CUATRO GRANDES ARGENTINOS EN LA AGRICULTURA DE CÓRDOBA

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Roque Sáenz Peña, Hipólito Irigoyen, Juan B. Justo y Lisandro de la Torre han sido según nuestro modesto entender las cuatro figuras políticas más trascendentes que tuvo el país en un ciclo de casi cincuenta años, que comienza con la revolución de 1890 contra el Presidente Juárez Celman y que concluye en enero de 1939 con el suicidio de Don Lisandro, en las vísperas del advenimiento  del peronismo que comienza a gestarse en 1943.

Cada uno de ellos contribuyó grandemente al desarrollo de la democracia argentina, aunque lo hicieron desde posiciones partidarias diferentes, con obvias y conocidas discrepancias, aunque el propósito de este trabajo es mostrar un hecho que los reúne y que trasciende la mera curiosidad histórica.

Los cuatro hombres públicos que hemos mencionado, tuvieron en distintos momentos de sus vidas un cierto arraigo en Córdoba como productores agropecuarios, y en los cuatro casos, ninguna de  estas experiencias se desarrolló como una consecuencia del ejercicio del poder, sino más bien desde el llano o a lo sumo en forma contemporánea al desempeño de funciones legislativas como  representantes de la oposición.

Contraste manifiesto con tiempos recientes, donde se verifican fortunas inexplicables con tan solo el paso prolongado o efímero por la función pública.

Empecemos por Sáenz Peña, gran canciller de la República, profundo estudioso del Derecho Internacional Público, diplomático de fuste y luego gran presidente entre 1910 y 1914, año de su  fallecimiento. Elegido por un círculo político reducido, tuvo la inteligencia, sensibilidad y comprensión del momento histórico para asimilar el reclamo ciudadano por comicios libres, con lo cual se  materializó la primera elección verdaderamente democrática para renovar el Congreso en el año 1912, seguida por otra jornada similar en 1914, llegándose finalmente a la elección presidencial  de 1916 que llevó al poder a Hipólito Irigoyen.

Sáenz Peña se vinculó con nuestra provincia a través de la explotación de la estancia “Las Rosas”, ubicada en la zona de Sampacho, al sur de Río Cuarto. Esta propiedad pertenecía al Sr. Lucas Gonzáles, suegro de Sáenz Peña, quien dentro del mismo campo, explotó también una cantera de piedras con su cuñado. Las piedras eran colocadas en el mercado de la construcción de Rosario  pero esta veta de la vida de nuestro prócer no duró mucho por insalvables conflictos que tuvo con su pariente (1).

Como una digresión del tema principal, pero en relación al vínculo de Sáenz Peña con la Provincia de Córdoba, digamos todavía que el futuro Presidente, fue exitoso y leal defensor de Juan Bialet  Massé en la acción legal que promovió el gobierno cordobés a raíz de la construcción del Dique San Roque, obra dirigida por el Ingeniero Carlos Cassaffousth y ejecutada por Bialet Massé, ambos injustamente acusados de supuestas irregularidades en los trabajos encomendados (2).

Vayamos ahora al encuentro de Hipólito Irigoyen, de quien ya hemos dicho que inauguró la democracia argentina a través de la conquista del gobierno por medio del sufragio libre.

Culminaba así una larga lucha del caudillo radical, iniciado en las lides cívicas de la mano de su tío Leandro Alem y afianzado en la llamada “Revolución del Parque” de 1890 ya mencionada. Aquel levantamiento, derrotado militarmente, determinó sin embargo la existencia de condiciones políticas que provocaron la renuncia de Juárez Celman. Asumió la presidencia entonces el Vice-Presidente Carlos Pellegrini, quien completó el mandato y “ordenó” la economía del país en crisis durante los años precedentes. Sin embargo nada avanzó la República en orden a la purificación de  los comicios. El voto cantado, la compra de voluntades, las más variadas formas del fraude continuaron por doquier.

Don Hipólito entre tanto, organizaba sus huestes una y otra vez en el reclamo de la limpieza electoral. Se sublevó en 1893 contra el gobernador de la Provincia de Buenos Aires de manera  infructuosa; luego prosiguió su tarea proselitista, tenaz, silenciosa, paciente, manteniendo sus fuerzas en una total abstención frente a sucesivas elecciones fraudulentas. Promovió en febrero de  1905 la revolución contra el Presidente Quintana, la que tuvo particular resonancia en Córdoba. Nuevo fracaso militar y otra vez la abstención hasta que llega 1910, es decir el centenario del primer  gobierno patrio. Asume Sáenz Peña y se produce entre ambos líderes el acuerdo indispensable para dar aquel gran salto de calidad institucional. En medio de tan exigentes trajines  políticos, Irigoyen fue un hombre de campo, como su padre, con quien se inició en la actividad rural explotando una vieja estancia en Estación Micheo, Provincia de Buenos Aires, donde criaba ovejas. Luego, a lo largo de su vida Irigoyen compró o arrendó campos en las provincias de Buenos Aires y San Luis aunque también tuvo una propiedad rural a poca distancia de la ciudad de  Córdoba. Por los avatares de la política debió vender en 1905 el campo “La Toma” de San Luis por un millón de pesos y el campo de Córdoba a Don Heriberto Martinez en doscientos cincuenta mil pesos.

Entre las propiedades que tuvo Irigoyen se encontraba la estancia “El Trigo” situada en la localidad de Las Flores en la Provincia de Buenos Aires, que fue hipotecada para pagar los quebrantos que había producido la Revolución de 1893. Luego no pudo levantar la hipoteca y debió vender urgido por las circunstancias. Otro bien importante que integró el patrimonio de Irigoyen fue el campo  “La Seña” situado en el Departamento Anchorena en la misma Provincia de San Luis, que fue conservado hasta su muerte, pero que también fue hipotecado para pagar alguna de las campañas  políticas del caudillo.

A la muerte de Don Hipólito, la hipoteca no había sido cancelada, de modo que la estancia fue comprada en la sucesión por una firma belga que pagó trescientos mil pesos, valor de la hipoteca. Precisamente en el juicio sucesorio de Irigoyen se denunciaron otros cuatro campos: 1) “Colonia La Delia” en Villa Mercedes con una superficie de 3400 hectáreas. 2) “Campo La Victoria” en Departamento Pedernera, también en San Luis de 6300 hectáreas de extensión. 3) “Campo Charlone”, en las inmediaciones de la capital puntana de 16000 hectáreas. 4) Por último: un campo  tomado en arrendamiento, denominado “Los Médanos” en la zona de Norberto La Riestra, Provincia de Buenos Aires.

Todos estos datos fueron reunidos por Félix Luna, el gran historiador de origen riojano, en nuestro modesto entender, uno de los más objetivos analistas de los hechos y las figuras del pasado.

Luna describe también el modo en que Irigoyen desarrollaba la actividad agropecuaria y se detiene en dos aspectos que ilustran la prudencia y al mismo tiempo la generosidad de este singular  productor. Destaca Luna que el líder radical no vivía en ninguna de sus estancias sino que las visitaba periódicamente en forma rotativa y cuando estaba en ellas no recibía allí a sus amistades.  Escuchaba y cambiaba opiniones con el personal y en su tiempo libre caminaba por el lugar. En la faz laboral, los encargados y peones recibían sueldos superiores a los que generalmente se  pagaban en aquellas épocas y hasta participaban en las utilidades que producían las explotaciones (3).

En el ejercicio de la Presidencia de la Nación, Hipólito Irigoyen envió al Congreso varias iniciativas vinculadas con la agricultura con distinta suerte. Entre los proyectos que lograron prosperar merecen destacarse una medida por la cual en 1921, se revocaron concesiones de ocho millones de hectáreas de tierra pública que habían sido adquiridas ilegalmente. Estas revocaciones  alcanzaron a la empresa Bunge y Born que había adquirido 200000 hectáreas en la Provincia de Salta. También se sancionó la llamada “ley del hogar” de protección de la vivienda e  inembargabilidad de los elementos de trabajo del agricultor. Se fomentó asimismo el crédito hipotecario rural en la Carta Orgánica del Banco respectivo lo que produjo una gran expansión de esta  entidad financiera. Se sancionó por último, la primera ley de arrendamientos rurales con el objeto de dar estabilidad al arrendatario, morigerar abusos en relación a los precios del alquiler y  reconocer adecuadamente el valor de las mejoras introducidas por el chacarero.

En contrapartida se proyectó sin concretarse el Banco Agrícola. Tampoco prosperó un impuesto temporario a la exportación cuyos fondos se destinarían a la adquisición de semillas, útiles de labranza y elementos de recolección a los agricultores carentes de medios para levantar la cosecha. Tampoco tuvo acogimiento legislativo un proyecto de “fomento y colonización agrícola-ganadera” tendiente a la subdivisión de los latifundios en lotes no mayores de cien hectáreas. Mucho menos avanzó el proyecto que en 1921 presentaron los diputados radicales Francisco Beiró y  Carlos Rodriguez por el cual el no uso de la tierra durante quince años determinaba su pase al Estado.

El recopilador de todas estas vicisitudes, Félix Luna a quien ya hemos citado, concluye el análisis de la política agropecuaria del Presidente Irigoyen afirmando: “la oportuna aprobación de estas iniciativas hubiera logrado, sino una reforma agraria de fondo, por lo menos un viraje fundamental en materia de tierras y trabajo rural. Pero el régimen defendió desesperadamente sus  privilegios con la complicidad de no pocos radicales y el noble empeño irigoyeneano por dar tierra a su pueblo y protección a sus labriegos, quedó frustrado” (4).

El derrotero de este trabajo nos lleva ahora a Juan B. Justo, médico eminente que en plena juventud dejó su profesión para combatir con toda su energía las causas sociales de la enfermedad y la pobreza. En 1894 creó el periódico socialista “La Vanguardia” y fundó el Partido Socialista en 1896. Colocado en esta posición, puede advertirse en Justo y en los socialistas la aparición del primer programa político integral para la Argentina del siglo veinte, al margen de que se estuviera de acuerdo o no con aquellas proposiciones.

La concepción socialista de Juan B. Justo fue siempre contraria a la toma violenta del poder, ya que propiciaba irrenunciablemente el camino de las urnas. Así lo recordaba su compañero y  discípulo Nicolás Repetto en el Congreso de la Nación en 1939 cuando decía que para Justo “lo urgente era aprovechar todas las oportunidades, aun las que ofrecían los malos comicios, para ir  explicando poco a poco al pueblo el valor del sufragio y la necesidad de darle un contenido, de hacerlo servir, no a los fines de libertades puramente abstractas sino a fines económicos, políticos y  sociales, mensurables y útiles para el pueblo” (5).

Todo ello en un marco que permitiera el mejoramiento gradual de la sociedad “sin sangre y sin violencia”. No ignoraba Justo el valor de la presencia del Estado en áreas fundamentales de la vida social como la salud, la educación, la justicia y el desarrollo de las empresas vinculadas a los servicios públicos, pero no era estatista, ya que su propuesta concebía como mejor posibilidad en este  campo a las cooperativas de usuarios y consumidores. Nos referimos a la telefonía, la electricidad, el transporte y otros servicios indispensables para la población. En el terreno de la salud Justo  complementaba la protección de la salud pública con la acción de las sociedades de socorros mutuos, o sea sencillamente las mutualidades que en su época formaban habitualmente las  colectividades residentes en nuestro país y aun los gremios o sindicatos de trabajadores.

Es sabido que Justo, Repetto, Palacios, Mario Bravo y tantos otros socialistas sentaron las bases del derecho del trabajo en la Argentina. Recordemos tan solo la ley de descanso dominical sancionada en 1905 a poco de incorporarse Alfredo Palacios al Congreso Nacional, la ley de accidentes de trabajo 9688 obtenida en 1915 y la ley 11729, régimen laboral de los empleados de  comercio sancionada en 1933 por inspiración del diputado socialista Silvio Ruggeri. Todo esto sin perjuicio de decenas de otras leyes laborales y previsionales dictadas entre 1905 y 1943 antes del  advenimiento del peronismo.

Diremos también que Juan B. Justo y el Partido Socialista presentaron por entonces a la sociedad argentina un claro programa para el campo, que lejos de proponer la explotación estatal o la  explotación colectiva de la tierra, se orientaba a establecer en el país un medio rural de chacareros productivos, integrados de manera asociativa y voluntaria en redes de pequeños y medianos propietarios.

Los proyectos parlamentarios de Justo fueron coherentemente elaborados en la dirección apuntada.

En 1917 Justo presentó su iniciativa fundamental que reiteró con algunos retoques en 1922. Al fundar su proyecto de impuesto al mayor valor del suelo, denunció lo que a su entender constituía un  acaparamiento de la tierra, demostrando, conforme al censo nacional de 1914, que la mayor parte de los hogares campesinos solo disponían del 15,73% de la superficie total explotada, mientras  que el 84,25% restante de la superficie aplicada a la producción, correspondía a campos de más de 500 hectáreas.

Analizó de manera particular el caso de la Provincia de Buenos Aires donde conforme al censo citado, había en esa época 176 propiedades de entre 10000 y 15000 hectáreas, 63 campos de entre 15000 y 20000 hectáreas, 18 estancias que tenían de 25000 a 30000 hectáreas y 31 campos de más de 30000 hectáreas. Encontró situaciones parecidas en la Provincia de Santa Fe, particularmente en los Departamentos 9 de julio, Vera y San Javier agregando que “lo mismo sucede en Córdoba, Entre Ríos, Corrientes, San Luis, Santiago del Estero y en las provincias  argentinas de producción agrícola intensiva” (6).

Como vía de transformación de la tierra, Justo descartaba la expropiación para colonizar y afloró allí claramente su proverbial prevención al estatismo preguntándose: “¿para qué colonización oficial, llena de riesgos, de fracasos y de corrupción y seguramente costosa, cuando el Estado tiene en el impuesto territorial el medio más eficaz de combatir el latifundio?”.

Para hacer posible los cambios que reclamaba, advirtió Justo que el impuesto “al mayor valor” o al “valor progresivo de la tierra” requería como paso inicial un sistema nacional y único de  valuación del suelo. Seguía en este sentido la experiencia australiana, país tanto o más federal que el nuestro en cuanto a su régimen político. El sistema único de valuación se proponía para que  actuaran jurados estables, con parámetros adaptados a cada realidad del territorio nacional pero cuidando evitar pautas distorsivas.

Este impuesto al mayor valor de la tierra suponía contemplar dos hipótesis diferentes. Por un lado que la tierra se encontrara carente de mejoras en cuyo caso se debía valuar el suelo de cada finca por su productividad posible, “suponiendo ese suelo explotado con la intensidad ordinaria en las aplicaciones corrientes del suelo en la localidad”. Es decir que en este caso se tenía en cuenta para  la valuación la capacidad productiva potencial de la finca.

Si la tierra tenía mejoras, la posición de Justo seguía en cierto modo la legislación de Nueva Zelanda, citada en el Proyecto, en el sentido de que el mayor valor de la tierra debía referirse a las mejoras efectivamente introducidas en el campo aunque según la legislación mencionada dicho valor no incluía “el trabajo hecho o el material usado en la tierra o para su beneficio por el gobierno o por cualquier corporación pública excepto en cuanto hayan sido pagados por el propietario u ocupante en forma de cuotas directas o por contribuciones directas”, en cuyo caso se supone que el  pago se corresponde con un mayor valor adquirido por la tierra (7).

Otro aspecto central del programa socialista para el campo, lo constituía la protección de los arrendatarios respecto al precio, el plazo razonable para asegurar la estabilidad de los contratos y el reconocimiento del valor de las mejoras introducidas por aquellos. En 1913, Justo presentó la iniciativa para que se indemnizara a los arrendatarios por las mejoras incorporadas en los campos,  norma que debía ser imperativa contra las cláusulas abusivas impuestas por los propietarios. Insistió en 1917, acerca de la necesidad de la indemnización de mejoras a los arrendatarios, aunque  agregando en el proyecto los plazos mínimos de duración de los contratos para conferir estabilidad, tanto al productor como a su grupo familiar (8).

En este repaso de la preocupación socialista por los contratos de arrendamiento rural, no podemos dejar de mencionar, un proyecto presentado por Nicolás Repetto a los pocos meses de la muerte  de Juan B. Justo ocurrida el 8 de enero de 1928. Se trató de un pedido de informes al Poder Ejecutivo para que brindara distintos datos a través del Ministerio de Agricultura, al efecto de  determinar el justo precio de los arrendamientos.

El pedido de informes tenía los siguientes ítems:

1.- Cosecha anual por hectárea de los productos ordinarios del lugar durante los últimos diez años en las principales regiones agrícolas del país.

2.- El precio medio anual de esos productos en la chacra durante esos diez años.

3.- El costo medio de producción por hectárea que comprenda:

a) Salario y manutención de quienes trabajan en la chacra; b) semillas; c) amortización del inventario; d) piezas de repuestos,  reparaciones, gastos de fragua; aceite, etc.; e) costo de las bolsas de la trilla y del desgranado; f) el interés del capital  empleado en la chacra; g) los seguros; h) los impuestos a cargo de los arrendatarios (9).

El tercer aspecto trascendental del “programa socialista para el campo” ha sido la cooperativa agraria, instrumento dedicado al aprovisionamiento de insumos y alimentos y para la actividad y  obtención de otros bienes para el confort del productor y su familia o bien para la comercialización en común de los productos agropecuarios. Mejor aun si la misma entidad asume carácter  integral y cubre toda la variedad de necesidades derivadas de la vida rural.

A partir del año 1921 Justo reiteró proyectos de reglamentación legal de las cooperativas de modo que sus opiniones fueron gravitantes en la que constituyó la primera ley en la materia nº 11388  sancionada por consenso parlamentario a través de una comisión que integró el también legislador socialista Mario Bravo. Todo ello en 1926.

Llega ahora el momento de contar cómo Juan B. Justo, más allá de su activísima vida política, fue también un hombre de campo y amante de la naturaleza, que llegó como productor rural a  nuestra provincia luego de haber tenido una chacra en Junín, Provincia de Buenos Aires.

Cancelada ya hacía tiempo su relación con la medicina y dos años antes de llegar como diputado al Congreso de la Nación, compró a fines de 1910, en condominio con Nicolás Repetto, su  compañero, amigo y concuñado, un campo de 1053 hectáreas. La propiedad se encontraba a cinco kilómetros al este de la estación de Tío Pujio y 22 kilómetros al norte de la ciudad de Villa María.  Se organizó la actividad dividiendo la tierra en dos partes: 550 hectáreas dotadas de bordes arbolados permitieron que allí se construyeran y refaccionaran distintos inmuebles e instalaciones de  modo que se localizara una casa habitación para los dueños, casas para el personal, molino con tanque australiano, huerta, galpón de chapa de cinc de 10 metros por 30, taller de herrería, cuarto  de monturas, corral para la hacienda y porquerizas. El perímetro de esta fracción fue alambrado y parcialmente dividido en potreros con sus bebederos correspondientes.

Las 503 hectáreas restantes fueron también fraccionadas en cuatro chacras otorgadas en arrendamiento fijándose como precio el 22% de la cosecha.

Durante la primera etapa el campo fue administrado personalmente por Juan B. Justo hasta que en 1915 sus múltiples requerimientos partidarios y parlamentarios, lo obligaron a delegar esa tarea  en Repetto. En ese período inicial la producción de propietarios y arrendatarios se orientaron al trigo, el maíz, la alfalfa, el lino, ganadería vacuna y porcina, leche, queso y carbón de leña  (10).

La administración de Nicolás Repetto se extendió desde 1915 a 1928, año de la muerte de Justo. Este último suceso obligó a Repetto retirarse de la administración y establecerse a tiempo completo en Buenos Aires, como sucesor de Justo en la conducción de su partido.

Los años en que Repetto estuvo al frente del campo, no solo fueron de fecundas labores productivas, sino también de importantes realizaciones sociales que dejaron huella en la zona. La esposa del Dr. Repetto, la maestra Fenia Chertkoff organizó exitosamente una escuelita para los chicos de las chacras vecinas, hasta que luego, por iniciativa de los mismos Justo y Repetto se abrió en la zona la Escuela Nacional nº 127 de educación primaria. La misma Fenia Chertkoff abrió una biblioteca para uso de los alumnos denominada “Biblioteca Juventud Agraria” e impulsó con su marido la  creación de la cooperativa de consumo en que participaron las familias instaladas en el lugar y en otros campos vecinos (11).

La creación formal de la cooperativa estuvo precedida de varias conferencias de Repetto para explicar las ventajas del sistema.

Con sencillas palabras Repetto sintetizaba su pensamiento: “el servicio que prestaba la cooperativa es doble: les sirve a los agricultores para proveerse de los artículos de consumo destinados al hogar, para comprar semillas, implementos agrícolas, vehículos y animales de trabajo y muy especialmente para vender en común el trigo, el maíz, el lino, las papas, la fruta, etc.; también el  crédito y el seguro solidario” (12).

También en esos años, Justo dio una conferencia vinculada con los contratos de arrendamiento donde resumió su conocida opinión en varios puntos principales: cuatro años como duración mínimo del arrendamiento, derecho a la indemnización por las mejoras realizadas por el arrendatario, inembargabilidad de implementos agrícolas y animales de trabajo. Por último: libertad del arrendatario para elegir el colocador de sus productos.

Esta preocupación de Justo por los arrendatarios y pequeños productores lo llevó a apoyar el célebre grito de Alcorta de 1912 y la gran huelga agraria de 1919, movimientos que enfrentaron los abusos en los contratos de arrendamiento corrientes en la época y los incumplimientos de los comerciantes y acopiadores con quienes les habían vendido o entregado los cereales (13).

Llegamos por fin a Lisandro de la Torre, el último de los grandes argentinos evocados en este trabajo, extraordinario tribuno santafesino que nació en Rosario el 6 de diciembre de 1868.

Con solamente 20 años de edad se recibió de abogado en 1888 e inmediatamente presentó su tesis doctoral sobre el régimen municipal. Al igual que Irigoyen y Justo participó de la llamada  Revolución del Parque de 1890 y se incorporó inicialmente al radicalismo que se hallaba en formación. Se alejó de esta militancia en 1897, disgustado por el personalismo que creía advertir en  Hipólito Irigoyen y por la falta de un mayor desarrollo programático de la Unión Cívica Radical. La relación con Irigoyen se deterioró de tal manera, que De la Torre terminó batiéndose a duelo  con el incipiente caudillo popular.

Después de este episodio, De la Torre se alejó transitoriamente de la actividad política partidaria dedicándose a la explotación de una fracción de campo en Barrancas, no lejos de Rosario, que su padre le había donado en 1894. Con habilidad de buen hombre de negocios, Lisandro logró incrementar las dimensiones de su propiedad hasta alcanzar las cinco mil hectáreas en el año 1910 (14).

Mientras tanto en 1908 había retomado la acción cívica fundando la Liga del Sur, agrupación política que pronto alcanzó predicamento en Rosario, Casilda y Venado Tuerto principalmente.

Como síntesis de los orígenes de la Liga del Sur, puede afirmarse que era una agrupación formada en defensa de las autonomías municipales en contra del localismo absorbente de la ciudad de  Santa Fe y como una derivación de ese objetivo reclamaba que se concediera a cada distrito rural el derecho de elegir por el voto de los vecinos nacionales y extranjeros, las autoridades policiales,  la Comisión de Fomento, la Justicia de Paz y un Consejo Escolar.

Se advierte en este postulado, la influencia que había tenido en De la Torre un viaje a Estados Unidos un tiempo antes de la creación de la Liga del Sur. En aquel país, el carácter electivo de las instituciones mencionadas ya era una práctica generalizada.

En el mismo programa se propiciaba el reconocimiento explícito de la autonomía municipal para las ciudades de Rosario y Casilda, el carácter electivo de los Intendentes y una nueva ley electoral municipal que estableciera la representación de las minorías. Asimismo en el plano de la política tributaria se postulaba el reconocimiento a cada localidad de un tanto por ciento de la  contribución directa que se recaudara en ellas es decir que parte de lo recaudado debía quedar para las rentas locales. La mentada Liga del Sur le posibilitó a Lisandro obtener una banca en 1911  como diputado provincial por el Departamento San Lorenzo y en 1912 llegar al Congreso como Diputado Nacional por Santa Fe (15). En ese carácter uno de sus proyectos más destacados se refería  justamente a la agricultura y consistía a grandes rasgos en un plan de adquisición de tierras por el Estado con destino al posterior fraccionamiento y venta a largo plazo.

En 1914 se disolvió la Liga del Sur y se creó el Partido Demócrata Progresista, que aún hoy tiene relativa presencia legislativa y municipal en la Provincia de Santa Fe. El nuevo partido recogió los principios municipalistas de la Liga, pero agregó diversos postulados de defensa de la producción agropecuaria en general y a poco de andar, el auspicio de la neutralidad religiosa del Estado, el  cooperativismo y el mutualismo que habría de alejar a los adherentes más conservadores de la agrupación.

El 1916 terminó el primer mandato de Lisandro, como diputado. Su partido lo elige candidato a Presidente de la República pero es derrotado por Hipólito Irigoyen. Después de este comicio, es cuando se dividieron las aguas en el Partido Demócrata Progresista como lo hemos explicado.

El partido tomó entonces un perfil de centro izquierda y su plataforma tuvo una fuerte gravitación en la asamblea que sancionó la nueva Constitución de Santa Fe en 1921. En una de sus más  resonantes decisiones, la Asamblea Constituyente consagró la neutralidad religiosa del Estado con una cláusula que decía que “la Legislatura no dictará leyes que protejan ni restrinjan culto  alguno”. Hay que acotar que esta Constitución fue inmediatamente vetada por el gobernador radical Enrique Mosca (16).

En 1922, con las filas de su partido renovadas y con una orientación que hacía honor a su nombre, De la Torre fue electo por segunda vez diputado nacional por Santa Fe y nuevamente las cuestiones vinculadas a la agricultura y la ganadería ocuparon un lugar destacado en sus inquietudes parlamentarias. En ese sentido se manifiesta el proyecto de promoción de las cooperativas  ganaderas, la iniciativa para expropiar los frigoríficos extranjeros que realizaban prácticas monopólicas en detrimento de los productores argentinos y la comisión especial de protección de los  obreros de la industria azucarera (17).

En el mismo período fue muy interesante la intervención que tuvo Lisandro en defensa de la industria yerbatera argentina en el mes de diciembre de 1924, ante una rebaja infundada del 30 por ciento en los derechos de importación de las yerbas brasileñas. De la Torre logró demostrar que no había en los productores de nuestro país ninguna conducta especulativa y ninguna justificación  en el mercado o en los precios locales como para que se tomara tan desafortunada decisión (18).

En 1925, prematuramente cansado de las adversidades de la política, Lisandro renunció a la banca, se alejó de las luchas cívicas y se dedicó exclusivamente a la explotación de su campo de Pinas situado en la Provincia de Córdoba y extendido hasta la vecina La Rioja, donde permaneció hasta el año 1931. Promediando este año, fue convocado por la Alianza Civil Demócrata Progresista-  Socialista para enfrentar como candidato a Presidente, al General Agustín P. Justo, candidato de la Concordancia compuesta por el Partido Conservador y sendas escisiones de los radicales y los  socialistas, encontrándose vetados los candidatos de la Unión Cívica Radical lo que precipitó la abstención de esta última agrupación.

De la Torre aceptó la candidatura presidencial llevando como compañero de fórmula al Dr. Nicolás Repetto con el fin de derrotar a lo que aparecía como la continuidad electoral de la dictadura del General Uriburu y además con el compromiso de devolver la legalidad del radicalismo.

En noviembre de 1931, la Alianza Civil fue vencida en muy cuestionados comicios con serias denuncias de fraude, pero la Democracia Progresista con apoyo socialista obtuvo la gobernación de Santa Fe y Lisandro fue designado Senador Nacional por la Legislatura local.

De este modo el gran tribuno se incorporó al Senado de la Nación en febrero de 1932 y este fue el último escenario de su agitada y a la vez brillante vida pública.

En este período, ya en el primer año de su mandato y en relación a la agricultura debe intervenir en defensa de los productores de tomate.

Se trataba de un convenio de reciprocidad con Chile por el cual De la Torre debió interpelar al canciller argentino Dr. Saavedra Lamas.

Dijo allí De la Torre entre otras las siguientes palabras: “cuando el señor ministro dio a los diarios el convenio de reciprocidad concluido con Chile, en el cual solo se habla de una rebaja del 50% de derechos a determinados artículos chilenos, nadie supuso que tenía otro alcance que ese; y en tales condiciones, salvo la rebaja de derechos a las maderas chilenas que hacen competencia a las maderas argentinas, y de otras rebajas a las legumbres secas o enlatadas, no se afectaban en realidad intereses fundamentales de la producción nacional. Pero el señor ministro, al mismo tiempo,  aunque sin darlo a conocer a los diarios, pasaba una nota a su colega de Hacienda, comunicándole la conclusión del convenio y que las concesiones hechas a Chile, debían hacerse extensivas a los  artículos de producción italiana, francesa o inglesa, comprendidos dentro de la enumeración del convenio, en virtud de la cláusula de la nación más favorecida. Y sin más ni más, sin llevar siquiera  el asunto a un acuerdo de gabinete, desde el mismo día en que se pasó la nota, se aplica la rebaja del 50% a las mercaderías inglesas, francesas e italianas enumeradas en el convenio, que se  encontraban ya en los depósitos de la aduana y se aplicará a los que vienen en viaje”.

En otro pasaje de su exposición De la Torre denunció las prácticas proteccionistas “exorbitantes” de los gobiernos de Francia e Italia, esta última gobernada entonces por Benito Mussolini (19).

Destacamos esta posición de De la Torre, en los casos de la yerba y el tomate porque en torno a los problemas de las limitaciones de los productores e industriales de aquellos años, el pensamiento de De la Torre ha sido más realista que el de Juan B. Justo.

El líder socialista era un ferviente partidario de la eliminación de las barreras aduaneras, especialmente tratándose de la canasta alimentaria de los trabajadores.

Ello así como desafío a los industriales y productores atrasados en relación a las técnicas de la época.

Esta posición era asumida por Justo, desde la preocupación por el salario real de los trabajadores frente a la carestía de los precios locales, noble finalidad sin duda alguna. Pero en rigor no era posible antes, ni es posible ahora concurrir al comercio internacional dejando de lado los inevitables y lentos procesos de reconversión industrial que deben planificarse como tampoco puede  soslayarse la necesidad de un intercambio justo e integrador. Esta crítica no disminuye el valor moral e intelectual de Justo, gran figura del socialismo contemporáneo que dio en su vida  permanentes pruebas de probidad y compromiso con la sociedad en que desarrolló su acción política.

Durante el período en que Don Lisandro fue Senador Nacional, le cupo una extraordinaria actuación en la Comisión Investigadora del Comercio de Carnes donde presentó un célebre despacho a  partir de algunos hechos que eran reconocidos incluso por los senadores oficialistas integrantes de la comisión Landaburu y Serrey. En efecto: no había discrepancias con De la Torre en admitir la  existencia de un monopolio de frigoríficos extranjeros que manejaban el comercio de carnes en su beneficio. Tampoco había disidencias en torno al hecho de que estos frigoríficos se resistían a  presentar sus contabilidades fuertemente sospechadas de infringir distintas normas legales. No se dudaba en reconocer que estos frigoríficos obtenían ganancias exorbitantes y que no existía  ninguna relación entre los precios con que compraban a los productores y los precios de venta en el exterior.

Lo realmente importante eran las propuestas que sobre el problema formuló el tribuno santafesino.

1º) Renegociar el convenio de Londres, celebrado entre Argentina e Inglaterra de manera que no excluya a los proveedores y exportadores argentinos.

2º) Intervención del Estado argentino para otorgar permisos de exportación a las empresas frigoríficas que acrediten prácticas de equidad comercial.

3º) Establecer normas de protección para los ganaderos argentinos para asegurar la equidad de la comercialización de sus productos.

4º) Obligación de los frigoríficos extranjeros respecto a la exhibición de su contabilidad, declarar sus ganancias y pagar los impuestos a los réditos que correspondan; asimismo, mejorar las viviendas y sueldos de los obreros.

5º) Pasar los antecedentes a la justicia para investigar los beneficios que obtienen los frigoríficos Anglo, Swift, Armour, La Blanca, La Negra, Wilson y Smithfield sobre el manejo de divisas y la falta de control del pago del impuesto a los réditos por parte de dichas empresas.

6º) Condenar el hecho de que el Poder Ejecutivo Nacional permita a los frigoríficos extranjeros que compiten con los argentinos, compensar sus pérdidas globales con las ganancias que obtienen en nuestro país eximiéndoseles en tales casos del pago de impuestos (20).

En el contexto de aquel debate de las carnes como se lo conoció periodísticamente, De la Torre fue agredido por la bancada oficialista con vituperios sistemáticos y cuando era inminente una agresión física se interpuso en la batahola el joven y talentoso correligionario de Lisandro, Enzo Bordabehere, Senador Nacional por la Provincia de Santa Fe. En tales circunstancias se escuchó un disparo y Bordabehere cayó herido de muerte. Este hecho afectó profundamente a De la Torre, quien tenía por su joven colega, un afecto paternal.

La tragedia del crimen en el senado de la Nación y la pérdida de su campo de Pinas, ubicado en su mayor medida en la Provincia de Córdoba, aunque tocaba la Provincia de La Rioja, precipitaron el final del gran tribuno santafesino. Decepcionado de la política renunció a su banca de senador en 1937. En los años siguientes incursionó en la reflexión filosófica desde su perspectiva agnóstica y enfrentó con su capacidad de gran polemista las impugnaciones ideológicas y personales que le opuso el sacerdote Gustavo Francheschi, admirador de la sublevación franquista en España. Pero  al margen de este último rapto de pasión intelectual, De la Torre también como Bordabehere estaba herido de muerte al menos en su espíritu.

En diciembre de 1938, cumplió setenta años y aceptó el agasajo de sus múltiples amigos; pero la decisión estaba tomada. En su interior De la Torre percibió que su misión existencial había  concluido y puso fin a su vida el 5 de enero de 1939. Dejó una conmovedora carta de despedida para ese calificado y numeroso grupo de personas que lo acompañaron hasta el final, entre quienes  se destacó su discípulo y sucesor político en el Partido Demócrata Progresista, el Dr. Luciano Molinas, ya por entonces ex gobernador de la Provincia de Santa Fe.

Veamos ahora cuál ha sido el arraigo que Don Lisandro tuvo con la Provincia de Córdoba, como productor agropecuario, pero anticipemos que al margen de algunas opiniones escépticas sobre sus  condiciones, no fue un improvisado en la materia. Ya hemos visto que De la Torre había recibido de su padre un campo en Barrancas, no lejos de la ciudad de Rosario, el que fue exitosamente explotado más allá de que luego redujera sustancialmente esa propiedad, obligado a vender gran parte de ella, por su temprana dedicación a la política.

El reconocimiento social de sus aptitudes posibilitó que entre 1907 y 1912, De la Torre fuera elegido sucesiva o contemporáneamente, Presidente de la Sociedad Rural de Rosario, Presidente de la Comisión local de la Defensa Agrícola y Presidente del Primer Directorio del Mercado de Hacienda (21).

Al parecer Lisandro comenzó a enamorarse del campo de Pinas, en uno de los viajes que hizo a Estados Unidos.

En el barco que lo trasladaba, tuvo como compañero de viaje al inglés Santiago Lawry que había sido dueño del campo hasta el año 1908.

Raúl Larra describe el enorme campo de Pinas ubicándolo en el departamento Minas de la Provincia de Córdoba; se extiende desde la sierra de Guasapampa hasta los límites con La Rioja, y abraza  hacia el sur el departamento Pocho. Agrega que “el casco se yergue próximo a la costa de Guasapampa, en medio de un panorama diverso y exuberante. Altos árboles bordean el perímetro  de las casas. Un bosque tupido y virgen se prolonga en toda la línea del horizonte. Montes de jarilla y pencas, barbas de tigre y pichanilla crecen y se confunden con maderas útiles, pasta de carbón  que infunde vida y color a máquinas y ambientes hasta disolverse en ceniza. Naturaleza altiva y áspera, comunión sagrada de la piedra y el árbol, de la sierra y el bosque, es Pinas singular retiro  que ostenta una historia en la existencia de la región que ocupa” (22).

El mismo Larra refiere la historia del campo. En principio se trató de un “asilo de matreros y montoneras desde el colapso revolucionario de mayo”. Ya en épocas más pacíficas se asentó en el lugar  “el sacerdote Juan Felipe Singuney quien comenzó en 1883 la construcción de un oratorio que habría de inaugurarse cinco años después. Luego vino un período de “posesión promiscua de  un pariente del cura, una vez fallecido éste, con algunos criollos que levantaron allí sus ranchos”. Santiago Lawry ocupó más tarde el campo transformándolo en estancia (23).

Queda todavía por decir, acerca de la cronología de estas tierras, que durante todo el siglo diecinueve fueron objeto de relatos esotéricos y búsquedas ansiosas de supuestos tesoros escondidos. El  Dr. Ernesto S. Castellano, autor de una bella obra acerca de diferentes episodios del oeste cordobés, refiere que “los aparecidos surgían al fondo de la gran estancia de Pinas que entra en La Rioja con entorno de algarrobos y quebrachos. Los aparecidos han asustado a muchísimos viajeros y ocasionado disparadas en los arreos. Los aparecidos no son ataja caminos ni vampiros que vuelan  sin ruido asustando. Son altos fantasmas de hábitos talares, negros, que se deslizan silenciosos de uno a otro árbol”.

Agrega Castellano que “el escalofrío del miedo corre por la espalda de los arrieros que sacuden las muelas, clavan las espuelas y atropellan batiendo los ponchos”.

Continúa diciendo que “vuelta la hacienda a la huella, restablecida la calma, Manuel Salguero, mentado capataz, alto, moreno, delgado de barba rala y entrecana aconsejaba: no se asusten  muchachos, son ánimas en pena de las viejas guerras” (24).

Con respecto a la obsesión de paisanos y también de extranjeros andariegos en pos de los hipotéticos tesoros, el mismo De la Torre en carta a su capataz desde Buenos Aires manifiesta: “en toda la  sierra se pasan la vida buscando tapados y jamás han encontrado ninguno que yo sepa. La mayor destrucción que tiene el oratorio de Pinas proviene de los que buscan tesoros después que Lawry despobló” (25).

Luego del retiro de Lawry se sucedieron varios dueños hasta que por fin la propiedad fue adquirida por Don Lisandro en 1908, aunque la entrega de la posesión del campo recién se materializó en  1917. Es posible que la “compra” de 1908, haya consistido en un boleto de compraventa, ya que para Bernardo Gonzales Arrili, otro estudioso de esta historia, el negocio se perfeccionó en 1916, sobre una extensión de 68216 hectáreas, actuando como vendedor el Banco Español que debía recibir por todo concepto la suma de 970.000 pesos lo que equivalía a un precio básico de 12 pesos la hectárea (26).

Asimismo anota Larra que cuando De la Torre tomó posesión del campo “el oratorio estaba abandonado y en decadencia cuyo valor de monumento se aplicó en conservar”. Es la demostración cabal de que debajo de un carácter superficialmente árido y de una inteligencia claramente escéptica en materia religiosa, habitaba un alma sensible ante la presencia del arte y la espiritualidad  ajena (27).

Los comienzos de la explotación fueron sumamente duros. Para la opinión generalizada el campo carecía de aptitudes para la agricultura y la ganadería a las que apostaba Lisandro. En cambio el  aprovechamiento del bosque era un negocio seguro porque dentro de la propiedad había quebracho y algarrobo que eran maderas excelentes.

En medio de estas dificultades que se manifestaron en los primeros años de la explotación, apareció el Dr. Aníbal I. Viale, médico de Rufino, quien puso capital y se asoció a De la Torre para el aprovechamiento del bosque de Pinas. Se armó un obraje consistente en un “buen aserradero con máquinas flamantes. Se hicieron allí postes, durmientes y varillas de quebracho que se vendían  muy bien en toda la región cuyana. Con los desechos quedaba leña para quemar por toneladas”. La hacienda y la cultura de la tierra eran de exclusiva pertenencia de Don Lisandro (28).

Uno de los primeros problemas que De la Torre debió enfrentar fue la carencia permanente del agua, a cuyo efecto se abrieron pozos de profundidad en varios rincones del campo pero aun así la  extracción resultaba limitada y apenas alcanzaba para cubrir las necesidades más urgentes.

El empecinado Lisandro subió la apuesta con más de cuatro mil metros de caño traídos de Alemania y organizó un “sistema de regadío acoplado a la instalación de molinos de viento y tanques australianos”. Allí sí se alcanzó en cierto modo un milagro (29). Se multiplicaron los árboles frutales alrededor del caserío: parrales, naranjos, higueras, palmeras de dátiles y hasta plantaciones de  sandías. Se trasplantaron vástagos de olivos y al cabo de algunos años llegaron las aceitunas. Se cultivó el trigo y el maíz pero solo se consiguió la proporción necesaria para el consumo interno. Tal  vez el momento de mayor plenitud y desarrollo de la estancia tuvo lugar a partir de 1925 cuando Lisandro, cansado del ajetreo político renunció a su banca de diputado nacional y se dedicó  exclusivamente a la explotación hasta mediados de 1931, en que aceptó la candidatura presidencial de la alianza demócrata progresista-socialista.

Llegó a haber en el campo doce mil cabezas de ganado, maduraron las naranjas, los higos, las uvas y los dátiles, estallaron los olivares pródigos en aceitunas, que Lisandro muestra orgulloso a algún visitante descreído de la hazaña (30).

González Arrili coincide con la visión de este desarrollo: todos sabían que aquellas tierras no eran aptas para la uva; él probó que sí lo eran. Nadie sembraba trigo porque el lugar no servía: él  cosechó espigas espléndidas y molió su grano y comió pan amasado con su harina. El maíz nacía triste y enfermo, apolillándose en la panoja; él trajo semilla de “pedigree”, cuidó personalmente de  la plantación y obtuvo choclos que se hicieron famosos en muchas leguas alrededor.

Cosechó naranjas muy dulces y dátiles de carozos de fruta que él mismo llevó. Contra todos los pronósticos logró cosechar aceitunas. En esos años De la Torre pasaba mucho tiempo en la estancia, aunque también viajaba periódicamente a Rosario, su tierra natal y a Buenos Aires por asuntos relacionados con la marcha de sus negocios. El tren de regreso a Pinas lo dejaba en Serrezuela. Allí lo esperaba uno de sus colaboradores que inmediatamente lo llevaba en auto al campo atravesando “veinticinco kilómetros de camino arenoso” situados en la punta de las salinas grandes (31).

En esos años felices para Don Lisandro, más allá de la austeridad de sus exteriorizaciones lo gratificaban las visitas de sus sobrinos de Rosario que venían al campo a pasar sus vacaciones, como así la presencia de sus amigos más dilectos, uno de ellos su discípulo y amigo, luego inmolado en su defensa, Enzo Bordabehere, recordado por Ernesto Castellano porque organizaba cacerías de jabalíes en el Río Don Diego de Pinas (32).

La alegría serena y silenciosa de Lisandro lamentablemente no iba a durar mucho tiempo. Ya en 1929 había advertido algunas maniobras dolosas de su socio, tendientes a perjudicarlo quien  anticipándose a la reacción de De la Torre, ocultó bienes a través de testaferros.

La ruptura definitiva con Viale se produjo en 1931 de manera que este hecho fue coincidente con el ofrecimiento de la candidatura presidencial que le comunicara por telegrama el Dr. Alfredo  Palacios en nombre de los partidos involucrados en la entonces llamada “Alianza Civil” impulsora de la fórmula Lisandro De la Torre – Nicolás Repetto. El gran tribuno santafesino, por su parte,  respondió al ofrecimiento aceptándolo con otro telegrama, despachado desde el correo de la pequeña localidad de Ciénaga del Coro (33).

Entre tanto su ex socio atacó a De la Torre por los diarios con acusaciones espectaculares aunque carentes de todo sustento por lo que De la Torre debió responder en forma pública en un  momento políticamente inoportuno, lo que fue explotado vanamente por sus adversarios políticos. El prestigio de De la Torre era muy grande y la Alianza Civil, acorralada por el fraude y sus  propias limitaciones en casi todo el país, ganó sin embargo en la Capital Federal y Santa Fe e hizo una digna elección en Córdoba, es decir en los tres distritos donde se votó con mayor normalidad.

En la prosecución del pleito con Viale, el fallo de un tribunal arbitral resultó favorable a De la Torre, ante lo cual aquel, vencido en el pleito se quitó la vida (34).

Entre tanto tras los comicios ya mencionados que tuvieron lugar el 8 de noviembre de 1931, De la Torre fue elegido Senador Nacional por la Legislatura de Santa Fe. Contemporáneamente la sequía comenzó a hacer estragos en la zona de Pinas, situación que se prolongó durante los años 1932, 1933 y 1934 de manera tal que luego de visitar la estancia por última vez en agosto de 1934,  se dispuso al menos íntimamente a desprenderse de la propiedad que tanto amaba. Nunca había cancelado la deuda con el banco que le vendiera la estancia, la producción había cesado por  completo y De la Torre en medio de sus renovadas vicisitudes políticas, llegó a la conclusión de que correspondía entregar la propiedad en pago de la deuda.

Su noble capataz, el criollazo José Bustos le ofreció los ahorros modestos de su familia, gesto que De la Torre rechazó diciéndole a Bustos con tristeza: “como no he de volver más a Pinas, todo lo que he dejado allí es inútil y se lo regalo: ropa de uso, ropa de cama, colchones, camas, etc. Deje en todo caso algo para el caso que dos personas puedan ir a recibirse del campo cuando quede por  cuenta de otros. Las llaves de los roperos están en su poder. Si hay algo que puede servirles a Venancia o a los peones se los da”. Venancia a quien se refiere De la Torre fue la cocinera del  establecimiento durante muchos años (35). A pesar de su carácter reservado y tal vez poco demostrativo con su personal, tenía por sus colaboradores mucho afecto y hasta donde pudo trató de que  nada les faltara.

En horas previas al 6 de enero de 1939, en que pusiera fin a su vida en un acto de desolación absoluta, escribe una carta explicativa a sus numerosos amigos y otra para su capataz que dice así: “Mi  estimado José: en el momento de poner fin a mi vida siento la necesidad de agradecerle los veintidós años de servicios ejemplares, tanto por la honradez de su conducta como por su capacidad. Si mi desaparición no causa perjuicio a nadie, la muerte no me asusta y me será perfectamente grata. Usted continuará allí, seguramente con el que resulte nuevo propietario. Despídame de  Valentino, Alberto y demás chicos, de Montoya y de Venancia y de los viejos puesteros de la que fue la gran estancia de Pinas que tuvo en el año 1930, once mil quinientas cabezas, grandes y  chicas. Un abrazo de L. De la Torre”.

Don Lisandro pues no murió por ausencia de afectos, que bien los supo cosechar, tanto en el nivel político y cultural en que actuaba, como entre las personas humildes que trabajaban a sus órdenes. Su muerte respondió a la desilusión que le causaba el estado de la República, socavada en su soberanía y corroída por el fraude electoral, como también por la otra desilusión: haber  perdido el campo de Pinas.

Esa propiedad fue adquirida poco después por Juan Manubens Calvet, domiciliado en Villa Dolores, quien por su tenacidad y permanente presencia, la hizo resurgir de tal manera que constituyó muy pronto uno de los bienes más importantes de su cuantiosa fortuna, cuyo destino después de su muerte acaecida en 1981, aún se discute en los estrados judiciales.

Para concluir este trabajo volvamos a Sáenz Peña para recordar que trabajó honradamente un campo del suegro mucho antes de alcanzar el poder. Volvamos a Irigoyen para tener presente que vendió su tierra cordobesa por necesidades de la acción política. Volvamos a Juan B. Justo que murió lejos de Tío Pujio en medio de los fragores de las luchas parlamentarias. Volvamos por último  a Lisandro De la Torre, ciudadano ejemplar como los otros mencionados, vencido al cabo por la sequía pertinaz de su tierra soñada y por los dramáticos sucesos que le tocó vivir en el Senado de la  Nación. Cuatro vidas austeras e inspiradas que en distintos momentos y lugares honraron la agricultura de Córdoba.

Octubre de 1017.

1. SÁENZ QUESADA, María: Roque Sáenz Peña: el presidente que forjó la democracia moderna. Editorial Sudamericana, Buenos Aires, 2014, pág. 214/216.

2. SÁENZ QUESADA, María: ob. cit. Págs.. 210/211.

3. LUNA, Félix: Irigoyen. Editorial de Belgrano, Buenos Aires, 1981, págs.. 57/59.

4. LUNA, Félix: ob. cit., págs.. 242/245.

5. Discurso en “Homenaje a Lisandro De la Torre, Hipólito Irigoyen y Juan B. Justo”, Cámara de Diputados de la Nación. Sesión del 16 de enero de 1939 en: Nicolás Repetto, legislador desde el  socialismo, Prólogo de Víctor García Costa, publicación del Círculo de Legisladores de la Nación Argentina, Buenos Aires, 1999, pág. 41.

6. Proyecto del impuesto al mayor valor del suelo. En: Juan B. Justo, la lucha social en el parlamento, Prólogo de Dardo Cúneo, publicación del Círculo de Legisladores de la Nación Argentina,  Buenos Aires, 1998, págs.. 72/89.

7. “Proyecto de sistema de valuación nacional del suelo”, en publicación citada págs.. 89/93 (Juan B. Justo).

8. Proyectos de reformas sobre plazos y régimen de mejoras en el contrato de arrendamiento rural en publicación citada págs.. 26/28 (Juan B. Justo).

9. REPETTO, Nicolás. Mi paso por la agricultura, Santiago Rueda Editor, Buenos Aires, 1959, págs.. 198/200.

10. REPETTO, Nicolás. Ob. Cit. Págs.. 18/20.

11. REPETTO, Nicolás. Ob. Cit. Págs.. 41/46.

12. REPETTO, Nicolás. Ob. Cit. Págs.. 64/69.

13. Cronología y proyectos de Juan B. Justo recopilados por Dardo Cúneo en “Juan B. Justo y la lucha social en el parlamento “Círculo de Legisladores”, etc. págs.. 23 y 28.

14. LARRA, Raúl: Lisandro De la Torre, Biblioteca Argentina de Historia y Política, Editorial Hyspamerica, Buenos Aires, 1988, págs.. 88/89.

15. LARRA, Raúl, ob. cit. Págs.. 133/134.

16. GONZALES ARRILI, Bernardo, Vida de Lisandro De la Torre, Editorial Los libros del Mirasol, Buenos Aires, 1962.

17. DECARA, José Eduardo. En: “Lisandro de la Torre. Fiscal de la Patria”, publicación del Círculo de Legisladores de la Nación Argentina, Buenos Aires, 1998, pág. 20.

18. Intervención del Dr. De la Torre en defensa de la industria yerbatera, Cámara de Diputados de la Nación, Sesiones del 10 y 17 de diciembre de 1924, publicación citada, págs.. 54/58.

19. Intervención del Dr. De la Torre en defensa de la industria del Tomate, Cámara de Senadores de la Nación, Sesiones del 21 de noviembre y 6 de diciembre de 1932, publicación citada, págs. 60/64.

20. Intervención del Dr. De la Torre en el llamado “debate de las carnes”, Cámara de Senadores de la Nación. Sesión del 27 de mayo de 1935. Despacho formulado en minoría. Colección citada,  págs.. 73/88.

21. LARRA, Raúl, ob. cit. Pág. 89.

22. LARRA, Raúl, ob. cit. Págs.. 218/219.

23. LARRA, Raúl, ob. cit. Pág. 219.

24. CASTELLANO, Ernesto. “Tradiciones del Oeste Cordobés, Segunda Parte”.

25. LARRA, Raúl, ob. cit. Pág. 219.

26. GONZALES ARRILI, Bernardo, ob. cit. Pág. 92.

27. LARRA, Raúl, ob. cit. Pág. 219.

28. GONZALES ARRILI, Bernardo, ob. cit. Págs.. 116/117.

29. LARRA, Raúl, ob. cit. Pág. 221/222.

30. LARRA, Raúl, ob. cit. Pág. 227.

31. GONZALES ARRILLI, Bernardo, ob. cit. Pág. 92.

32. CASTELLANO, Ernesto, ob. cit. Pág. 46.

33. GONZALES ARRILLI, Bernardo, ob. cit., págs..118/119.

34. GONZALES ARRILI, Bernardo, ob. cit., pág. 183.

35. GONZALES ARRILI, Bernardo, ob. cit. Pág. 188.

Publicado en Hojas de Cultura. 2020. Compilación de una Experiencia. Capítulo II. Hojas de Historia. Editorial Brujas. Córdoba. Argentina.

Gustavo Orgaz

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Doctor en Derecho y Ciencias Sociales por la Universidad Nacional de Córdoba.
Ex Juez Civil y Comercial en Córdoba.
Ex Profesor de la Universidad Nacional de Córdoba. Fue Titular de la Cátedra de Contratos y ex Profesor de Posgrado en la Maestría de Derecho Civil Patrimonial. Ex profesor de Derecho Deportivo, siempre en la misma Universidad.
Ex integrante del Departamento de Derecho Civil de la Academia de Derecho en Córdoba.