HASTA QUE LLEGUE EL TIEMPO
Caminante son tus huellas
el camino y nada más,
caminante, no hay camino,
se hace camino al andar.
Antonio Machado
A mi familia y amigos que me quieren
Me asomo al espejo.
El plano inclinado de los días
refleja la imagen menguante de mi existencia.
Cada arruga en el rostro,
cada cabello menos,
son huellas de múltiples batallas
que en la toma por asalto de la vida
me puso el azar del nacimiento.
En aquella niñez,
sorprendida y temerosa,
no tuve alternativas.
Comencé el desafío
como sucede a todo ser viviente.
Porque el destino no da opciones
(es la única libertad con que no se cuenta).
Entre dos siglos
hubo un día que todo fue mediodía.
ásperos y rocosos los senderos,
claros de luna y vientos tormentosos.
En soledad
me propuse ideales, amasé esperanzas.
En ello puse todo:
cuerpo y alma; hice siembras;
lloré fracasos, celebré los logros.
Desde aquel día
a menudo me anticipé a los tiempos.
Desde recién nacido
y a lo largo de mis ocho décadas,
nueve veces me llamó la muerte
y otras tantas la dejé afuera.
A veces fue mi lucha que ganó la partida,
en otras, fue el azar o la ventura.
La pobreza, amiga y compañera,
se sentó a la mesa donde
mi madre servía el pan humilde
que, en faena dura,
mi padre ganaba honradamente.
La ropa escasa, abierta la sala,
yo sin juguetes, mis hermanas sin muñecas.
El amor fraterno
perfumaba el aire de frescas fragancias.
Me marcaron lejanas noches,
noches de niño enfermo.
Huellas de rebeldía y angustia.
En aquellas noches
de luz difusa y sombras largas,
ave pequeñísima y frágil,
con la boca jadeante,
el cuerpo tenso, los pulmones vacíos,
juré a mi madre:
por ver niños sanos y alegres
dedicaré mi vida.
Cuando hombre
hice de la angustia desafíos
y transformé en acción la rebeldía.
De joven
abrí al viento mis alas,
en libertad forjé proyectos,
laboré la tierra
con paciencia de labriego
hice siembras.
A fuer de poner el hombro
creció la cruz del sur en mis sueños.
En la extensa soledad de la pampa,
resabios de la Argentina vieja,
vi trigales
que pintaban la tierra de amarillo.
Con el silencioso ondular de las espigas
comprendí lo que hace mucho tiempo
enseñó Dante:
no la riqueza, la virtud
forja en el hombre la nobleza.
Con la mente abierta llegué a hombre.
Abracé conductas y principios éticos;
ignoré mediocres y enfrenté las fieras,
sufrí traiciones, arriesgué la vida,
admiré a Sarmiento.
Rompiendo moldes alcancé mis afanes,
maduré intenciones.
Rebelde sí, pero terco nunca.
Pasé años, mirando las estrellas;
interrogué al cielo.
En miles de libros busqué respuestas:
¿Quién soy?
¿De dónde vengo?
¿Adónde voy?
Cambié horizontes, pensé en Dios.
Cavé la tierra, pregunté a los hombres.
En silencio, solo.
Casi en tinieblas, la hallé alma adentro.
Puse mi voluntad, mi inteligencia, mi coraje,
mis miedos, para acudir de buena fe
en amparo de quien lo requería.
Todo fue entrega sin compensación.
La libertad me impuso normas.
La adversidad,
los egoísmos, la pasión, exigieron tiempos.
Sin escatimar,
con vocación docente, entregué a los jóvenes
mis saberes.
Aprendí de todos y de todo;
todo lo preñé de ejemplos.
Plena la mente de nuevas ideas,
caminé orgulloso, sin abdicaciones.
Formé familia.
Esposa, hijos y nietos
me dieron razones para sacar fuerza
perseguir anhelos, madurar ideales
y luchar por ellos.
No dejaré fortunas,
eso jamás me preocupó,
todos abrevaron aguas ejemplares;
acogieron consejos honrados.
Con la frente bien alta
portan y honran un nombre
que orgullosos reciben como herencia.
Con banderas solidarias,
junto a nobles compañeros
soñé una Argentina nueva.
Hice planes, abracé utopías
tuve aciertos y errores,
busqué compañía.
Muchas veces hallé desiertos.
Con ochenta años
aún transito sueños y esperanzas.
Con paso firme, sin miedos,
desafiando huracanes camino mis caminos,
dejo huellas, hasta que llegue el tiempo.
Cumplo así, el sino que en días lejanos
¡Bendita sea! Me marcó la existencia.
Marcos Juárez, 2020