LETRAS DE CÓRDOBA EDA NICOLA. GRATIFICANTE SORPRESA

L

Conocí personalmente a Eda Nicola por una lisonjera casualidad. Ambos coincidimos, sin saber nada el uno del otro, en una reunión familiar  de fin de año, convidados por amigos comunes. En un momento dado, gracias a la vecindad en que fuimos ubicados en la mesa, comenzó el  diálogo. No recuerdo cómo la conversación derivó al tema de los libros y así descubrimos que compartíamos el mismo “vicio” de perseguir  las esquivas mariposas de las palabras con la siempre inalcanzable esperanza de atrapar la Palabra.

Vuelto cada uno a su lugar, le envié algunos de mis libros y ella me remitió estos suyos: Bajo la luz de una pequeña lámpara, Detrás del aire, e  Hilos de luz entre turbias cosas. Desde que supe que iba a recibir el envío de Eda, se despertó en mí una intensa expectativa por conocer  esos textos. Intuitivamente, o quizás por recordar sus comentarios y opiniones sobre autores y obras desarrollados en aquella reunión en la  que nos conocimos, experimentaba yo la certeza de que me encontraría con páginas de calidad literaria. Y así fue. Ya con los libros en mis  manos, no tuve paciencia para internarme en una lectura ordenada y me dediqué de inmediato a picotear en uno y otro texto. De allí que al  acusarle recibo de su envío (lo que hice casi de inmediato) le decía precisamente lo que acabo de señalar: que todavía no había podido  detenerme en una lectura concienzuda, aunque había rastreado aquí y allá algunos de los textos y que advertía en ellos profundidad de pensamiento, sutileza y levedad en el lenguaje que busca develar los misterios escondidos en los elementos básicos de la existencia, en los  sentimientos, en la palabra, siempre tironeados por la gravitación del tiempo y del espacio. “Es probable ─le decía textualmente ─ que luego  de leer y releer sus poemas en prosa y verso, me atreva a un comentario más detenido. Queda pendiente”.

Vino, pues, esa lectura, y lo que sigue es el intento de hacer realidad el atrevimiento que quedó pendiente.

Este comentario no pretende ser minucioso análisis crítico de los textos cuya lectura deparó a mi ánimo el goce vivo que provoca la  verdadera obra de arte. Simplemente, quisiera poder develar, con cierta claridad, algo de lo que las páginas de Eda Nicola han producido en  mí como lector. Modestas reflexiones sobre esos “hilitos de luz esparcidos en el viento” con los que la sutil poeta borda el misterio acuciante  de sus ensueños, en su ardua “tarea de escriba”.

Hay un asunto que recorre persistentemente, a través de diversos enfoques y de múltiples temas, los tres libros materia de estas reflexiones.  Es, digámoslo así, la búsqueda de la esencia de la poesía; el anhelo de descubrir el origen, el germen, el embrión del poema; la ansiedad de  saber dónde encontrarlos. Desde ese punto de vista puede afirmarse que el conjunto bibliográfico motivo de estas observaciones constituye  una unidad, pero es preciso señalar que cada una de las entregas tiene características propias que las distinguen entre sí, especialmente en el  aspecto formal, la estructura externa, aun cuando la distinción sea apenas perceptible.

Bajo la luz de una pequeña lámpara, es un conjunto de poemas de verso libre. No puedo evitar la tentación de decir “libérrimos”. Quiero  significar con ello, el absoluto apartamiento de la versificación tradicional, poniendo énfasis en la condición de absoluto de ese apartamiento,  pues no encontramos en ellos el menor indicio de los efectos prosódicos que produce la métrica. Señalo esta característica  especialmente para destacar que sin embargo, estos versos “libérrimos” (permítaseme insistir en el calificativo) no pierden la condición de  verso como suele ocurrir a menudo con el uso descontrolado, abusivo del verso libre, que Osvaldo Guevara llamó “impunidad versolibrista”.  Los versos “libérrimos” de Bajo la luz de una pequeña lámpara , no dejan de ser versos porque hacen gala de un ritmo interior que se compadece perfectamente con la hondura del contenido en una delicada sutilidad lírica. En ellos la poesía encuentra la frescura acogedora  donde se aloja la ansiedad de infinito, el resplandor de los sueños, los interrogantes del misterio, el diálogo de la sangre con la vida y las  muertes y otras vidas posibles, las hebras de luz que develan la gravitación de los milenios pasados sobre los despojos del hoy y empujan  hacia lo inesperado.

Los poemas parten de muy variados enfoques, de innumerables aspectos existenciales provenientes de la realidad exterior, de la interioridad,  de lo cotidiano, del propio cuerpo, de la fantasía, del universo…. Y todo ello sustentado en la metáfora audaz, (“Toda palabra que cae en el  abismo del lenguaje puede ser pájaro piedra lágrima”), la paradoja excitante, (“junto todas las muertes que viven en mi vida”), epítetos  osados (“limpio tajo” – “aliento árido” ─ “turbias mariposas”), en fin, sustentado ─repito─ en el uso cabal de los recursos estilísticos más  genuinos de la lírica.

Cada poema manifiesta una visión, un reflejo especial del momento creado, según la índole o el origen de las imágenes que prevalecen. Así,  en algunos domina el misterio, como, por ejemplo, en “La espuma que tiembla”, donde lo arcano flota suspendido entre los interrogantes sin  respuesta. (“Se levanta una ola del mar, / el viento la eleva y la estalla, / y al viento ¿quién?” – “Pero en el estrellarse de la ola, / en el  fragor de la espuma que tiembla… / ¿Quién sopla? / ¿Quién deja de soplar, agazapado, expectante?”).

En otros, lo que resplandece son las imágenes de la poesía recorriendo su cuerpo y haciendo crecer en ella un modo de vivir, como en  “Sangre y sal, quemada o hervida”; o la manera de descubrirse a sí misma como en “La sombra de la sombra”; o la interpelación de sus  metáforas, como en “Hoguera en la noche oscura”, donde ellas, las metáforas, “huelen a fuego”, buscan “el momento preciso de la  transformación”, se arriesgan “al borde de los precipicios…”, “miran y miran” hasta lograr pequeños destellos. “Y allí ─concluye─ frotan hojas  secas, piedras, huesos de pájaros muertos hace tanto, plumitas calcinadas con las que, desde siempre, los poetas logran apaciguar la locura”.  (El subrayado es nuestro).

Son innumerables los modos de abordar el poema, mediante los cuales estos iluminan su imagen con un fulgor determinado. No es el caso  intentar, ni tendría sentido, una reseña exhaustiva de esos enfoques. He referido algunos solo a manera de ejemplo.

Como es habitual en la literatura y por lo tanto ocurre corrientemente y con mayor frecuencia en la lírica, la autora, en estos poemas, por lo  general se dirige a ese lector desconocido para quien casi siempre se escribe, y lo hace en primera persona para hablar de sí, de lo que  siente, de cómo lo siente; confiesa cómo se ve a sí misma y cómo ve a los demás, sus semejantes… Pero a veces el interlocutor se especifica,  se personaliza y entonces, por ejemplo, le habla a la poesía (“Sí, / desde el fondo de la noche vienes, con tu máscara de tules negros, /  flotando inmortal, / como una nube tenue que besa las bocas de los poetas muertos”. O, en otras circunstancias, mientras reflexiona y se ve a  sí misma y a los demás agobiados, golpeados y quiere abandonarse vencida, y “lo haría ya mismo ─dice─ si mi hermano, / cada vez más  dulce desde su muerte…” y allí aparece como interlocutor el hermano menor ya muerto, para salvarla diciéndole: “No vale la pena. No te  masacres. Dejá la vida que corra y vuele. / No te hundas en los pozos. Saltalos. Vení a jugar al patio a mojarte con la lluvia del verano”. Hay  poemas en los que la poeta habla con ella misma, el yo y el tú se funden y entonces el pensamiento asume absoluta sinceridad. “No te  distraigas. / ─se dice─ No te duermas sobre estos bloques de hielo que te mantienen fría, / soñando con turbias mariposas que sobrevuelan  los banquetes / a los que nunca serás invitada” (…) “Escucha. / Escucha atenta… / Aunque duermas, aunque caigas, aunque te destrocen las  jaurías, / las manadas de guardianes en la sombra. / Escucha. / Continúa escuchando.” (Imposible referirse a este tema del hablar consigo  mismo, sin recordar a Antonio Machado: Converso con el hombre que siempre va conmigo / ─quien habla solo espera hablar a Dios un  día─;). Una variante interesante de este procedimiento se encuentra en el poema titulado “El alimento de una pequeña lámpara”. Comienza  diciéndose que se ha acostumbrado a tomar lo justo, lo necesario para sostener su cuerpo “ya casi cadáver, ya casi transformándose en tierra  y polvo. / Si no fuera por una pequeña luz que aún me arde”. Y de pronto se le presenta la pluralidad de su persona y siente que “…es  urgente escapar, / rápido, / de tantas Edas que me asfixian, / para escuchar a la que alimento con el precioso jugo de mi vida. La Eda  desconocida que vive en mí”. Descubre que su yo verdadero le es desconocido; se esconde entre túnicas que le cubren el cuerpo, que la atan,  la ajustan. Y surge otra duda, misteriosa, profunda, expresada en versos de cimera vibración poética: “Pero también podría ser el caso, /  de que detrás de la última túnica, / no haya nadie. / Y mi más perfecta soledad, / la soledad que nunca habitaré, / abra los ojos”. Hay  mucha miga para el comentario y la reflexión en los poemas de este libro, pero la lógica extensión de esta nota impide un mayor desarrollo.  Concluyo, por lo tanto, lo referido a este poemario, señalando la muy original manera como Eda Nicola incluye en sus textos las citas. En  general, no lo hace mediante el procedimiento común; la cita se convierte en evocación mediante la utilización del apóstrofe: “‘Que se lo  coman todo, y acabemos’, maestro César Vallejo”.

Detrás del aire es el más reciente de los tres. Se publicó en agosto de 2016. Es una colección de poemas en prosa que intenta explorar “qué  hay detrás del aire”, deseando penetrar lo que sugiere André Malraux en la cita que sirve de epígrafe de este poemario: “El mayor misterio no  es que hayamos sido arrojados al azar entre la profusión de la materia y de los astros: el mayor misterio es que en esta prisión  extraigamos de nosotros mismos imágenes con potencia suficiente para negar nuestra nada”. Para negar nuestra nada, Eda Nicola hace  surgir de lo caído, de la degradación, de lo desgarrado, todo aquello “que aún no ha nacido pero que nacerá”. “Eso que sabrás qué es  cuando lo puedas decir”

Un buen número de estos poemas en prosa asumen reminiscencias dialógicas por el uso de la segunda persona singular. Se advierte fácilmente que la autora se dirige a alguien, o a sí misma, o a entes abstractos, desconocidos, o a personajes de la vida cotidiana. Pero hay  algo más: la utilización con espontánea naturalidad del voseo y los consecuentes giros propios del habla de los argentinos, lo que trasmite a  los textos un aire de acogedora familiaridad. De ese modo, ciertas escenas se iluminan con resplandores de evidencias inexplicablemente no  advertidas. (“Ah palabras palabritas engañadoras, sutiles, crisálidas y mariposas, esplendores del triste empleadito que roba para pagarse  putas caras. Esplendores, esplendores. Te dormís en la hierba, te cae sobre la piel la miel del rocío. Empleadito triste, está sola, ella, y hace  tanto te espera”).

Estas deliciosas páginas recorren variados senderos de la inspiración y se manifiestan en escenas, cuadros, enfoques sutiles de la vida  cotidiana, a través de recuerdos, de evocaciones, reales e imaginarias, de estremecimientos del tiempo, de vientos, ríos, mares… Por esos  medios, los textos se internan en los laberintos arcanos de la escritura, o se ocupan de cuestiones sociales y de cómo reaccionamos ante  ellas, o indagan sobre la selección natural y las consecuencias, a veces trágicas, de la prevalencia de los más fuertes; se aplican a temas como  la liberación (“…la muerte es una necesidad. Pero tantas veces ya moriste que ahora aprenderás a cortar las cuerdas…”); con frecuencia se  refieren a la niña que vive en ella (“La niña pequeña y lastimada que vive en vos, ahora duerme. Bajo el rocío de la noche, duerme…”).

Hay un poema, el de la página 19, que exhibe un tierno momento hogareño en el patio de la casa paterna, con la abuela ─personaje reiterado─ en el centro. Es una sencilla “acuarela” luminosa que enciende temblores de nostalgia y recuerda, esto es, hace pasar nuevamente  por el corazón, imperecederas vivencias. Imposible soslayar la nitidez de la imagen cuya potencia conmociona. De allí que no resista la  tentación de transcribirlo en forma íntegra:

Un fuentón en el patio, estallado de geranios florecidos, un fuentón sobre una mesa rústica, hecha con el cemento que sobró cuando el piso de la  galería. Un fuentón en el patio, y el mate dando vueltas, y una abuela que lava la ropa, a la siesta, con las cigarras estridentes del verano. 

La abuela vuelca el agua del último enjuague y pone agua fresca y limpia en el fuentón. Después, uno por uno, por turno, mete en el agua para  refrescar a la fila de nietos, una tracalada de niños que crecen como los geranios, sin saber ni pensar, brillantes como anguilas, sudados,  empujándose, diciéndose los terribles secretos de la siesta, la hora del día en la que todo podría suceder. En verano, con la abuela, solo  aprendieron a reír, indefensos, inermes, presas, carne para ser aderezada cuando llegara a su punto.

En la reflexión final, respecto a que con la abuela los niños solo aprendieron a reír y la indefensión para cuando la carne llegara a su punto,  advierto (¿o quiero advertir?) una sonrisa complacida y complaciente. Y leo entrelíneas, o quiero leer, algo así como qué importa, si al  aprender a reír de ese modo, aprendimos a amar, a amarnos, a comprendernos, a compartir, a saborear juntos los “tremendos” secretos de la  siesta. ¿Indefensos?, ¿inermes? Qué va. Con los avíos de esos compactos sentimientos estuvimos bien dotados cuando hubo que enfrentar  el momento.

Aun a riesgo de sobrepasar la conveniente extensión de este artículo, no puedo concluirlo sin dedicar algunas consideraciones sobre un libro  tan singular como es Hilos de luz sobre turbias cosas.

Lo primero que advierto al considerar el conjunto, antes de escarbar uno a uno los surcos de estos renglones en los que Eda Nicola ha  sembrado su palabra, es el valor plural de esta prosa. No como consecuencia de una mezcla de géneros literarios, sino por efecto del modo  como ha desleído la esencia de esos géneros en el estilo de su escritura. Es, por lo tanto, una prosa al mismo tiempo narrativa, ensayística y  lírica.

Está presente la narración pero no mediante las técnicas de la novela o el cuento, sino como una voz casi oculta que relata historias desde  atrás de la voz lírica del poema o de la reflexiva y analítica del ensayo, que también se muestra del mismo modo, por detrás, por debajo o  delante de las otras. Como ocurre en la música cuando dos o más melodías desarrollan paralelamente un juego de contrapunto.

Los cuatro primeros capítulos, (permítaseme llamarlos así aunque no sea exactamente apropiada la denominación) y luego el octavo, son,  podría decir, poemas “enmarcados”. En ellos, el escriba, el escribiente, quien escribe , (como se denomina la autora a sí misma), busca,  descubre, analiza los trozos de vida que quiere encerrar en palabras, a veces sin saber por qué ni para qué, pero con la convicción de que  necesita hacerlo. Cuenta circunstancias y momentos de su quehacer, explica pormenores de su oficio (la prosa narrativa y ensayística ya  mencionadas) y hace estallar el poema, esos “infinitos cristalitos de la verdad que la palabra, en estos siglos azotados por vientos ardidos, ha  aprendido a mantener oculta”; distingue gráficamente el texto del poema por medio de un cambio en la tipografía. Por lo general, el “marco”  de cierre es un comentario, una aclaración, una conclusión del escriba. Los demás, no responden a esa estructura. Cada uno es íntegramente un texto autónomo donde se desarrollan numerosos y diversos temas; persiste la prosa de valor plural.

Hilos de luz entre turbias cosas es un libro rico en la expresión de sentimientos íntimos, en historias con fuerte inclinación a lo familiar y  autobiográfico, en el análisis y la reflexión sobre profundos asuntos individuales y sociales, con la certera crítica de las conductas personales y  colectivas que aquellos generan. Allí aparecen los hilos de luz a que se refiere el título, con los que la palabra teje las redes de claridad, de  armonía, de tibieza, que penetran en los intersticios oscuros de la injusticia, el dolor, las mordeduras, las miserias… en fin, las turbias cosas.

No cabe, en un artículo como este, intentar siquiera el comentario exhaustivo de los temas y asuntos de que el libro trata, pero sí es  pertinente echar por lo menos una mirada panorámica sobre algunos de aquellos que más han llamado mi atención. El orden en que  aparecerán responde exclusivamente al azar. No tiene nada que ver con criterios de jerarquía o de preferencia personal.

El agua de la palabra vuelve como el mar, dice en el comienzo de “El escriba regresa a la casa donde nace siempre, cada vez”. El valor de la  palabra, por descontado la palabra poética pero también la simple, la humilde, la que “apenas susurra al mundo sus pálidos desconciertos”; la  honda significación de la palabra y su función en la búsqueda de la verdad, son asuntos reiterados en las preocupaciones de Eda Nicola.  Ella está convencida de que “si de algo sirve la palabra, es para ayudarte a volver a vivir” y por eso la persigue de distintos modos y con  múltiples propósitos y esperanzas. Nos dice: “La palabra que busca la verdad, la palabra sometida al fuego, al desangramiento, al desprecio,  es la que nos restituye la existencia, aliento feroz de los seres humanos (…)”. Y a continuación esta afirmación sobre la que vale la pena  meditar: “Mi palabra es terapia, pero no es laborterapia, no escribo de aburrida, no escribo porque no puedo dormir, la estoy escribiendo  porque la necesito, necesito recordar qué suave grita en la oscuridad su terca presencia”. Esa terca presencia de la palabra palpitando en su  interior, debía devenir inexorablemente en poesía, es decir, alcanzaría la plenitud del decir, al dejar atrás el ser extraviado en días grises, en  pozos oscuros, para dar paso a la claridad del alba. Por eso nos dirá: “La poesía ha sido en mí agua invisible sobre las piedras, corrosiva  humedad, piedras que, ocultas, danzan de noche; la poesía ha sido el agua feroz que me despertara un día lejano, perdido, hace siglos,  metiéndose en mi garganta hasta que el último milímetro de neurona idiotizada, despertó.”

Entre los textos que componen Hilos de luz… hay uno, “La casa donde se cocina el pan”, que tiene un encanto muy singular por el palpitar  estremecido del regreso a la casa de la infancia, que es a su vez el regreso a ella misma y el darse cuenta de que la existencia buscada  siempre vivió en ella. Una sublime metáfora, cuya plena significación descubrimos cabalmente al completar la lectura del “capítulo”, da  cuenta de la razón principal de su regreso. “Ahora regreso ─dice─ (…) porque olvidé al salir, en el apuro, unas frutas, unas sencillas frutas que  mis abuelas me habían preparado para el viaje. Toda mi vida hubiera sido diferente si me hubiera llevado conmigo esas frutas”.  Encontrará esas frutas intactas, como si el tiempo no hubiera pasado para ellas. Y nos revela cuáles son esos frutos: “Son los gestos del amor  en el origen de cada vida, es la mirada de la madre y del padre, es la mirada tierna de los abuelos, son las manos tibias y hábiles capaces de  sostener el pequeño cuerpo, así, tan despojado y torpe lanzado en la vida. Son las fuerzas que saben sostener de la única manera posible,  dándose, entregándose a la vida que nace, a lo que necesita el breve capullo para fortalecerse en el tiempo.” Y, en los tramos finales del  texto, se cierra el ciclo de la excelente metáfora de las frutas: “Envueltas en un trapo, cobijadas, me llevo las frutas que mi abuela dejó para  mí. Sembraré las semillas del árbol que las hace nacer.” Cumplirá su destino de eslabón en el Destino de su estirpe. (El subrayado es nuestro).

La casa donde se cocina el pan es un mundo generoso (“un mundo compacto”, dice Eda). Son muchos los que viven en esa casa y mucha la  gente que concurre a ella todos los días, desde muy temprano en la mañana durante todo el día. Al regresar a la casona antigua por los  carriles de la memoria y el olvido, al encontrarse con ese mundo tan querido donde conoció la felicidad; al rencontrarse con la niña que fue y  que aún vive en ella, mana con singular luminosidad, desde el juego contrapuntístico, la melodía narrativa que da vida a las dulces historias  de sus ancestros. Así, al mismo tiempo que la niña vuelve a gozar el aroma del pan recién sacado del horno; en el mismo momento en que  vuelve a mojar sus manos en el agua jabonosa del fuentón donde la abuela, en el patio, lava ropa a mano en plena siesta; al tiempo en que la  niña pequeña aprende a vender un kilo de pan y “practica la escritura recién aprendida completando una boleta”, van creciendo las  historias de aquella abuela que al darles unas facturas y unos bollos a los niños pobres “se hundía en sus pensamientos por haber sido ella  misma una niña con hambre”; o de la bisabuela, “una luchadora incansable que le dio dignidad a la pobreza” cuando de pronto murió su  padre, un acaudalado comerciante, y sus tíos la despojaron de todo aprovechándose de su indefensión y la complicidad de los poderosos.  Esa bisabuela fue la madre del abuelo que a los seis años había comenzado a trabajar como obrero para hacer el pan, “entre gente noble  que, cuando adulto, le abrieron un camino”. Y la melodía narrativa, nos entera también del bisabuelo cultísimo que recitaba El Quijote de  memoria, con lo cual no ganaba nada pero dejó en sus hijos y toda la descendencia “el tesoro simbólico de la cultura”. Eda recuerda con  cariño cómo esa cultura nutrió a su abuelo “el pequeño niño panadero, de modo tal que, a fuerza de robarle horas al descanso, leyó, en  determinado momento, todos los libros de la biblioteca popular del pueblo”.

Debo hacer un esfuerzo para poner fin a esta nota. Queda en el tintero tanto por comentar… Pero, en fin, como lo he reiterado a lo largo de  este artículo, mi propósito ha sido solo ofrecer algunas simples reflexiones con motivo de la lectura de las obras que recibí de Eda Nicola, sin  pretensiones de profundidad ni de análisis minucioso.

Confieso que al leer Bajo la luz de una pequeña lámpara, Detrás del aire e Hilos de luz entre turbias cosas, experimenté una gratificante sorpresa. No porque desconozca que en cualquier momento y en cualquier lugar puede uno encontrarse con encumbrados talentos, sino por  los ingredientes de grata e inesperada casualidad que conformaron mi descubrimiento de tan admirable expresión de exquisita poesía.

Abril de 2018.

Publicado en Hojas de Cultura. 2020. Compilación de una Experiencia. Capítulo VII. Hojas de Historia. Editorial Brujas. Córdoba. Argentina.

Mario Argüello

Foto del avatar

Mario ARGÜELLO, nació en Córdoba, el 14 de abril de 1931. Cursó estudios secundarios en el Colegio Nacional de Monserrat, del que egresó como Bachiller Humanista y obtuvo el título de Profesor de Castellano, Literatura y Latín para la Enseñanza Superior, en la Escuela Superior de Lenguas (hoy Facultad de Lenguas) de la Universidad Nacional e Córdoba. Se ha desempeñado como profesor de Literatura Preceptiva y de Literatura Española en el Colegio Monserrat.
Ejerció el periodismo como redactor-lector del Servicio Informativo de LV3, Radio Córdoba, y se han publicado colaboraciones suyas en diarios y revistas del país como La Prensa, La Voz del Interior, La Gaceta de Tucumán, Tiempo de Córdoba, La Vanguardia, Bohemia y Figura, Laurel, Asueto, entre otras.
Ha publicado los libros de poemas: Aire amanecido (1961), El viento en las uvas (1981), Desde el otoño (2006), y De ayer y de hoy (2017) y la plaqueta “Al borde del ocaso” (2011). Poemas de silencio, de 1973, y Entre el vivir y el soñar, que obtuvo el segundo Premio Municipal de Poesía “Luis de Tejeda” en 1980, quedaron inéditos, aunque sus poemas integraron libros posteriores. Otras publicaciones: La poesía, lugar de reunión en Alejandro Nicotra (1981), Del Monserrat a Montserrat (1993), Detrás de la palabra (2000). El hombre y su dignidad (folleto – 1976). Narrativa: Cuentos leves y extraordinarios ( dos ediciones – 1997 y 2008); El envés de las sombras (novela - 2013).
Ha dictado cursillos y conferencias, y participado en lecturas de poemas en numerosas instituciones culturales del país y del extranjero.