UNA OBRA ESPERADA DE HONDA REPERCUSIÓN INTELECTUAL

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La memoria, entre la política y la ética – Textos reunidos de Héctor Schmucler (1979-2015). Ed. al cuidado de Vanina Papalini. CLACSO, Bs. Aires, 2019.- 656 p. (Puede también descargarse libremente en formato digital).

En diciembre de 2019, vio la luz este excelente libro, fruto, principalmente, del excepcional y empeñoso propósito de Vanina Papalini en cuanto a lograr la concreción de uno de los “pendientes” de Héctor Schmucler, según sus propias palabras.

En primera instancia tuvimos la versión en formato digital y poco después la edición impresa, que demoró algo en llegar a las librerías, por lo menos en Córdoba, de la que nos valemos para este comentario.

El denso volumen recoge un rico material de reflexiones, análisis, opiniones con respecto a la memoria, siempre originales y responsables, a menudo polémicas y arriesgadas, provenientes de artículos en revistas, prólogos de libros, entrevistas, conferencias, cursos del eminente pensador que fue Héctor Schmucler, reconocido internacionalmente como tal. Está precedido por la Nota de la edición, que la Dra. Papalini tituló “Montaje fulmíneo”, recordando palabras de Pier Paolo Pasolini, en la que da somera cuenta de la ardua tarea realizada y de la colaboración recibida en la preparación del libro. Asimismo, hay un excelente estudio preliminar de Hugo Vezzetti, que descubre y señala con clara visión indagatoria las ideas originales, las palabras que Schmucler considera más aceptables para referirse a hechos que es necesario comprender y no solo conocer.

El material reunido consta de tres partes: la primera contiene los artículos, editoriales, prólogos etc., y algunas exposiciones orales corregidas por el autor; la segunda, columnas publicadas en la revista “La intemperie”, editada en Córdoba por su hijo Sergio; la tercera, entrevistas y conferencias editadas por terceros. Hay también como epílogo, un texto inédito.

Ya en el primer artículo de la primera parte, titulado “Actualidad de los derechos humanos”, publicado originariamente en la revista “Controversia”, en México, en 1979, Schmucler señala por primera vez desde el campo popular, con total honestidad y responsabilidad ética, “aunque suene a herejía” según sus palabras, la necesidad de tener en cuenta, de valorar sin ningún tipo de discriminación, los derechos humanos de las otras víctimas “exterminados por grupos armados ‘revolucionarios’ que reivindicaban su derecho a privar de la vida a otros seres en función de la ‘justeza’ de la lucha que desarrollaban”. Y ante ello se pregunta: ¿Los derechos humanos son válidos para unos y no para otros? ¿Existen formas discriminatorias de medir que otorgan valor a una vida y no a otra? (…)

No nos proponemos efectuar una síntesis exhaustiva del artículo que nos ocupa (no corresponde a esta simple recensión), sino solo destacar la importancia de la posición adoptada que se fue afirmando y desarrollando en sus trabajos posteriores. Cabe sí señalar que tales consideraciones las formula al referirse a la ley de presunción de fallecimiento de los desaparecidos, de la que afirma que “consagra un cínico desprecio por la vida”.

Un incontenible impulso interior nos mueve a mencionar como uno de los artículos de especial significación, el titulado “Miedo y confusión”. Desde su más entrañable subjetividad, desde la profundidad de sus más íntimos sentimientos, Schmucler se refiere a la tragedia que conmovió su vida para siempre: la desaparición de su hijo Pablo, y trayendo a la memoria algunas circunstancia y pormenores del hecho y a partir de ellos, formula reflexiones, se plantea interrogantes, ofrece definiciones rotundas que no solo estremecen nuestros sentimientos por empatía con su dolor, sino que, fundamentalmente, estimula profundas meditaciones.

Dice al comenzar: “El 28 de enero de 1977 –conjeturamos– desapareció Pablo (…) Releo esta primera frase (…) En mi espíritu, antes de anotarla, se insinuaba el deseo de dar un testimonio preciso, puntual. Al leerla, no encuentro más que abstracción (…) apenas “conjeturamos”, “desaparecer” evoca el vacío (…) Quise señalar un comienzo –el recuerdo incesante– y describo un hueco”. Más adelante agrega: “Cuando la muerte solo es sospecha, pierde grandeza; desdibuja la vida”. (…) “Seguramente estoy escribiendo –dice luego– porque en estos días crece en mí el horror a la confusión (…) Deberíamos recuperar el significado que la palabra confusión poseía en la Edad Media: ‘echar a peder’, ‘destruir’, porque nada deteriora más que la confusión, momento en que las cosas se funden y se mezclan (…) La confusión inmoviliza el alma, que apetece permanecer activa en el vivir amoroso”.

Después de indicar el porqué crecía en él el horror a la confusión y hacernos saber que “El misterio –solo el misterio– podía apaciguar el tormento de las certezas brutales”, acepta que con los años había cesado el frenesí: Toda evidencia certificaba la muerte. “Pero no hay descanso –dice– para el muerto cuando su cuerpo no yace en una tumba. Antígona se multiplica”. “…la confusión nos cierra el camino a la tragedia, a la pasión, al amor”.

Comenta que todavía hay palabras que cuesta pronunciar; que para salir de la confusión “deberíamos abrirnos a los interrogantes, a las palabras que el miedo retiene”. Enumera los miedos y hace hincapié en aquellos menos perceptibles como el miedo a preguntar y preguntarnos, tras lo cual afirma: “Miedo a que claudiquen las respuestas explicativas que nos tranquilizan”. Insiste en que deberíamos atravesar esos miedos si pretendemos “salir de la confusión, recuperar el verbo y decir palabras nuevas”. En este momento de su exposición Schmucler enfoca una distinción conceptual en relación con la memoria y sus efectos, que consideramos novedosa, asumida con valor y conciencia de los riesgos. Por ello estimamos indispensable la cita textual: “El miedo niega la memoria. Por eso, tal vez, cunde una desordenada búsqueda de autocríticas. La memoria llama al arrepentimiento. La autocrítica –una forma complaciente de la mentira– parodia al arrepentimiento. El arrepentimiento nombra sin más objeto que recordar. Se realiza en sí mismo. La autocrítica es instrumental: se la hace para reubicarse en el mundo. No necesita reconocer palabras: basta con declarar que ahora se piensa otra cosa. Es el paso previo al olvido. (…) Mientras el arrepentimiento encuentra su espacio en la ética, la autocrítica se vincula a la razón calculadora. Pura instrumentalidad, la autocrítica –entre nosotros y en estos días– adquiere poder exorcizante. Pura ilusión: los demonios que existen y se imponen a los olvidos planificados, muestran sus rostros entre las fisuras de un orden aparente. La tragedia se cumple y allí surge la vida sin mediaciones.

No es posible ni corresponde la reseña detallada de la totalidad del artículo. Pero el alto nivel y la originalidad de sus reflexiones constituyen tal estímulo a la cavilación del lector, que no podemos omitir volver a escudriñar pasajes del texto. Trataremos de hacerlo con estricto sentido de síntesis.

Luego de varias páginas de extensas consideraciones y referencias a distintos momentos históricos, situaciones políticas, declaraciones y documentos de instituciones, partidos, periodistas, intelectuales, infiere que la instrumentalidad se fundamenta en la creencia de que el futuro prometido justifica y borra los sacrificios del presente. Y advierte sobre la dificultad de “superar esta concepción metafísica de la vida que imagina como ya existente el futuro…” Sostiene entonces que “en ese espacio intelectual único se dibujaron los dos grandes proyectos sociales que están en disputa desde el siglo XIX: capitalismo y socialismo”. Opina que ambas utopías se arraigan en el nihilismo. “No era esto –dice– lo que deseábamos quienes durante larga parte de nuestras vidas pensamos que la revolución y el socialismo –con o sin violencia– eran la forma necesaria para dignificar la existencia y concluir con la injusticia, el agravio y la humillación. En algunos que ahora pensamos que el socialismo no puede sino ser la otra cara de esa misma moneda en que se estampa el capitalismo, pero que persistimos en nuestra vehemencia contra la injusticia, el agravio y la humillación, la idea de la revolución comienza a desmoronarse.(…) En vez de resignarnos a matar para no ser muertos, quisiéramos pensar que ningún humano tiene derecho a decidir la muerte de otro” (El subrayado es nuestro).

Finaliza recordando la última vez que habló con Pablo. Fue en Córdoba en julio de 1976. Intentó mostrarle, “serenamente, –dice– que la suerte estaba echada. Que era inútil jugar una carta marcada cuya apuesta era la muerte”. Describe la desesperanza de quienes estaban allí (la madre y el hermano de Pablo además de él). Su hijo respondió: “Yo sé que es una locura. Pero está la sangre de los compañeros.”

El final requiere la cita casi textual: “Cuando las preguntas superen la confusión, es posible que los miedos aflojen sus tenazas. Podremos regresar a nosotros mismos, podré encontrarme con mi hijo. Podremos reconocer el bien y el mal. Saber que hay bien y hay mal. Reconocer que no todos somos culpables de todo, pero que ninguno es inocente. (…) O tal vez deberíamos, simplemente, dar testimonio. Para que yo pueda nombrar a mi hijo y entonces nombrarme”.

Integran esta primera parte del libro cuarenta trabajos. Por supuesto que está lejos de nuestra intención referirnos a cada uno en particular; no corresponde en absoluto a la índole de esta reseña y por lo tanto estaría en absoluto fuera de lugar. Todos presentan similar nivel en cuanto a la exposición de sólidas convicciones y el hecho de habernos detenido en la consideración de algunos no obedece a ningún criterio de clasificación jerárquica. El mayor anhelo de este comentario es inducir a la lectura de la totalidad de los textos, de modo que si mencionamos alguno en particular, solo intentamos mostrar alguna relación temática con los analizados precedentemente. Con ese criterio, señalamos de esta primera parte los siguientes títulos: Formas del olvido, Ni siquiera un rostro donde la muerte hubiera podido estampar su sello, El olvido del mal, Las exigencias de la memoria, Verdad e impunidad, Carta al director. Revista La Intemperie.

La segunda parte está integrada por once textos breves; como ya dijimos, columnas que Héctor publicaba en La Intemperie. Con admirable sutileza combina situaciones, deduce consecuencias, compara acontecimientos e infiere agudas interpretaciones que corroboran la originalidad de sus persuasiones que destacan en la brevedad de los textos, como por ejemplo en Efemérides o En nombre de la Patria o Elogio del apocalipsis. Apreciamos esta sección de la obra como un remanso, uno de esos remansos de los ríos serranos, serenos a nivel de superficie, pero plenos de fuerzas encontradas en el fondo.

Las entrevistas y conferencias, diálogos y paneles que integran la tercera parte, y que, como dice Vanina Papalini “guardan la plasticidad de la oralidad”, tienen además, el valor expresivo singular que proviene de la reacción espontánea ante la pregunta inesperada, o ante la necesidad de reafirmar ideas cuestionadas o de tener que definir en condición qué participa en una exposición. Se trata pues, de una sección muy rica y atrapante.

Para finalizar, nos detendremos en el epílogo, que a nuestro entender tiene una significación muy especial. Se trata del discurso pronunciado en ocasión de recibir el Doctorado Honoris Causa de la Universidad de Buenos Aires. Es un texto inédito que la Dra. Papalini encontró, impreso y corregido de puño y letra por Héctor. La versión publicada incluye las correcciones.

Al agradecer a las autoridades, a los amigos que lo propiciaron y a los presentes la entrega del diploma, indica que cuando supo que debería decir algunas palabras en el acto, imaginó, casi como título, una pregunta que lo ayudara a pensar en esa situación. La pregunta era: “¿hemos llegado?” Al releer lo que había anotado, se pregunta: “¿Era yo el que podría haber llegado a alguna parte?” Y confiesa que se sintió pedante ante la posibilidad de que ese fuera el significado que quiso otorgar a la pregunta. “Más aún –dice– si el ‘hemos’ se instalara allí como un plural mayestático”. Descarta esa posibilidad y afirma que los largos años vividos le han dejado la convicción de que los seres humanos no tenemos punto de llegada. Reconoce que los éxitos a veces se ofrecen como sentidos del vivir, y dice: “Nadie, sin embargo, puede conocer con verdad el sentido final de sus actos individuales. Hasta que la muerte –cito a Pier Paolo Pasolini– ‘realiza el fulmíneo montaje de nuestra vida’. Pero entonces ya es tarde para uno mismo y por eso nuestros muertos tienen tanto para decirnos”.

Considera, sin embargo, que el casi título persiste y que implica haber llegado “a uno de esos momentos en que nos preguntamos por el camino recorrido, por el currículum, por el curso de los días pasados”. Y con un dejo de ironía sobre la importancia que ha cobrado el currículum en la vida académica actual, se pregunta cuánto de la vida real de cada uno él encierra; en qué apartado puede señalarse lo que se aprendió de los maestros; dónde situar el riesgo al ridículo por la palabra a destiempo (cita a George Steiner); en qué entrelínea cabe el sentimiento de soledad que exige la fidelidad a valores irrenunciables. A continuación dice: “La caricia del halago es casi irresistible. Y el halago del poder, aunque este sea imaginario, puede llegar a ser enfermizo. Flaubert me apunta: ‘los que adoran el poder, sea cual sea, serían capaces de pagar para venderse’. El currículum puede ser eficaz(…) en las batallas académicas, (…) pero la vida (…) está en otra parte”.

Hace notar entonces, que está hablando de la memoria y no que no es por casualidad. Los elementos de que viene tratando (el currículum, la carrera, el camino andado, como un ejercicio de anamnesis, de búsqueda por medio de la memoria que “selecciona qué recordar para construir la propia vida”. Y aquí destaca algo que llegó a ser primordial en sus convicciones: la importancia de tener en cuenta no solo los éxitos sino también los fracasos; las desesperanzas tanto como las ilusiones. Dice: “Así como la memoria verdadera debería no retener solo lo que la historia enseña que ocurrió, sino también aquello que podría haber sido: la memoria de los vencidos, de lo vencido”. Advierte la trascendencia de poder contemplar lo que está en peligro en el presente. “Los vencedores –dice– no entrañan solamente el mal, ni los vencidos, por serlo, son necesarios portadores del bien”. Confiesa luego que no siempre pensó así y que se alegra de expresarlo.

Finalizó su discurso diciendo: “Pero no he venido aquí para hablar de mi currículum sino para agradecer. Mi agradecimiento, mi alegría por este acto de amistad, renueva nombres, gestos, y  comunes aventuras de la imaginación. Algunos, tal vez demasiados, ya no están compartiendo nuestra Tierra. No es nuestra menor tarea el darles sepultura y guardar las señas. Con ellos, con el pasado que no pasa y que llena nuestro presente, estaremos viviendo y legando nuestra mejor herencia: la del saber crítico, la de la amistad, la del amor.”

*

Nunca será suficiente nuestro reconocimiento a la Dra. Vanina Papalini, por el esfuerzo, el empeño, la dedicación y el amor puestos al servicio de la concreción de esta obra de extraordinario valor cultural.

  Publicado en la revista nº 14. Editorial Brujas. Córdoba. Argentina.

Mario Argüello

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Mario ARGÜELLO, nació en Córdoba, el 14 de abril de 1931. Cursó estudios secundarios en el Colegio Nacional de Monserrat, del que egresó como Bachiller Humanista y obtuvo el título de Profesor de Castellano, Literatura y Latín para la Enseñanza Superior, en la Escuela Superior de Lenguas (hoy Facultad de Lenguas) de la Universidad Nacional e Córdoba. Se ha desempeñado como profesor de Literatura Preceptiva y de Literatura Española en el Colegio Monserrat.
Ejerció el periodismo como redactor-lector del Servicio Informativo de LV3, Radio Córdoba, y se han publicado colaboraciones suyas en diarios y revistas del país como La Prensa, La Voz del Interior, La Gaceta de Tucumán, Tiempo de Córdoba, La Vanguardia, Bohemia y Figura, Laurel, Asueto, entre otras.
Ha publicado los libros de poemas: Aire amanecido (1961), El viento en las uvas (1981), Desde el otoño (2006), y De ayer y de hoy (2017) y la plaqueta “Al borde del ocaso” (2011). Poemas de silencio, de 1973, y Entre el vivir y el soñar, que obtuvo el segundo Premio Municipal de Poesía “Luis de Tejeda” en 1980, quedaron inéditos, aunque sus poemas integraron libros posteriores. Otras publicaciones: La poesía, lugar de reunión en Alejandro Nicotra (1981), Del Monserrat a Montserrat (1993), Detrás de la palabra (2000). El hombre y su dignidad (folleto – 1976). Narrativa: Cuentos leves y extraordinarios ( dos ediciones – 1997 y 2008); El envés de las sombras (novela - 2013).
Ha dictado cursillos y conferencias, y participado en lecturas de poemas en numerosas instituciones culturales del país y del extranjero.