La solidaridad tiene relación directa con la salud de quienes la practican. No es una frase de ocasión que aluda al beneplácito personal que sienten los generosos, al percibirse buenas personas y por esa vía aminorar la carga de culpas que en mayor o menor medida portamos los miembros de la especie humana, sino que produce comprobados efectos positivos en la salubridad psicofísica de los individuos.
Las formas solidarias puede ser variadas, desde el aporte de tiempo, bienes o dinero, hasta la transmisión espontánea de conocimientos y cultura, pasando por el voluntariado, la hospitalidad y la simple compañía al prójimo que la estuviera necesitando, o la dación sincera de afecto en cuanto sea desinteresada. Lo notable y no siempre advertido es que aquellos que las practican reciben como contrapartida, imperceptible, impactos positivos en el estado y funcionamiento de la psiquis y el cuerpo, en lo espiritual y en lo físico, y eso es nada más y nada menos que la salud.
El egoísmo que trasunta el individualismo, el ser aislacionista, enferma o cuando menos no favorece la salubridad, mientras que el desprendimiento y el compartir la vida tiene efecto sanador, aunque podamos no advertirlo con nitidez en lo inmediato.
El sentirse útil y servicial a los demás, por la propia naturaleza humana, en cuanto somos animales sociales, genera alegría y satisfacción propia, es la percepción íntima del mejoramiento del ego, el sentirse buena o mejor persona, y eso, tras la aparente intrascendencia, incorpora defensas frente a la enfermedad y hasta curación.
Encuestas serias y estudios científicos del campo de la medicina, y especialmente de la psicología, revelan que un tercio de la población mundial practica el altruismo, como reflejo de culturas ancestrales que lo alientan desde el nacimiento y con independencia de la capacidad económica de los pueblos. Tan es así que sorprende encontrar los índices más elevados en países pobres, como Haití y Laos.
Los sociólogos estadounidenses Christian Smith y Hilary Davidson (“La paradoja de la generosidad”) comprobaron que los norteamericanos más hospitalarios y generosos tienden a ser más felices y alegres, y –como consecuencia de ello- más saludables. Conclusiones basadas en el seguimiento de más de dos mil personas, de distintos estratos sociales y niveles culturales también diversos.
El desprendimiento y la entrega, el servicio al otro, contribuye a un mundo mejor y a la vez es de beneficio propio, cuesta poco y nada frente al rédito que devenga en salud. El uruguayo Mario Benedetti escribió: “la generosidad es el único egoísmo legítimo”. Para pensarlo y adecuar conductas.
En la filosofía oriental siempre se destacó que la felicidad está en el servir, y que el dar causa más felicidad y alegría que el recibir. Más aún, en todos los tiempos supieron que esas sensaciones gratificantes del espíritu eran sanadoras.
Mohandas Gandhi, a quien el escritor Rabindranath Tagore llamó Mahatma (alma grande), dejó, entre sus enseñanzas, dos lecciones: “vive más sencillamente para que otros puedan sencillamente vivir”; y “todo lo que se come sin necesidad se roba al estómago de los pobres”. Y fueron necesarios tres tiros de un fanático criminal, para abatir su salud de hierro.