De la historia y la histeria

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A esta altura, casi setenta años después, no cabe duda que la Historia absolvió a Fidel Castro Ruz por su actuación en una etapa precisa de su gesta: el intento de copamiento de los cuarteles militares Moncada  ─en Santiago de Cuba─ y Carlos Manuel de Céspedes ─en Bayamo─, el 26 de julio de 1953, y al posterior pronunciamiento revolucionario que aplastó al criminal régimen despótico de Fulgencio Batista, quien años antes había tomado el poder público por asalto mediante un golpe de Estado.

            La expresión “la historia me absolverá” fue la conclusión del valiente y fundado alegato de autodefensa pronunciado por el brillante abogado Castro, ante el Tribunal que lo juzgó por aquella primera acción armada, fracasada, dejando un tendal de muertos, heridos y prisioneros, entre estos últimos el comandante del grupo atacante.

            Ahora bien, para que la Historia se pronuncie sobre las características negativas y positivas del régimen de los hermanos Fidel y Raúl Castro, cuando concluya por efectos naturales o de la índole que fuera, habrá que esperar algunas décadas que calmen las pasiones de adherentes y opositores al proceso revolucionario, que ya superó el medio siglo desde su inicio en la nación-isla del Caribe. Vendrán los politólogos, historiadores, sociólogos, economistas y juristas, revisarán registros y documentación, estadísticas y variadas referencias, discutirán sobre sus respectivas conclusiones, las cotejarán y corregirán, en la búsqueda de la verdad objetiva, sobre lo realmente acontecido en ese tiempo. Esa historia no la escribiremos quienes nos ilusionamos con la caída de Batista, ni quienes la lamentaron; no quienes participamos con alegría la firmeza antiimperialista del nuevo régimen, ni los defensores del poder del Norte; no los que dieron su sangre en la Ciénaga de Zapata para rechazar la invasión de Bahía de  los Cochinos, ni los que la vertieron en la aún incomprensible campaña de África; no los amanuenses castristas, no los guevaristas y los que creyeron injusto y armado el proceso contra el fusilado General Ochoa; no los que se formaron en el sistema universitario comunista, ni los que no lograron siquiera salir de la marginalidad social.

            La defensa ejercida por Fidel no cayó en la puerilidad de intentar su absolución por los jueces que ya lo tenían precondenado, por eso aludió a la Historia con profundas razones jurídicas, políticas, sociológicas, anticipatorias del nuevo tiempo que se venía para la República de Cuba, siendo una pieza de hondo valor y contenido para los que abrazamos la carrera de las leyes. Vale el esfuerzo analizarla minuciosamente, aunque no sea factible en esta oportunidad por la brevedad que impone nuestra revista.

            Lo que habrá de quedar claro, desde ya, es que el meduloso alegato defensivo de Fidel en aquella oportunidad, no merece ser bastardeado por la histeria de nadie, con el osado y vil propósito de agredir e intentar amedrentar irrespetuosamente a los jueces que la están juzgando por imputaciones sobre una sarta de múltiples y gravísimos delitos penales cometidos en actos de abuso de una posición política dominante, y en beneficio de su infinita ambición de riquezas para sí y su descendencia. Menos aún, sin ningún fundamento serio de índole alguna, no pretendiendo la absolución futura por la Historia ─como hiciera Fidel─, sino decretándola por sí misma como hecho pasado basándose sólo en su ilimitada soberbia y en una elección nacional que para nada se refería a los hechos de los cuales está acusada y procesada.

Víctor Miguel Cemborain

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Abogado y Escribano por la Universidad Nacional de Córdoba - Larga y eficaz fue su labor profesional, ya que ejerció la abogacía en forma particular, fue Letrado de la Empresa Nacional de Correos y Telégrafos y finalmente llegó a ejercer la Magistratura por concurso, siendo el primero en orden de mérito, ejerciendo como Juez Civil y Comercial en la ciudad de Bell Ville durante 14 años.