Esta es una historia verídica de cómo se evitó que la pintoresca ciudad alemana de Heidelberg quedara reducida a escombros durante la Segunda Guerra Mundial cuando el avance de los ejércitos aliados en territorio alemán era imparable a pesar de la tenaz resistencia de las tropas germanas. Para llegar a ese final feliz mediaron hechos y protagonistas en los dos bandos en lucha, con la sensibilidad infrecuente en un conflicto armado, pero suficiente para salvar el destino de una ciudad distinguida por su universidad, su tradición y apego a los valores culturales.
Conviene saber que recostada mansamente sobre el valle del río Neckar en la proximidad de su confluencia con el Rhin, Heidelberg es hoy una tranquila y ordenada urbe de poco más 300.000 habitantes; destino turístico obligado por sus bellezas naturales, diversidad de sus construcciones y oferta hotelera y gastronómica. Como todas las antiguas ciudades europeas, tiene un bien cuidado casco histórico en el que predomina el estilo arquitectónico barroco germánico y sobresale el imponente edificio de su universidad, fundada en el año 1386, la más antigua de Alemania y faro cultural de toda la región. La historia de esta universidad deviene del cisma religioso producido en Occidente en 1378 que desgarró a la cristiandad europea en dos grupos hostiles tras la muerte del papa Gregorio XI (curiosa y trágicamente tuvo dos sucesores: uno en Aviñón y otro en Roma). Por entonces, Ruperto I, Elector del Palatinado, vio la oportunidad de crear una universidad y entabló diálogo con la Curia romana de la que consiguió la bula papal para fundar la casa de altos estudios que se concretó el 18 de Octubre de 1386. Su primer rector, Marsilius von Inghen, eligió el lema “Semper apertus” para significar que “el libro del aprendizaje está siempre abierto”. Filosofía, teología, derecho y medicina fueron las primeras asignaturas ofrecidas a una población de poco más de tres mil habitantes.
Heilderberg y su universidad sortearon las acechanzas de la Segunda Guerra hasta la primavera de 1945 cuando la contienda se encaminaba irremisiblemente a la inminente derrota alemana. Sólo los nazis fanáticos se empeñaban en una inútil resistencia cuya desobediencia era castigada con la muerte. A las puertas de Heidelberg se encontraba apostada la poderosa División 44 de Infantería norteamericana, apoyada por la artillería a las órdenes del general William Beiderlinde, nieto de alemanes que emigraron a Estados Unidos en 1898. Por relatos de su abuelo, Beiderlinden tenía noticias de Heidelberg y especialmente de su universidad, cuya biblioteca contenía manuscritos de incalculable valor. Decidió entonces ofrecer a los defensores alemanes la oportunidad de la rendición para evitar que la ciudad sufriera el triste destino de quedar reducida a escombros. Obtuvo para ello la autorización del Alto Mando aliado e inició negociaciones secretas con autoridades del hospital de Heidelberg donde había 21.000 soldados alemanes heridos. Se convino entre las partes que dos enviados alemanes concurrieran al cuartel norteamericano cruzando el Puente Viejo a las 9 de la noche a bordo de una ambulancia blanca que debía retornar antes de medianoche con la oferta de rendición para transmitirla al gobernador militar de la ciudad quien ignoraba tales tratativas. Al enterarse de tal gestión, ordenó volar el Puente Viejo para impedir el paso de la ambulancia, pero la presión de los vecinos hizo que los encargados de dinamitar el puente desobedecieran la orden y postergaran la voladura hasta la medianoche.
A las 9 en punto de la noche la ambulancia con los dos negociadores alemanes cruzó el puente rumbo al cuartel militar aliado. La reunión con Beiderlinden fue tensa, especialmente cuando los alemanes expresaron que su mandato se limitaba a evitar que el hospital fuera bombardeado. En ese momento, el comandante norteamericano, retomando la calma, le dijo a los alemanes:
-Vengan acá. Ustedes son hombres prácticos y todos queremos salvar a Heidelberg. Entonces, lleguemos a un acuerdo.
Los alemanes cedieron y se convino que los negociadores tratarían de convencer al gobernador militar de no ofrecer resistencia a la entrada de las tropas aliadas. Inmediatamente emprendieron el regreso previendo cruzar el puente antes de la medianoche. Pero cuando llegaron a la costa del Neckar el puente había sido volado pese a la empecinada resistencia de los vecinos. Fue entonces cuando una jovencita alemana, en un pequeños bote, ayudó a los negociadores germanos a cruzar el río. Al llegar al cuartel militar alemán vieron con sorpresa que su comandante y los defensores de la ciudad habían huido.
Con el camino libre, las tropas aliadas cruzaron el Neckar en un improvisado puente de pontones y el Domingo de Resurrección llegaron a los suburbios de la ciudad. Hubo una esporádica y simbólica resistencia de los pocos alemanes que quedaban en el lugar que pronto fueron dominados. Y así, sin un disparo de artillería, la antigua ciudad de Heidelberg se salvó de la destrucción.
Protagonistas de este episodio real de la Segunda Guerra Mundial, fueron el general de división William A. Beiderlinden, comandante de artillería de los EE.UU.; el general de brigada William Dean, comandante de la 44 División de Infantería de EE.UU.; el Dr. Fritz Ernst, catedrático de Historia de la Universidad de Heidelberg; el coronel Hubert Niessen, jefe médico del hospital de Heidelberg; y Anni Thom, la joven alemana de 16 años que ayudó a los negociadores a cruzar el Neckar en un bote a remos.
Y la historia, que suele deparar hechos curiosos, registra que el general George S. Patton, comandante del III Ejército norteamericano, murió en el hospital de Heilderberg, víctima de un accidente, el 21 de Diciembre de 1945.