Cuando maduraba la mañana del 24 de diciembre y la ciudad (la Córdoba que tanto amó) se aprestaba para las celebraciones de la Nochebuena, cerró los ojos para siempre quien los tuvo siempre bien abiertos para descubrirla, para escudriñarla, para cantarla, y la ha visto, la ha “junado”1 como nadie: Daniel Salzano. (“Oh, ciudad, cómo te juno”, tituló uno de sus recordados artículos de La voz del Interior). Cerró los ojos para siempre, pero la sigue “junando” con mirada penetrante, descubriendo rasgos peculiares en los más escondidos recovecos de su idiosincrasia, porque Córdoba sigue palpando su presencia en el latir de sus palabras, ya que ellas están en el corazón, según su concepto.
Había nacido en 1941, en el viejo Barrio Inglés, hoy Barrio Pueyrredón. Y el viejo barrio se le quedó entre los dedos, perduró en sus ojos, latió entre las hojas de su prematura nostalgia juvenil, como luego palpitaría toda la ciudad en las mil capas de sus porfiados sueños. Por eso, a menudo, en los renglones luminosos de “Quiénes y cuándo”, jugueteaban la calle Charcas, la Plaza Alem, las vías del Ferrocarril Belgrano, la Academia de la calle Eufrasio Loza, donde aprendió dactilografía, herramienta material que le sirvió para sostener la otra dimensión de la escritura, esa “práctica del corazón” con la que nos reveló las más secretas emociones ocultas en las entrañas de la ciudad y de sus gentes.
El viejo Barrio Inglés es también mi barrio. Allí nací, diez años antes que él, y viví toda la vida, aunque en el otro extremo. Él rondaba en su niñez por los aledaños del límite Oeste, la calle Esquiú; yo pasé la mía cerca de donde terminaba el mundo, hacia el Este, y comenzaban las quintas. Por eso no me cuesta imaginarlo los domingos a la siesta en “el” matinée del cine “Avenida”, ansioso ─como lo había estado yo en el “Renacimiento”− por saber cómo se salvaba el muchachito tras la artera emboscada con que había terminado el episodio del domingo anterior. Me son familiares los mismos fantasmas, los mismos personajes, las mismas señales que dan color y notas propias a esas calles y esos rincones que lo vieron crecer. Esa circunstancia me ayuda a saborear la esencia de su estilo, a comprender sus figuras, a paladear el sello distintivo de su lenguaje que se nutre de diversos niveles del habla de Córdoba. Y además, el recuerdo del tranvía 5, el pito de las seis, que todavía escucho (aunque con distinto sonido), me hablan con la magia que él supo captar como nadie para hacerla suya y derramarla con palabras seductoras que desbordan el hechizo de su estilo. El estilo, ese sello personalísimo que permite descubrir a un artista con solo leer unos renglones, ver un cuadro o escuchar algunos compases de una composición musical, no es en Salzano algo fortuito, un hallazgo gratuito. Es el resultado de la búsqueda consciente, de la actitud voluntaria, pero forjada a partir de esos elementos cotidianos, aparentemente superfluos, que su visionaria intuición le hizo descubrir y valorar. Él mismo nos sustenta en esta afirmación respecto de su estilo, cuando dice: “Contando solamente con el pito de las seis, el pan con manteca y la palangana, me enfrento a la melancolía propia de la vida con la expresa intención de convertirla en un estilo”.
Cada rincón de la ciudad; cada acontecimiento, ya sea de significación histórica como el Cordobazo, o de mero alcance emocional como el gol de Willington; cada personaje de las calles cordobesas o la simple promoción comercial de algún producto novedoso, adquiría en la visión de Salzano esa melancólica nostalgia que los tiñe de un tono peculiar y se trasmite al lector contagiándole con la añoranza, la transparencia de los más hondos sentimientos. La clave de su acierto para atraparnos, consiste más que en los sitios, hechos o personajes evocados, en la manera de decir. Su forma de decir estimula en secreto la memoria del lector y abre a las visiones de este, los paisajes de sus propias vivencias.
Así, por ejemplo, al emitir un concepto, un simple vocativo abre el ventanal desde el cual nuestra mente percibe la escena muchas veces repetida en la nostalgia. Dice Salzano: “Las palabras no están en la pecera de la Real Academia, niños, sino en el corazón (…)”. Adviértase cómo el apóstrofe (niños), más allá del significado del párrafo, es como un clic mágico que nos conduce al aula de la escuela primaria donde la maestra nos iniciaba en los secretos del vivir. Y todo nuestro ser se estremece con el mismo estremecimiento melancólico del autor, con el mismo temblor subterráneo de ese estilo forjado con “la melancolía propia de la vida”. Otro: es bastante habitual que Salzano, al referirse a una esquina del centro de la ciudad, no lo haga mediante el nombre de las calles. Él nos dirá: “la esquina del Trust Joyero”, “la esquina de Casa Beige”… Cuando leía esas frases y también cuando las releo hoy, inmediatamente veo y escucho a mi mamá comentando que se había encontrado con su hermana “en la esquina de ‘La Sensación’.” Y el alma se me estruja con aquella límpida emoción que él se propuso trasmitir y que seguramente le apuraba el pulso al escribir.
Tales recursos, que destacan uno de los perfiles importantes de su estilo, subrayan con claridad cómo Salzano logró, recurriendo a elementos simples que siempre tenía a mano, incorporar a su manera de decir, o sea al tono, al carácter de su lenguaje, esa melancolía grata, apacible, con que deshoja sus nostalgias y despierta las nuestras, tal como se lo había propuesto. Consta en actas.
1 La palabra junar no figura en el Diccionario del habla de los argentinos de la Academia Argentina de Letras (al menos en la primera edición de 2003). En un diccionario de lunfardo aparece con el significado de “mirar”. Estimo que según el contexto, tal significado admite matices. En algunos casos se trata de un simple mirar (“Como con bronca y junando / de rabo de ojo a un costao”); en el caso del título de Salzano que hemos citado en el texto, se trata de un mirar con detención, penetrante, buscando la entraña de lo que se mira.
Abril de 2015.
Publicado en Hojas de Cultura. 2020. Compilación de una Experiencia. Capítulo VII. Hojas de Historia. Editorial Brujas. Córdoba. Argentina.