Historias de la Segunda Guerra Mundial

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Dos personajes rescatados del olvido

Un acontecimiento de magnitud global como fue la Segunda Guerra (1939-1945)

produjo situaciones indescriptibles, a veces inverosímiles, y colocó en el escenario bélico a personajes que llegaron a ser admirados u odiados según el prisma que se utilice para analizarlos. La inabarcable literatura y cinematografía sobre el tema abundan en ejemplos de valor, astucia, crueldad, arrojo, liderazgo, diplomacia, esfuerzo y vidas perdidas. Es cierto que en esta parte del mundo occidental fuimos invadidos por la profusión de material proveniente de los países ganadores de aquella trágica contienda, pero escarbando entre viejos papeles y poniendo la lupa en otros escenarios, se pueden encontrar actores que vale la pena rescatar del olvido. En estas líneas me referiré a dos de ellos, ambos japoneses, cuyo derrotero fue tan extraño como merecedores de ponerlos en valor: el general Tadamishi Kuribayashi y el teniente Hiroo Onoda. Curiosamente, nunca se conocieron ni tuvieron noticias el uno del otro.

 

El héroe de Iwo Jima

Nacido en el seno de una familia de larga tradición samurai, Kuribayashi abandonó su proyecto de ser periodista y abrazó la carrera militar inducido por sus profesores de secundaria. Fue un cadete brillante y ascendió de grados en el arma de caballería sin dificultades. Antes de la Segunda Guerra Mundial, fue agregado militar en las embajadas japonesas de Estados Unidos y Canadá. Durante sus dos años de permanencia en Washington recorrió el país, hizo cursos en Harvard, y pudo constatar el formidable poderío industrial norteamericano, lo que le permitió afirmar, cuando ya soplaban vientos de guerra: “Estados Unidos es el último país del mundo con el que deberíamos luchar”. Nadie lo escuchó.

El estallido de la guerra entre Japón y Estados Unidos (1941) encontró al coronel Kuribayashi en el Departamento de Inteligencia del Ejército en Tokio, y ante el avance incontrastable de los norteamericanos en el Pacífico es convocado a comandar la defensa de la estratégica isla de Iwo Jima, la más cercana a Tokio y tradicional terreno japonés. Kuribayashi desembarca y consigue reunir una dotación de 26.000 hombres, absolutamente insuficientes y mal armados para la proporción de la invasión que se avecinaba. Bajo sus órdenes, evacúa a los mil civiles dedicados al refinado de azufre, y pone en marcha una táctica defensiva inusual para los manuales de aquellos años: no combatirá en las playas; permitirá que el enemigo se adentre en la isla y los rechazará desde los túneles y bunkers diseminados en toda la isla. Aunque es consciente de que se trata de una batalla perdida, el objetivo es causar la mayor cantidad de bajas enemigas. Finalmente el poderío norteamericano se impone: sin armas, ni víveres, ni agua, los pocos japoneses sobrevivientes encabezados por Kuribayashi atacan de noche un campamento enemigo. La lucha es breve y el comandante es herido de muerte. Su cuerpo nunca fue encontrado.

Kuribayashi fue elevado a la categoría de héroe y las pérdidas que ocasionó a los norteamericanos en Iwo Jima fue uno de los factores que pesó en la decisión del presidente Harry Truman de lanzar dos bombas atómicas sobre Japón.

 

Onoda no se rinde

La odisea de Hiroo Onoda es, probablemente, el caso más revelador de cómo el código de obediencia, honor y sacrificio impregnó a las fuerzas armadas y a buena parte del pueblo japonés; algo que, desde el punto de vista occidental, no es fácil de entender.

Onoda tenía 20 años cuando en diciembre de 1944 es incorporado al ejército imperial y destinado a la lejana isla filipina de Lubang, un reducto que muy pronto habría de ser invadido por tropas norteamericanas, a punto ya de ganar la guerra. Onoda, por entonces teniente, recibió de su superior una orden terminante: defender Lubang, no rendirse ni suicidarse, y combatir al enemigo en la selva a través de sabotajes y acciones guerrilleras, a la espera de la llegada de refuerzos.  Cuando se produjo el desembarco de los marines, el escaso destacamento de Onoda huyó en desbandada: se quedó con apenas tres soldados con quienes se internó en la espesura dispuesto a cumplir con su deber. Y lo hizo a conciencia: mató a 37 enemigos. Su batallón fantasmal cayó en acción y Onoda quedó solo y librado a su suerte. O a su desgracia.

Oculto en la selva, Onoda se las arregló para sobrevivir a la espera de un rescate que nunca llegó. Pasaron meses y años en soledad absoluta y sin noticias del mundo exterior. Japón se rindió y Onoda ni se enteró. En 1972, un estudiante japonés de turismo en Lubang, conoce por lugareños la odisea de Onoda y decide buscarlo. Cuando da con él, encuentra a un hombre desgreñado pero altivo, quien, al ser informado que la guerra había terminado, acepta rendirse sólo si se lo ordena su superior, el mismo que le había impartido directivas tan severas en 1944. El estudiante volvió a Tokio y regresó con el comandante Taniguchi quien le leyó a Onoda, el 9 de Marzo de 1974, una orden del Ejército que lo conminaba a cesar sus operaciones. El documento terminaba con una frase lapidaria: “Teniente Onoda, su guerra ha terminado”. Habían pasado 30 años desde su desembarco en Lubang.

Emiliano Nicola

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Emiliano Luis NICOLA. Nacido el 10 de abril de 1937. Ejerció como periodista deportivo en los diarios Córdoba y Los Principios, en las radios LV2 y LV3 y en Canal 12 donde también fue co-conductor del programa Teledinamica. A partir de 1978 se incorporó a la Redacción de La Voz del Interior desempeñándose como Redactor, luego Prosecretario, Secretario de Redacción y Prosecretario General de la Redacción hasta su jubilación en 2002.
En 2003 funda y dirige la revista mensual Nosotros de la que se retira en 2012.