Junto a Buster Keaton marcó el ritmo de ese cine embrionario que atrajo multitudes, lo consagró como un eximio artista, le ofreció las mieles del éxito y lo condenó a un exilio voluntario para terminar sus días, plácidamente, en el recoleto pueblito suizo de Vevey.
Ese fue Charles Spencer Chaplin, urbi et orbi, simplemente Carlitos.
La revisión de su prodigiosa obra fílmica demandaría semanas frente a la pantalla; para obviar ese inmenso trabajo de proporciones siderales, nada mejor que acudir al recuerdo que han dejado sus más memorables filmes, algunos de ellos estrechamente ligados con su vida, su pensamiento, su ideología y su manera de ver las cosas. Con ese recurso, el de la memoria, me detengo en cinco producciones del mimo más prestigioso, inteligente y prolífico del mundo. En síntesis, un artista completo, porque fue actor, productor, guionista, director, compositor musical y empresario. Es decir, lo hizo todo.
Los cinco filmes a los que haré referencia, en orden cronológico y destacados por la crítica mundial son: “La quimera del oro” (1925), “Luces de la ciudad” (1931), “Tiempos modernos” (1936), “El gran dictador” (1940) y “Monsieur Verdoux” (1947). A este grupo agrego, a modo de marco musical, “Candilejas”, cuya armoniosa melodía lo tuvo como autor. Salvo en “La quimera del oro” donde impera el clima de pobreza y sordidez que caracterizó a su producción inicial, en las cuatro restantes, ya de larga duración, se evidencia el ajuste de escenografía –deja de ser rústica y elemental- y la incorporación del sonido musical hasta avanzar a diálogos completos (algo que no era del gusto de Chaplin, aunque tuvo que aceptar a regañadientes el avance tecnológico en la industria del cine y la demanda de Hollywood, pero sin perder de vista un punto en común: todos sus personajes son queribles, aun aquellos que interpretan los roles de villanos).
“La quimera del oro” (1925). Es una obra maestra, particularmente de edición. La máxima escena cómica transcurre en el interior de una cabaña, al borde de un precipicio, azotada por el viento y la nieve. En su interior, Chaplin y un compañero viven en equilibrio constante. Por la pericia del camarógrafo, es imposible notar que el plano exterior es una pequeña maqueta de la cabaña colocada sobre un montículo de harina. Fue la película preferida de Chaplin de toda su carrera y declaró que quería ser recordado por esta producción.
“Luces de la ciudad” (1931). Contra todos los consejos de incorporar sonido, Chaplin se empeñó en hacer “Luces de la ciudad”, su última película muda. Se trata de una enternecedora historia de amor entre Carlitos y una violetera ciega. La escena más desopilante es un combate de boxeo amañado. Aunque esta fue la última película muda de Chaplin, más tarde le incorporó música compuesta por él mismo.
“Tiempos modernos” (1936). En el marco de la comicidad, es un fuerte alegato social contra la industrialización y automatización del individuo, en este caso un obrero fabril encarnado por Chaplin. Es también una película muda, pero en la que se insertan algunos sonidos y una canción en italiano interpretada por Chaplin. Distingo a este filme porque es el comienzo del encono de las fuerzas conservadoras de Estados Unidos contra el genial cineasta.
“El gran dictador” (1940). Esta magistral sátira filmada en un momento político e histórico en un mundo convulsionado por el inicio de la Segunda Guerra Mundial, le permitió a Chaplin interpretar dos papeles: el de Adolf Hitler (Hinkel, en la película), y a un barbero judío perseguido por los nazis. Esta es la primera película totalmente sonora de Chaplin, quien seleccionó a Paulette Godard para el rol de heroína y a la que convertiría, con el devenir del tiempo, en su tercera esposa. Es importante destacar que la parodia que ridiculiza a Hitler fue filmada en 1940 cuando el fiel de la balanza de la guerra era absolutamente favorable a Alemania. La escena cumbre es cuando Chaplin, en el rol de Hitler, juega con una inmensa pelota a modo de globo terráqueo al que sacude en una clara simbología de su sueño de dominación mundial. (Acotación al margen: el verdadero globo terráqueo realmente existió en la Cancillería del III Reich y cuando las tropas rusas tomaron el edificio el trofeo fue enviado a Moscú como obsequio a José Stalin). “El gran dictador” ayudó a la reconciliación de Chaplin con Hollywood y con los líderes del Partido Republicano; sin embargo, no habría de pasar mucho tiempo hasta la próxima controversia que daría un vuelco a la vida de Chaplin.
“Monsieur Verdoux” (1947). Este filme fue estrenado en el apogeo de la Guerra Fría, cuando en Estados Unidos arreciaban los vientos contra el comunismo, en una paranoia que parecía no tener límites y marcó el fin de la carrera de Chaplin. “Monsieur Verdoux” está trabajado sobre la adaptación de un guión que Chaplin le compró a Orson Welles por cinco mil dólares. Originalmente trataba sobre la vida de Henri Desiré Landrú, el banquero francés que asesinó a seis esposas para quedarse con sus fortunas. Chaplin transformó Landrú por Verdoux, asumió el papel del asesino serial y le dio a la historia un giro sociológico a modo de respuesta al creciente clima persecutorio de aquellos años. Y fue un pasaje del filme el que le costó su mayor disgusto. En la trama, cuando Verdoux es llevado a juicio, alega en su defensa que el asesinato privado es condenado, pero el asesinato de millones glorifica y convierte en héroes a sus autores. Fue una frase explosiva que el senador Joseph MacCarty y el temible jefe de la CIA, Edgard Hoover no se la iban a dejar pasar.
Eran los tiempos de apogeo del macartismo, una campaña de delación y persecución de todo aquel sospechado de comunista. Las víctimas preferidas eran los intelectuales y Chaplin cayó en la volteada. (Otra acotación al margen: en Hollywood hubo un actor de poca monta que se distinguió por delatar con falsedades a sus colegas: Ronald Reagan, quien llegó en los ’80 a la presidencia de Estados Unidos luego de ser dos veces gobernador de California).
En 1952 y harto de acusaciones, Charles Spencer Chaplin empuñó su doblado bastón de caña, se calzó el bombín y emigró a Suiza donde vivió plácidamente con su cuarta esposa Oona O’Neil hasta su muerte en 1977.
Caso curioso: el único filme de Chaplin premiado con un Oscar fue “Candilejas” por su partitura musical. El gran cineasta recibió dos veces un Oscar honorífico; fue candidato a Premio Nobel de la Paz en 1948; fue investido Caballero comendador de la Orden del Imperio Británico en 1975 y se colocó una estrella con su nombre en el Paseo de la Fama, en Hollywood, en 1970.
Octubre de 2017.
Publicado en Hojas de Cultura. 2020. Compilación de una Experiencia. Capítulo II. Hojas de Historia. Editorial Brujas. Córdoba. Argentina.