BRONCE, MÁRMOL Y OROPELES

B

Al parecer, hay una directa relación entre mediocridad y soberbia, puesto que las personas de impecable moral y honda sapiencia suelen ser modestas y sencillas en el ámbito privado y especialmente en su actuación pública, mientras que quienes no se caracterizan por tales cualidades hacen gala de una fuerte necesidad interior de presentarse como seres superiores frente a la sociedad, en la estética y en la desmesurada exhibición de facultades, sean individuales, profesionales, científicas o políticas. Generalmente los ejemplares de esta segunda especie son inteligentes, que no es lo mismo que ser sabios, y por lo común con sus posturas exageradas ocultan un mayor o menor resentimiento, sin proponérselo de manera consciente.

            Por conocidos no traeremos a la memoria los últimos modelos que lamentablemente ha lanzado a la luz nuestra sociedad, pero sí lo merecen quienes en el pasado se erigieron como paradigmas del entramado nacional, con sus errores y aciertos, pero con valores incorporados que nos hacen recordarlos con orgullo. Desde Mariano Moreno y Juan José Paso, pasando por las generaciones de 1837 y 1880, por los primeros consagrados con el Premio Nobel, políticos de talla como Juan Bautista Justo y Nicolás Repetto, nobles gobernantes como Arturo Illia, para citar sólo algunos.

            Este comentario viene al caso en razón del apuro que les ha entrado a ciertos representantes de la mediocridad argentina, por incorporar sus bustos en el salón de los presidentes de la Casa Rosada, no conteniendo sus ansias de verse a sí mismos ó a su familia en el mármol para la eternidad, impulso patológico que un serio estudio médico reciente ha denominado “broncemia” (ver nota 1).

            En primer lugar, parece de mal gusto que un recinto destinado a recepciones y homenajes a propios y extraños tenga como ornamento un marco necrófilo, en vez de alegorías representativas de la vida y la gloria. Además, el bronce y el mármol son para próceres (ver nota 2), y por el solo hecho de haber sido primer mandatario no se accede a ese podio. Finalmente, esas efigies deben estar en un museo, para el recuerdo respetuoso del pasado, con el propósito de ilustrar a las generaciones venideras y visitantes, sobre las características físicas de los presidentes de la República en el curso de la Historia, surgidos de la voluntad popular, incluyendo al que haya ejercido el poder sin convicciones ni prácticas democráticas y republicanas, pese a su origen electivo.

Notas

  • “Broncemia”, del Doctor Francisco Occhiuzzi, Editorial Nuevos Editores, Córdoba 2017. Subtitulado “La soberbia en los médicos y en otros personajes de nuestra sociedad”.

Los soberbios tienen una forma particular de caminar; un polímero, el “periestultato” de bronce, va adueñándose poco a poco del sujeto hasta que la persona cree ser una estatua olímpica e “inmarcesible”.

La solemnidad en el desplazamiento, la pérdida de la capacidad de sonreir, el creerse prócer, soberano, infalible, el oírse solo desde adentro y rechazar el sonido exterior, son típicos de esta dolencia, grave e incurable.

(Nosotros agregamos una observación: el hombre comienza a caminar torcido como caballo de desfile, la mujer se acomoda el cabello como si fuera una actriz).

  • Efigie: imagen, figura representativa de una persona real y verdadera. Busto grabado o acuñado en las monedas, medallas, etc.
  • Oropel: hoja de latón muy delgada, que imita el oro. Cosa de mucha apariencia y de poco o ningún valor. Gastar uno mucho oropel: ostentar, sin posibilidades para ello.

Nota del autor: “la mona, aunque se vista de seda, mona queda” (proverbio español).

HASTA QUE LLEGUE EL TIEMPO

Caminante son tus huellas

el camino y nada más,

caminante, no hay camino,

se hace camino al andar.

Antonio Machado

A mi familia y amigos que me quieren

 

Me asomo al espejo.

El plano inclinado de los días

refleja la imagen menguante de mi existencia.

Cada arruga en el rostro,

cada cabello menos,

son huellas de múltiples batallas

que en la toma por asalto de la vida

me puso el azar del nacimiento.

En aquella niñez,

sorprendida y temerosa,

no tuve alternativas.

Comencé el desafío

como sucede a todo ser viviente.

Porque el destino no da opciones

(es la única libertad con que no se cuenta).

 

 

Entre dos siglos

hubo un día que todo fue mediodía.

ásperos y rocosos los senderos,

claros de luna y vientos tormentosos.

En soledad

me propuse ideales, amasé esperanzas.

En ello puse todo:

cuerpo y alma; hice siembras;

lloré fracasos, celebré los logros.

Desde aquel día

a menudo me anticipé a los tiempos.

 

 

Desde recién nacido

y a lo largo de mis ocho décadas,

nueve veces me llamó la muerte

y otras tantas la dejé afuera.

A veces fue mi lucha que ganó la partida,

en otras, fue el azar o la ventura.

 

La pobreza, amiga y compañera,

se sentó a la mesa donde

mi madre servía el pan humilde

que, en faena dura,

mi padre ganaba honradamente.

La ropa escasa, abierta la sala,

yo sin juguetes, mis hermanas sin muñecas.

El amor fraterno

perfumaba el aire de frescas fragancias.

 

Me marcaron lejanas noches,

noches de niño enfermo.

Huellas de rebeldía y angustia.

En aquellas noches

de luz difusa y sombras largas,

ave pequeñísima y frágil,

con la boca jadeante,

el cuerpo tenso, los pulmones vacíos,

juré a mi madre:

por ver niños sanos y alegres

dedicaré mi vida.

Cuando hombre

hice de la angustia desafíos

y transformé en acción la rebeldía.

 

De joven

abrí al viento mis alas,

en libertad forjé proyectos,

laboré la tierra

con paciencia de labriego

hice siembras.

A fuer de poner el hombro

creció la cruz del sur en mis sueños.

 

En la extensa soledad de la pampa,

resabios de la Argentina vieja,

vi trigales

que pintaban la tierra de amarillo.

Con el silencioso ondular de las espigas

comprendí lo que hace mucho tiempo

enseñó Dante:

no la riqueza, la virtud

forja en el hombre la nobleza.

 

Con la mente abierta llegué a hombre.

Abracé conductas y principios éticos;

ignoré  mediocres y enfrente de las fieras,

sufrí traiciones, arriesgué la vida,

admiré a Sarmiento.

Rompiendo moldes alcancé mis afanes,

maduré intenciones.

Rebelde sí, pero terco nunca.

 

Pasé años, mirando las estrellas;

interrogué al cielo.

En miles de libros busqué respuestas:

¿Quién soy?

¿De dónde vengo?

¿Adónde voy?

Cambié horizontes, pensé en Dios.

Cavé la tierra, pregunté a los hombres.

En silencio, solo.

Casi en tinieblas, la hallé alma adentro.

 

Puse mi voluntad, mi inteligencia, mi coraje,

mis miedos, para acudir de buena fe

en amparo de quien lo requería.

Todo fue entrega sin compensación.

La libertad me impuso normas.

La adversidad,

los egoísmos, la pasión, exigieron tiempos.

Sin escatimar,

con vocación docente, entregué a los jóvenes

mis saberes.

Aprendí de todos y de todo;

todo lo preñé de ejemplos.

Plena la mente de nuevas ideas,

caminé orgulloso, sin abdicaciones.

 

Formé familia.

Esposa, hijos y nietos

me dieron razones para sacar fuerza

perseguir anhelos, madurar ideales

y luchar por ellos.

No dejaré fortunas,

eso jamás me preocupó,

todos abrevaron aguas ejemplares;

acogieron consejos honrados.

Con la frente bien alta

portan y honran un nombre

que orgullosos reciben como herencia.

 

Con banderas solidarias,

junto a nobles compañeros

soñé una Argentina nueva.

Hice planes, abracé utopías

tuve aciertos y errores,

busqué compañía.

Muchas veces hallé desiertos.

 

Con ochenta años

aún transito sueños y esperanzas.

Con paso firme, sin miedos,

desafiando huracanes camino mis caminos,

dejo huellas, hasta que llegue el tiempo.

Cumplo así, el sino que en días lejanos

¡Bendita sea! Me marcó la existencia.

 

Marcos Juárez, 2020

Acerca del autor

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Víctor Miguel Cemborain

Abogado y Escribano por la Universidad Nacional de Córdoba - Larga y eficaz fue su labor profesional, ya que ejerció la abogacía en forma particular, fue Letrado de la Empresa Nacional de Correos y Telégrafos y finalmente llegó a ejercer la Magistratura por concurso, siendo el primero en orden de mérito, ejerciendo como Juez Civil y Comercial en la ciudad de Bell Ville durante 14 años.

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Víctor Miguel Cemborain

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