En ambos casos los protagonistas fueron niños. El primer milagro fue la recuperación del pequeño Nicolás Flores, quien con apenas 11 meses sufrió un terrible accidente automovilístico. Tuvo cuatro paros cardiorrespiratorios y hasta perdió masa encefálica. Hoy, Nicolás habla y camina a pesar de no tener el hemisferio izquierdo del cerebro. El segundo milagro fue el de la niña sanjuanina Camila Brusotti. En octubre de 2013, la pequeña fue golpeada brutalmente por su padrastro con la complicidad de la madre. Los médicos le dieron apenas 72 horas de vida; pero 45 días después de estar en coma, su abuela, que le rezaba a Brochero, le cantó, la tocó y Camila reaccionó. Hoy tiene 11 años y lleva una vida normal a pesar de algunas secuelas en un brazo y una pierna. Huelga decir que los autores de tan salvaje maltrato están encarcelados.
Me detengo ahora para repasar la historia del Cura Gaucho, tratando de no aturdir con fechas y lugares. Contra lo que se cree, José Gabriel Brochero no nació en la villa que hoy lleva su nombre. Nació el 16 de marzo de 1840 en Santa Rosa de Río Primero, hoy un pueblo de 9.000 habitantes, en la frontera noreste de la pampa gringa, poblado que en aquellos años era un perdido caserío y debe su nombre ─Santa Rosa─ en honor de la primera santa latinoamericana. Recientemente y por razones turísticas, el pueblo fue rebautizado Villa Santa Rosa y está ornamentado con alusiones al cura, entre ellas una réplica de la capilla donde fue bautizado el pequeño José Gabriel.
Después de una adolescencia dura y dedicada a las tareas rurales, en un pueblo que cada tanto debía rehacerse de los ataques de los aborígenes guaycurúes y de las montoneras federales, Brochero cursó estudios especializados en teología en la Universidad de Córdoba donde compartió aulas con Ramón J. Cárcano y Miguel Juárez Celman, quienes llegaron a ser gobernador y presidente de la República, respectivamente.
Ordenado sacerdote, ofició en la Catedral y se distinguió por su entrega a los enfermos y moribundos de la epidemia de cólera que azotó a Córdoba en 1867, con un saldo de 4.000 muertos. Dos años después, en 1869, fue nombrado vicario del Departamento San Alberto, que comprendía todo lo que hoy se conoce como Valle de Traslasierra y tenía sede en San Pedro. Pero Brochero puso sus ojos en la vecina Villa del Tránsito, un modesto caserío de paisanos perdidos en sus necesidades en medio de la humildad de sus ranchos, que vivían de sus ovejas, cabritos y cosecha de papa, y amenazados siempre por malandras que poblaban el lugar.
Brochero comprendió que para sacar a esa región de la pobreza había que integrarla al resto de la provincia, para lo cual debía domar las Altas Cumbres, esa especie de Andes cordobeses de paisaje tan inhóspito como bellísimo. Fue entonces cuando emprendió una tarea ciclópea y a lomo de mula, abrigado con un poncho y su infaltable cigarro, cruzó una y cien veces las Altas Cumbres. En la Capital invadió despachos y a insulto limpio ─era cascarrabias y muy malhablado─ consiguió lo que quería después de mucho trajinar y dejar su salud en el camino.
Al final, a las autoridades no les quedó más remedio que escucharlo y poner manos a la obra. Así, gracias a la fe, empuje y valentía de Brochero, en Traslasierra se construyeron colegios, 200 kilómetros de caminos horadando la montaña, un dique, varios pueblos, un ramal del ferrocarril, la estafeta postal con el telégrafo, y hasta un acueducto para conectar el río Panaholma con las acequias. Su esfuerzo rompió el aislamiento de los pueblos del oeste cordobés y ese fue, quizás, su más grande milagro.
Las vivencias de Brochero fueron más allá de las gestiones. Con sus manos levantó la capilla y el Colegio de las Hermanas Esclavas que hoy se conservan pulcros y acogedores; y ayudó a sus feligreses en cuanto pudo. Compartió con ellos inquietudes y angustias y se dedicó a asistir a los enfermos de lepra, una enfermedad estigmatizante y común en la época. De tanto convivir con los enfermos y hasta compartir el mate, contrajo el mal que lo dejó ciego y sordo.
Murió absolutamente pobre en su Villa del Tránsito, a los 74 años, el 26 de enero de 1914.
En 1916, dos años después de su muerte, el Gobierno de la provincia decidió rendir merecido homenaje a su obra y figura, e impuso el nombre de Villa Cura Brochero a la antigua Villa del Tránsito, donde había residido y muerto el sacerdote.
Brochero fue beatificado el 14 de septiembre de 2013 y la ceremonia de santificación se realizó el 16 de octubre en Roma. El día de San Brochero, el primer santo auténticamente argentino, es el 16 de marzo.
Anécdotas brocherianas
La vida ejemplar de Brochero fue, literalmente, un rosario de anécdotas traducidas en el decir criollo del Cura Gaucho.
Cuentan que un día en que tenía que llevar los sacramentos a un moribundo, se topó con el río crecido. Ahí nomás mandó adelante a su mula mientras el nadaba agarrado de la cola. Cuando lo sacaron del agua dijo: “Jamás el demonio me va a robar un alma”. El 15 de agosto de 1875, Brochero bendijo la piedra fundamental de la Casa de Ejercicios Espirituales. Tomó entonces una enorme piedra y la arrojó a un pozo preparado ex profeso, acompañada de una frase célebre: “Te fregaste, diablo”.
Después de 30 años de párroco en Traslasierra, el obispo de Córdoba, fray Reginaldo Toro nombró a Brochero canónigo de la Catedral para que descanse y recupere su salud. Pero duró en el cargo apenas tres años. Renunció a la canonjía para volver a su capilla en la Villa del Tránsito y cuentan que al despedirse de sus ilustres colegas, rápidamente, como si le molestara, se quitó la muceta, esa prenda que identifica una dignidad eclesiástica, y la entregó con gracia diciendo: “Este apero no es para mi lomo”, y acto seguido susurró: “Ni esta mula es para este corral”.
Cuentan los historiadores que, antes de expirar, pidió un rosario y dijo: “Ya tengo el aparejo y estoy listo para el viaje”.
Anécdotas como estas y la descripción de la personalidad de Brochero, se pueden leer en dos libros que recomiendo: Don Quijote por las sierras de Córdoba, de Néstor Alfredo Noriega , y Más nuestro que el pan casero, de Esteban Felgueras, con cuyas lecturas se van a deleitar.
Además, les sugiero buscar una vieja película argentina titulada “El Cura Gaucho”, de 1941, dirigida por Lucas Demare y con Enrique Muiño en el papel principal.
Y no olviden escuchar “Canto Brocheriano”, de Carlos Di Fulvio.
Y si quieren rendir un homenaje personal a Brochero, visiten el monumento erigido en su honor, en la Plazoleta del Fundador, detrás de la Catedral de Córdoba.
Abril de 2016.
Publicado en Hojas de Cultura. 2020. Compilación de una Experiencia. Capítulo II. Hojas de Historia. Editorial Brujas. Córdoba. Argentina.