Manuel y Manuela salieron de Sanlúcar de Barrameda (Cádiz), en los anteriores años veinte, camino de Sevilla con sus dos hijos mayores, niña y niño. A la más pequeña, de dos años, le dejaron en la Plaza del Cabildo, la plaza del ayuntamiento, viviendo con los abuelos, la Juana, preciosa y arisca, y Pepe, bonachón, el barbero de la barbería de la esquina de la plaza con la calle Bolsa. No sólo afeitaba a caballeros, también a los gallos de pelea de los Montpensier (él, príncipe de Francia; ella, infanta de España) cuando estas peleas todavía estaban permitidas… o quizás ya no.
Manuel era maestro albañil, y su rumbo en Sevilla era la obra cumbre del arquitecto Aníbal González para la Exposición Iberoamericana de 1929: la Plaza de España, entre los jardines del Prado de San Sebastián y el Parque de María Luisa. Era Manuel un hombre bueno, hogareño, trabajador y tímido. Tan tímido que, terminada una obra, era incapaz de ir a pedir trabajo en otra.
Manuela, mientras tanto, se dedicaba a parir niñas y esperar a Manuel allá en la zona noble de aquella Triana profunda de la Sevilla de entonces, en la calle Castilla. En esa calle larga, en la parroquia de la O, fueron bautizadas e hicieron la primera comunión estas niñas. Bueno, sólo las dos últimas pues Juana primera murió al mes de nacer ya que a Manuela le arrancaron una muela, se infectó y le transmitió la infección a través de la lactancia. Juana segunda murió de enfermedad desconocida con su traje blanco listo para recibir a Cristo, bien planchado y colgado detrás de una puerta.
Pasó el tiempo y llegó la segunda República Española, con su Constitución aprobada a finales de 1931. En el primer bienio, 1931-33, gobernó la coalición republicano-socialista dirigida por Manuel Azaña. Los anticlericales podían existir y campar a sus anchas. En el segundo bienio, 1933-35, el bienio radical-cedista, gobernó el Partido Republicano Radical con el apoyo de la Confederación Española de Derechas Autónomas (CEDA). Esta exaltación de la salvaguarda del cristianismo junto con el gatopardismo de que todo cambie para que todo siga igual, o sea, deshacer los cambios hechos en el bienio anterior, acordes estos cambios a una constitución que declaraba aconfesional al estado y prohibía a las órdenes religiosas las tareas educacionales, exaltaron los ánimos anarquistas y anticlericales. El auge en febrero de 1936 del Frente Popular le devolvió el poder a la izquierda durante unos meses, hasta el 18 de julio del mismo año, fecha del alzamiento nacional, origen de la guerra civil que terminó el 1 de abril de 1939 no con paz, sino con victoria de los sublevados, dirigidos por Francisco Franco.
En algún momento de estos años, la Parroquia de la O fue profanada. La imagen de Jesús Nazareno fue rota y recompuesta en 1937 por Antonio Castillo Lastrucci, el imaginero más prolífico en estas tierras debido a los destrozos de todas estas revueltas. A la imagen de la Virgen de la O la destrozaron por completo, le sacaron los ojos a cuchilladas, la cuartearon y arrancaron el pelo. Tras ello, la intención de estos “exaltados” era acabar con la vida del cura párroco. Estos exaltados no eran más que una pandilla de chavales del barrio, haciendo las gamberradas que veían hacer a los mayores. Sin remordimientos. Sin pararse a pensar en que todo tiene consecuencias. Sin conciencia de la irreversibilidad de la vida y los hechos. Un simple juego de imitación. El mayor de la pandilla tenía diecisiete años. El menor, el único hijo varón de Manuel y Manuela, tenía catorce.
Se divirtió como los demás haciendo destrozos a bienes materiales. Pero cuando se trataba de hacer daño a una persona, se plantó ante el resto de los suyos: “el cura le ha quitado mucha hambre a mi familia, dejadle en paz”.
Esas certeras palabras le salvaron la vida. Tres veces. Mientras intercedía por el párroco, las fuerzas del orden, alertadas de los desórdenes, acudieron a la parroquia y detuvieron a toda la banda. Tres veces subió a un camión para ser fusilado en alguna cuneta. La primera se salvó porque uno de los mejores abogados de aquella Sevilla, era amigo de la infancia de Manuela… si vives en la Plaza del Cabildo de Sanlúcar de Barrameda a principios del siglo XX, te codeas con lo mejor de lo mejor. Y sus mejores amigas, desde la niñez hasta la migración, eran las hermanas de este abogado. Adujo que era mucho más joven que los otros, que se dejó llevar, pero protegió al cura. Estaba en la cárcel, en Sevilla, y las otras dos veces que iba a ocurrir, avisaron al párroco que acudía a testificar que de no ser por él estaría muerto, o algo peor.
Manuel murió en 1938. Sin heroicidad alguna. En la sala de espera de una Casa de Socorro murió de un ataque de asma, mientras esperaba a ser atendido por algún médico. Manuela vistió luto riguroso inmediatamente. Y su hija mayor. Y sus pequeñas, supervivientes nacidas en 1933 y 1935. Tan riguroso era su luto, que cambió sus pendientes de rojo coral por unos de negro azabache. Sólo se consentía algo de color en la ropa, y los corales en las orejas, el día de cada semana que iba a visitar a su hijo a la cárcel, a verle a través de los barrotes de la ventana de su celda, ella desde la calle.
Un día, olvidóse de cambiar los pendientes. Y así él supo que, además de preso, era huérfano. Y tras aquellas tres bajadas del camión de fusilamiento y tiempo en penitenciaría, le conmutaron el resto de la pena por años de servicio en La Legión. Y allá que se fue el crío más pequeño de su pandilla, que correteaba detrás de una pelota de papel, trapos y cuerdas para hacer que jugaban al fútbol, siendo su portería la puerta de la Parroquia de la O, allá que se fue ese crío envejecido a ser novio de la muerte, para poder seguir viviendo…
Perdidas las últimas colonias de ultramar, España mantenía aún colonias en el norte de África. Cuando comenzaron las revueltas por la independencia en el norte de Marruecos, en el resto del continente europeo se gestaba la Gran Guerra. Por este motivo España no se planteó participar, ni nadie la esperaba.
Estas revueltas se extendían a los territorios franceses africanos en el Mediterráneo. Francia contaba con un ejército profesional, la Legión Francesa, que obtenía resultados mucho más rápidos y eficaces para sofocar estas revueltas que el ejército español. Desde los Tercios de Flandes, poca profesionalidad quedaba en este ejército, lo que explica la situación militar a finales del siglo XIX y principios del XX:
- Los pudientes libraban a sus hijos varones de ir al frente a cambio de tributos, una contribución económica para “mantener la guerra”.
- En la época que relatamos, la escasa clase media estaba constituida por una alta burguesía empresarial y adinerada que, incluso en esas buenas condiciones de vida, aspiraba a matrimoniar con la nobleza para llegar a ser considerados ciudadanos de primera categoría.
- Todo el resto de la población eran jornaleros, clase trabajadora que si no te eligen hoy en el campo, en la mina, en el barco, en el muelle, en las escasas fábricas, hoy no hay jornal, así que hoy no se come. Sólo el personal de servicio de las grandes casas señoriales tenía cierta certeza, que no seguridad, de trabajar mañana en el mismo puesto que hoy. Y si los señores se arruinaban, a lo más que podían aspirar era a compartir con ellos, como salario, su techo y su hambre. Los hijos varones de esta enorme clase jornalera no podían reunir, ni en varias vidas, el tributo para librarse de ir a las guerras. Y estos campesinos, pescadores, pastores, mineros, albañiles, y cargadores del puerto constituían una soldadera de reemplazo todo lo numerosa que se requiriese, pero sin formación militar alguna… extraño era que volvieran a casa…
En estas circunstancias, e inspirado en los éxitos de Francia en el norte de África, el ministro español de la Guerra crea la Legión Española, o Tercio de Extranjeros, en 1920. El objetivo era crear un cuerpo militar de élite compuesto por soldados profesionales, extranjeros en su mayoría a los inicios, también españoles más adelante, con moral y espíritu de cuerpo. Dónde encontrar a las primeras tropas? Pues donde encontró Cristóbal Colón a los acompañantes de su primer viaje a las Indias: hombres de pelo en pecho que ponían el contador a cero, a quienes no se les preguntaba por su pasado ni por posibles cuentas pendientes con la justicia, siempre que acataran la disciplina y formación militar allá en Ceuta, al norte de África frente al estrecho de Gibraltar, sin ningún lugar al que poder escapar… como lema, “legionarios a luchar, legionarios a morir”; como apodo, “novios de la muerte”… de sus primeros comandantes, Francisco Franco…
Terminada la guerra civil, era éste el modo de blanquear la zurdez de los pobres, ingresar en la Legión, si tenías la suerte de que te lo ofrecieran, a cambio de conmutar el resto de condena. Para los adinerados republicanos, tanto zurdos como diestros, se inventó otro método: comprar a precio de oro para sus hijos una plaza en la División Azul (o División Española de Voluntarios, 1941-43) y enviarles así a combatir, muy voluntariamente, hermanados con los falangistas más convencidos, junto al ejército alemán contra la URSS. Este carácter voluntario, de fronteras hacia afuera, fue idea de Ramón Serrano Suñer, concuñado de Franco, mientras era ministro de Asuntos Exteriores: ello permitía al estado español intervenir junto a Hitler con casi 45.000 efectivos de infantería, sin ser participante en la Segunda Guerra Mundial. Es interesante escuchar la peripecia personal del cineasta Luis García Berlanga, de cómo se arruinó la familia intentando que no fusilaran a su padre hasta que al final le propusieron a Luis ir al frente ruso. Todo ello puede consultarse en “La noche del cine español – 1941 (II)”, disponible en la plataforma digital gratuita de televisión española RTVE play, junto al resto de documentales de la serie dirigida por Fernando Méndez Leite entre 1984 y 1986 (encontrado en línea el 27 de noviembre de 2024 en < https://www.rtve.es/play/videos/la-noche-del-cine-espanol/noche-del-cine-espanol-1941-ii/3207665/ >).
Y resta el método de blanqueamiento que resulta más triste de todos, pues se trataba de una muerte casi más segura y mucho más lenta: la conmutación de días de condena por trabajos en obras civiles. Ni estos trabajos eran considerados trabajos forzados por el régimen franquista, ni se admitía la tipificación penal de preso político a los presidiarios cuyo único delito era ser antifranquista, como indica Pedro Oliver Olmo en su trabajo “La construcción histórica de los conceptos de ‘preso político’ y ‘preso social’ en la España contemporánea” (encontrado en línea el 27 de noviembre de 2024 en < https://ctxt.es/es/20181226/Politica/23525/Pedro-Oliver-Olmo-presos-politica-Catalu%C3%B1a-Espa%C3%B1a-historia-marco-legal.htm >).
La más conocida de estas obras civiles, por su carácter monumental, es el antiguo Valle de los Caídos, hoy de Cuelgamuros, en Madrid. Sin embargo, la más extraordinaria de todas estas obras es el llamado canal de los Presos, una instalación hidráulica en el bajo Guadalquivir para suministrar riego a unas 60.000 hectáreas entre Sevilla y Cádiz. Hasta el inicio de estas obras, la ciudad de Sevilla sólo tenía dos barrios extramuros: Triana, al otro lado del río frente a la Torre de Oro, sede de la primera catedral de la ciudad, la actual parroquia de Santa Ana, construida en 1280; y el barrio de San Bernardo, apoyado en el exterior de la antigua muralla histórica, al otro lado de la antigua judería, hoy barrio de Santa Cruz. Por datar muy extraoficialmente este barrio, su parroquia actual se terminó de construir en 1785. El resto de la ciudad permanecía dentro de la muralla, constituyendo uno de los cascos antiguos más extensos de Europa. Y así siguió hasta los años 20 del pasado siglo, con las construcciones señoriales y los pabellones de los países participantes en la exposición de 1929, en una extensión del Parque de María Luisa hacia el sur. No fue hasta los años 40 que nació un nuevo barrio extramuros, a unos kilómetros de la ciudad, que comenzó siendo sólo un asentamiento. Se trata del actual barrio de Bellavista, barrio natal del tercer presidente de la última democracia española, Felipe González, pues era donde su padre tenía su empresa ganadera de finca y vaquería. El asentamiento nació de forma espontánea, para estar los familiares de los presos del canal más cerca de los suyos y poder llevarles algo de comida todos los días, y leche para sus hijos.
Son dos las enormes peculiaridades de este canal de los Presos: una de ellas es la duración, pues se trata de la construcción civil por parte de presos políticos de mayor duración una vez terminada la guerra, de 1940 a 1962. La otra, ser la única construcción en la que absolutamente todos los participantes, obreros, ingenieros, médicos, incluso sacerdotes, todos salvo los vigilantes, eran presos políticos.
Manuel y Manuela fueron mis abuelos.