Corría el año 1815 y la situación se había puesto difícil para los pueblos de la América del Sur y particularmente para los del Virreinato del Río de la Plata que apenas cinco años antes se atrevieron, en esa gran aldea llamada Buenos Aires, a desalojar mediante un motín bien organizado al virrey español Baltasar Hidalgo de Cisneros. Ese sacudón, que tenía que ser la semilla de la declaración de la independencia, no pudo germinar en 1813 cuando la Asamblea General convocada a ese efecto quedó a mitad de camino. Para entonces el panorama había cambiado en tierras americanas y particularmente en Europa, donde la derrota de Napoleón Bonaparte el 18 de junio de 1815 en el pequeño pueblo belga de Waterloo, permitió el retorno de Fernando VII al trono español. Fernando volvía con la sangre en el ojo y con dos objetivos claros: expulsar de la península a los restos del ejército francés y recuperar las colonias del virreinato. Lo primero no le costó mucho; y para lo segundo contaba con suficientes efectivos en territorio altoperuano (hoy Perú y Bolivia) y en la Capitanía de Chile. Con esas fuerzas bien pertrechadas sus comandantes elaboraron un plan maestro: avanzar desde el norte y el oeste hacia Córdoba, donde presumían contar con apoyo contrarrevolucionario, y desde allí hacia Buenos Aires en un perfecto movimiento de pinzas (vale acotar que José de San Martín conocía al detalle la estrategia de los españoles y les ganó de mano cruzando primero los Andes, derrotándolos en Chile, y luego, por mar, desembarcar en Perú donde puso fin al dominio realista en la parte sur del continente).
Pero antes de la campaña sanmartiniana, entre cabildeos, idas y venidas, se decidió finalmente reunir un congreso con un propósito único: declarar la independencia de lo que serían las Provincias Unidas del Río de la Plata. Se convocó a los representantes de intendencias y provincias a una reunión en Tucumán, un modesto poblado norteño de apenas tres mil habitantes en pocas cuadras de superficie, elegido como un símbolo de soberanía en aquella región. En ese clima de zozobra y enormes dificultades, el Congreso comenzó sus tímidos pasos hacia la declaración de la independencia en la solariega casona de doña María Francisca Bazán con la asistencia de 32 congresales representantes de las provincias-intendencias de Potosí (2), Salta (2), Catamarca (2), La Rioja (1), San Juan (2), San Luis (1), Mendoza (2), Cochabamba (1), Charcas (3), Tucumán (2), Jujuy (1), Santiago del Estero (2), Córdoba (4) y Buenos Aires (7). Córdoba, estuvo representada por Eduardo Pérez Bulnes, José Antonio Cabrera Allende, Miguel Calixto del Corro y Luis Jerónimo Salguero de Cabrera y Cabrera. Hubo un quinto designado, el deán de la Catedral, Gregorio Funes, quien no aceptó concurrir.
Y acá viene lo que queremos destacar: de aquellos 29 congresales que firmaron el Acta de la Independencia (tres debieron ausentarse por diversas razones), 16 de ellos eran egresados del Colegio Monserrat, tradicional instituto educativo cordobés fundado por la orden de los sacerdotes jesuitas en 1687. He aquí la lista cuyos nombres son honrados con la designación de calles, avenidas, plazas, barrios, pueblos y hasta ciudades en todo el país: José Antonio Cabrera Allende (Córdoba), Pedro Ignacio de Castro Barros (La Rioja), presbítero José Eusebio Colombres (Catamarca), presbítero Pedro León Gallo (Santiago del Estero), José Ignacio Gorriti (Salta), Tomás Godoy Cruz (Mendoza), Juan Agustín Maza (Mendoza), Juan José Paso (Buenos Aires), Eduardo Pérez Bulnes (Córdoba), Luis Jerónimo Salguero de Cabrera y Cabrera (Córdoba), José Ignacio Thames (Tucumán), Pedro Francisco de Uriarte (Santiago del Estero), Cayetano Rodríguez (Buenos Aires), Mariano Sánchez de Loria (Charcas), Pedro Medrano (Buenos Aires) y Manuel Antonio de Acevedo (Catamarca).