EL PROGRESISMO. Significado e importancia. Desnaturalización del lenguaje político

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Entre las modas que invaden la lingüística jurídica y política se ha introducido masivamente el término “progresismo”, muchas veces adoptado con perversidad manifiesta como emblema por sectores de opinión que en el pasado y presente representan nada menos que lo contrario. Afán de aprovechamiento de prestigio y nobleza ajenos, ínsitos en el verdadero significado de la palabra que nos proponemos analizar aquí.

No se trata de una exquisitez semántica, exhibicionismo o esnobismo cultural, sino de una seria advertencia frente a ciertos ámbitos ciudadanos expertos en inducción al engaño y la confusión.

Ante todo, hemos de poner de manifiesto que a la calidad de progresista no la alcanza cualquiera, por más que ostente en su discurso y presentación ese vocablo. Asimismo, que no se ha de caer en el error de asociar la palabra con el mejoramiento socioeconómico de las naciones, a la evolución de la sociedad, puesto que, en el campo de la Teoría del Estado, que estudia el todo del espectro político, significa mucho más, no tan solo eso.

Progresista y progresismo no son las únicas palabras que han sufrido desnaturalización en el léxico político. Partiendo de vocablos que simbolizan ideas y sistemas con trayectoria respetable, los utilizan con habilidad para aplicarlos a otros que no la tienen, o que en la realidad representan lo opuesto. Así sucede con el mal uso indiscriminado de términos como república, democracia, socialismo y ahora también progresismo.

El concepto de república implica división y equilibrio con recíprocos controles entre los poderes del Estado, libre elección y periodicidad en la gestión de los gobernantes, publicidad de sus actos, responsabilidad de los funcionarios. Su esencia excluye el mesianismo, el personalismo en todas sus variantes.

Democracia, desde aquella clásica genérica definición como gobierno del pueblo, por el pueblo y para el pueblo, conlleva la idea de igualdad y la plena vigencia de las libertades y derechos humanos, la libertad de prensa y de expresión de las ideas por todos los medios, la posibilidad de elegir y ser elegido, la libre actuación de las minorías, la vigencia del estado de derecho.

Otro de los vocablos desnaturalizados con el correr de los tiempos es socialismo, término tan vapuleado como el republicanismo y el concepto de democracia, paradójicamente por quienes más se alejaron y se alejan de sus sentidos genuinos. Merece por tanto ser puesto en claro y en su debido lugar, por la íntima relación con lo que hoy en día se llama progresismo, que es el tema que nos ocupa.

En la orientación de los maestros fundadores Juan B. Justo y Nicolás Repetto, científicos de la medicina que junto a obreros del músculo y el intelecto parieron el socialismo en la Argentina, se trata de una forma de sentir, pensar y obrar, que dignifica, vigoriza, libera y embellece la vida de los individuos y de los pueblos. Se basa en la solidaridad, el humanismo, el amor y respeto al prójimo, sentimiento que en la sociedad política se traduce en teoría y práctica que pretende rescatar a las personas de las garras de todo tipo de opresión, fundamentalismos y fanatismos inclusive, promoviendo cultura y educación, en paz. Excluye dogmatismos e interpreta la realidad social y la evolución histórica con la seguridad que proporcionan las ciencias y sus métodos, en contra de la explotación humana urbana y rural, a favor de sistemas de economía social cooperativa, mutual y de propiedad colectiva de medios de producción. Respetuosa de los principios, derechos y garantías contenidos en la Constitución, de las libertades individuales y grupales, dentro de ellas la sindical y la de expresión de las ideas y de prensa, el laicismo, la educación general, el derecho de propiedad privada y el fomento de la producción, esta corriente es necesariamente republicana, democrática, pacifista, evolucionista y no revolucionaria, excluyente de prácticas demagógicas o verticalistas, del personalismo. Sin perjuicio de los liderazgos que naturalmente se generan en todo agrupamiento social.

No caben en la identidad socialdemócrata, y por tanto en la calificación de progresista, los violentos, petardistas, alteradores habituales del orden público, bravucones, demagogos, verticalistas, ambiciosos del poder que con total desenfado pretenden colocarse bajo el paraguas que nunca los cubrió. Tampoco los sectores del privilegio social y económico, entronizados en el poder político real de todos los tiempos, entre ellos algunas mafias sindicales comprendidas en lo que la política criolla ha conocido como derecha argentina. Porque en la consolidada división de las ideas políticas en derecha e izquierda, el término progresista ha de ubicarse como doctrina o corriente de la moderna izquierda democrática.

En tiempos no muy lejanos estaba bien llamar Unión Soviética al régimen dictatorial con eje en Rusia, basado en los soviets, grupos sociales generados por la eclosión revolucionaria de principios del siglo pasado. Pero no era aceptable la denominación URSS –Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas-, puesto que bajo tan pomposo nombre se aliaban –o sometían- naciones que no eran repúblicas ni socialistas, en los sentidos genuinos de dichos términos. De igual modo fue trágico más que irónico llamar República Democrática Alemana al sector germánico del este, tras la partición posguerra mundial, ya que fue una atroz dictadura, nada que ver con los conceptos de república y democracia.

No ya en el pasado, sino en un presente que se resiste a la superación del despotismo, los ejemplos de Cuba, Nicaragua y Venezuela son grotescos al denominarse Repúblicas, tanto como cuando ensayan lemas y discursos aludiendo al socialismo, en sus políticas de estado, careciendo de convicción y estructuras de libertad y democracia, que son primordiales para ello.

Concluimos, entonces, en que el significado y proyección de las palabras en lo político e institucional es cuestión de mucho cuidado. Porque la sagacidad de los siempre presentes sedientos del manejo de la cosa pública con fines contrarios al bien común, sean individuos o grupos, los ha llevado a utilizar en su favor una terminología virtuosa, que honrará y facilitó la evolución de la especie humana, la sociedad, para etiquetar con ella objetivos distintos. La malintencionada tergiversación procura autoasignarse el prestigio y la dignidad de otros, de los cuales carecen, pero los invocan por la aceptación social de aquellos.

No se puede ser al mismo tiempo republicano y despótico, democrático y verticalista en la imposición y la obediencia, progresista y a la vez conservador. Bajo la solemne toga institucional acecha el enanismo moral, que en todo tiempo y lugar se cubre con la pátina de un lenguaje falaz. Queda al ciudadano progresista separar la paja del trigo, no es progresista todo aquel que declama serlo, sino quien tiene la lucidez y la información necesarios para ello. La calificación es incompatible con toda forma de demagogia y de dictadura; también lo es con los agrupamientos políticos organizados para operar en forma vertical, característica de regímenes militares o de ellos derivados.

Nuestra Historia ostenta, tras el período gestacional y de organización, una trayectoria netamente conservadora, estacionaria o estática, lo cual explica el atraso y la postración de la Nación Argentina. Predominaron tres corrientes de opinión, que se alternaron en el ejercicio del poder público: la militar, su derivación peronista, y el radicalismo. La primera de ellas por imposición de las armas, ilegítima en su esencia y más de una vez consecuencia de la manifiesta idoneidad civil en los gobiernos precedentes. La segunda, creada y liderada por Juan Perón, reconoce en su génesis una cadena de golpes militares (1930 – 1943) y se desarrolló bajo los conceptos de mando y obediencia, propios de los ejércitos, llegando al extremo de avalar en su seno la formación y actuación de grupos violentos armados: Montoneros y Alianza Anticomunista Argentina, AA. La tercera, el radicalismo, se adornó con una florida oratoria insuficiente para cubrir la falta de capacidad de gestión, al punto que uno de sus máximos dirigentes, Marcelo Torcuato de Alvear, ante la caída de su correligionario el presidente Hipólito Irigoyen, dijo desde París que “gobernar no es payar”. Son las tres agrupaciones de opinión y ejercicio fáctico que con sus desempeños alternados arrastraron al país al desastroso actual estado de postergación. Tres fuerzas que a juzgar por los resultados fueron netamente conservadoras, no progresistas, de tal como que el conservadurismo desapareció como partido con incidencia en la política nacional, porque sus ideas e intereses quedaron comprendidos y defendidos en una o más de aquellas corrientes. Aunque merece dejar en claro que responsables de la sucesión de frustraciones colectivas somos todos, como partes de una sociedad cuya cultura lo hizo posible.

A esto se suma, en los últimos tiempos, la decadencia e inacción de los partidos políticos, instrumentos insustituibles primordiales para la vigencia de la democracia. Vacío que favorece la irrupción de personajes consustanciados con el delito y dinero mal habidos, generados en el ejercicio de la función pública, sindical o del empresariado capitalista prebendario, corruptos invariablemente, enraizados y que se renuevan en forma indefinida en el manejo de los resortes del poder político. Esta realidad asegura la vigencia del permanente estado de crisis y pobreza generalizada, dejando al progresismo la única posibilidad de cambio, de allí que amerita clarificar su definición.

Los partidos políticos, escuelas de participación ciudadana y recintos naturales para el conocimiento de las personas que comparten idearios e intereses, y para la selección de los postulantes a gobernar, son entidades de alto valor institucional para el ejercicio de las prácticas republicanas y democráticas. Lo opuesto, preferencia de los déspotas, son la trenza oculta, las componendas, el dedo dirigencial que promueve o tacha a su antojo o conveniencia, las listas sábana de candidatos.

Ahora bien, los partidos suelen atomizarse, dividirse, al punto que de tanto fraccionarse se llegan a extinguir o al menos inactivar, especialmente en períodos de máxima decadencia o crisis institucional, política o socioeconómica. Por qué ha sucedido esto? Es consecuencia directa del personalismo, porque las facciones surgen con facilidad alrededor de líderes que compiten por el poder. Por esa senda se llega al caudillismo, e inclusive a las dictaduras. Trae bajo el ala el amiguismo y el odio, lacras que llevan a la instalación de ineptos en la función pública, pero amigos, y al descarte de los más capaces, en cuanto no se dobleguen.

El progresismo promueve la horizontalidad, la más amplia participación, el uso de la palabra para todos quienes tengan algo que decir, ideas que aportar, críticas a formular. Esto no es óbice para aprender escuchando a los más experimentados o estudiosos, tampoco se deja de alentar la formación de dirigentes y el surgimiento de liderazgos, propios de las asociaciones humanas.

Un frente amplio progresista, que aglutine ciudadanía decente, laboriosa y capacitada, que excluya personajes inmorales, ventajeros, delincuentes, rapaces, representaría una posibilidad cierta de revertir el crítico y oscuro actual estado de cosas. Esperanza de cambio con recuperación de valores éticos.

Los principios y valores esenciales del progresismo, por oposición a las prácticas y propuestas estáticas o conservadoras, se pueden sintetizar en las siguientes pautas:

  1. ORIENTACION AL FUTURO, a partir de la idea de calificación del estadista y del buen gobernante como aquel capaz de anticiparse en el tiempo, para aprovechar oportunidades y prevenir inconvenientes, visión global del mundo del mañana. Las corrientes estacionarias, en cambio, hacen incapié en el pasado y el presente.
  2. PRIORIZACION DE LA CULTURA Y LA EDUCACION, en cuanto instrumentos para la libertad y la prosperidad de los pueblos. En las corrientes estáticas son de importancia marginal, excepto para las elites.
  3. EL MERITO como elemento básico en el avance personal, con incidencia en la comunidad. En el conservadurismo lo que cuenta son las conexiones personales y los vínculos familiares.
  4. PREVALENCIA DE LA COMUNIDAD como centro de la expansión social, mientras que las culturas estáticas se circunscriben a las familias allegadas al poder político y socio-económico.
  5. LA ETICA en lo personal y colectivo es más rigurosa y de mayor incidencia que en las propuestas estacionarias.
  6. LA SOLIDARIDAD es la base de la unión y la prosperidad de los pueblos, antes que el individualismo y el sectarismo.
  7. LA JUSTICIA Y LA IGUALDAD –de oportunidades y ante la ley-, son la expectativa fundamental, por encima de las relaciones o del dinero que cada uno disponga.
  8. EL SECULARISMO o LAICIDAD de la sociedad, su organización y funcionamiento, mientras que en las culturas estáticas influyen sobremanera las instituciones religiosas.
  9. LA AUTORIDAD se ejerce con tendencia a la horizontalidad y al consenso, mientras que las corrientes estáticas se orientan al verticalismo y a la concentración de las decisiones, siendo proclives a defender el pensamiento único.
  10. LA PLANIFICACION de economía y obras públicas, que hace a la previsibilidad y ordenamiento del desarrollo y de la producción de bienes y servicios. En tanto, las corrientes estáticas desdeñan planes y programación.
  11. PRIORIZACION Y RESPETO DEL DISEÑO, atendiendo a sus fundamentos en la toma de decisiones sobre asuntos de interés público. Las corrientes estáticas prefieren la ejecutividad y rapidez, despreciando el aporte crítico o simplemente diverso, que pueden representar ventajas o evitar errores.
  12. INTEGRACION ETÁREA, conjugando la experiencia de los mayores en la pujanza juvenil. En las fuerzas conservadoras la tendencia es a la actuación generacional separada, prevaleciendo la franja de edad más avanzada.
  13. AHORRO Y FRUGALIDAD en la acumulación de capital personal, familiar y productivo. En las corrientes estáticas se prefiere el consumismo y la especulación financiera.

Víctor Miguel Cemborain

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Abogado y Escribano por la Universidad Nacional de Córdoba - Larga y eficaz fue su labor profesional, ya que ejerció la abogacía en forma particular, fue Letrado de la Empresa Nacional de Correos y Telégrafos y finalmente llegó a ejercer la Magistratura por concurso, siendo el primero en orden de mérito, ejerciendo como Juez Civil y Comercial en la ciudad de Bell Ville durante 14 años.