiento, llamada así porque significó un retorno al pensamiento clásico greco romano, y porque implicó el despertar de la humanidad del prolongado letargo del Medioevo, ese sombrío período signado por lo religioso; la hegemonía del papado católico; el feudalismo que dividió a Europa por las disputas de los monarcas absolutos en sus luchas por el poder y el acaparamiento de tierras; las intrigas palaciegas y los matrimonios por conveniencia; el reinado de la nobleza, basado en el linaje y la riqueza; el enriquecimiento ilegítimo de los comerciantes burgueses. Reconocido unánimemente como un ciclo histórico oscuro para la evolución del pensamiento libre, en el que imperaron las traiciones y las contiendas sin reglas ni escrúpulos ni ética por el poder, lo que fue excelentemente descripto por Maquiavelo en su famoso libro El príncipe. En base a su experiencia Maquiavelo señala en esa obra todas las formas como un príncipe debe comportarse y las maniobras que debe ejercitar para obtener y mantenerse en el poder, libre de toda atadura moral, para lo cual todo es válido tratándose de alcanzar los objetivos de gobernar: el engaño del pueblo, la persecución política, la guerra, la traición, el asesinato. Es decir, utilizar sin límites las más bajas disposiciones de la ambición humana.
Pero el Renacimiento no fue solo un retorno a los clásicos griegos y romanos, sino también un reconocimiento de la libertad de conciencia, que los primeros cristianos ya habían practicado en sus comienzos, cuando tomaban decisiones libremente en la “Ecclesia” (Asamblea del Pueblo) siguiendo la costumbre griega, en la que las distintas opiniones y credos religiosos eran respetados. Esta institución había desaparecido totalmente mucho antes del Renacimiento, cuando el Concilio Vaticano que institucionalizó el papado romano terminó por desconocer las decisiones de los feligreses, y otorgó a los clérigos el carácter de únicos representantes de la voz divina.
El humanismo lleva en sí el reconocimiento del ser humano y su libertad de conciencia, con potencialidad para impulsar el mejoramiento de su persona, pero no como un individualismo absoluto y egoísta, sino como un atributo de su personalidad basado en el reconocimiento de la realidad y en su facultad de raciocinio y espiritualidad como medio de evolución personal para alcanzar la felicidad de todos; un ser cuyos fines no son solo individuales sino también sociales. De allí que se lo llamara “l’uomo universale”. Se trata de un signo de lo humano, que en forma innata como característica propia de la especie, cada uno posee sólo por el hecho de ser humano. Una estrecha relación entre razón y realidad sensible, entre racionalidad y espiritualidad, nutrió el pensamiento de quienes impulsaron y acrecentaron el ideal humanista, sintetizándolo como “la naturaleza humana”; con ello, ligaron al hombre con la realidad no solo de los demás seres humanos, sino con la propia naturaleza en su totalidad.
La potencialidad de la capacidad individual del ser humano, no provenía del exterior, de algo trascendente; era algo inmanente a su propio ser: la libertad, que hizo surgir la fe en la acción como creadora de progreso y le infundió visión de futuro.
El liberalismo y la propiedad
Ese proceso profundamente renovador, vigorizado por la libertad individual, llevado al plano jurídico y político dio origen al liberalismo, que reconoce al ser humano como “sujeto de derecho” y al Estado constitucional para garantizar los derechos individuales. Después de las rebeliones de Inglaterra, la Declaración de Filadelfia de 1776 y la Declaración de los Derechos del Hombre y del Ciudadano de la Revolución Francesa de 1789, quedaron definitivamente incorporadas a la cultura occidental esas libertades y facultades, que se ampliaron después de la segunda guerra mundial con el nombre de Derechos Humanos, cuyo ejercicio se garantizó ante los atropellos del Estado o de los propios hombres mediante un principio irrenunciable: todos los hombres nacen libres e iguales en derechos. Dentro de esa libertad incorporó la propiedad privada, también como un imperativo moral y no solo jurídico, por lo cual ningún ser humano podía ser despojado o privado de ella pues era la garantía de seguridad social. Que todos los seres humanos fuesen libres y propietarios era la pretensión de aquellos que dieron origen al humanismo y la forma de otorgar seguridad para el desarrollo de sus potencialidades. La libertad para las conciencias (base de todas las libertades) y el régimen de las cosas para lograr la felicidad de todos, es una idea propia del humanismo. El derecho y el Estado como medios instrumentales para lograr el fin esencialmente humano: la felicidad para “l’uomo universale”. Una idea de igualdad, que prefigura un ideal socialista impregna la Declaración de los Derechos del Hombre y el Ciudadano de la Revolución Francesa. Pero el loable propósito se asentó en la pura razón que encandiló tanto con sus posibilidades y descubrimientos científicos, que hizo ignorar la realidad del ser humano, con su carga de lo animal instintivo y lo emocional humano, imaginándolo a su manera como pura racionalidad, capaz de comportarse al solo impulso del deber ser; esto imposibilitó prever que en el devenir histórico los hechos no se ajustarían solo al imperativo moral y a la idea de justicia a través del derecho, sino que los deseos, los intereses y las pasiones desvirtuarían en la realidad los nobles ideales del humanismo. Ese error hizo que el desarrollo científico y tecnológico que el pensamiento científico impulsó y el positivismo amoral acentuó, fuera creando una organización social desigual y violenta, con lo que se desvirtuó la naturaleza del derecho como medio para asegurar la libertad y la felicidad de todos, por imposición de las relaciones económicas racionalmente organizadas y la utilización de los medios técnicos que la revolución industrial posibilitó; esto produjo un sistema de acumulación de riquezas en desigualdad manifiesta que contradijo los postulados del humanismo renacentista y de la misma Revolución Francesa; subordinó el derecho al servicio de las cosas transformándolas en fines en sí mismas, con lo que se cambia el paradigma basado en los fines inmanentes del ser humano creado por el humanismo e instrumentado por el liberalismo político. Queda así convertida la racionalidad en mero instrumento para la obtención de riquezas materiales en flagrante olvido de la sagrada finalidad de la libertad como fin de la felicidad de todos. Pero ese desvío del humanismo que se produjo en el seno de liberalismo del Siglo XIX con un capitalismo que asentó su accionar exclusivamente en la riqueza en función de la propiedad privada y el libre mercado, no significa la imposibilidad de reformularlo a través del impulso vigoroso de aquel ideal humanista recogido por el primer liberalismo, hijo del humanismo, adecuándolo y adaptándolo a las nuevas realidades del mundo contemporáneo y al reconocimiento del porqué de su fracaso. Volver a los valores de los cuales nunca debió alejarse: la nobleza no radica en la riqueza sino en la virtud, como bien sentenció Dante Alighieri.
Rever ese error teórico y llevarlo a la práctica dentro de la realidad, no es una tarea fácil, pero tampoco imposible. Porque el anhelo de libertad que caracteriza al humanismo es una premisa que existe en lo más profundo del ser humano y lo ha movilizado en toda su azarosa historia. Tal como expresara Benedeto Croce: “la historia del hombre es la historia de la libertad”.
El retorno al humanismo
El olvido de aquellos principios del humanismo que el desarrollo de los hechos históricos impuso, lo despojó de los nobles ideales de libertad e igualdad, colocándolos como antítesis irreconciliables entre sí, con primacía en los hechos de la ética de la riqueza material como fin, en desmedro de que el fin es el hombre mismo en su individualidad como miembro de una humanidad que abarca a todos, secularizando la divinidad en cada uno.
La experiencia histórica de invertir los valores, considerando los fines como medios y estos como fines en sí, ha demostrado su fracaso total a través del alto grado de concentración del poder y de la desigualdad; el estado de conservación de la naturaleza; la alteración del medio ambiente, y la incertidumbre sobre un probable futuro en el que la técnica se transforme en un sistema que prescinda de lo humano en el gobierno de la sociedad.
Un retorno al humanismo mediante la revalorización de lo espiritual, a la luz de la experiencia histórica, sería una actitud válida para orientar las acciones humanas procurando que en la diaria construcción de la sociedad contemporánea se reformule la relación de la propiedad privada y el bienestar social; del libre mercado irrestricto con la equidad; para lo cual es necesario una nueva concepción del vínculo entre el uso de la propiedad privada y su función social, y el enlace del Estado con el mercado en busca del equilibrio entre libertad e igualdad; ello es así, entendiendo que el ser humano no es más que una pequeñísima partícula de la inmensidad del cosmos, al mismo tiempo que una unidad biológica, racional, espiritual y sensitiva. En consecuencia, se hace indispensable reelaborar a partir de esos criterios, un nuevo camino de dignidad que valide el concepto de Fernando De los Ríos expresado en el encabezamiento de esta nota.
Noviembre de 2018.
Publicado en Hojas de Cultura. 2020. Compilación de una Experiencia. Capítulo I. Reflexión Política. Editorial Brujas. Córdoba. Argentina.