ALFREDO ORGAZ – MÁS ALLÁ DEL DERECHO CIVIL

A

En base al Trabajo del autor publicado en La Ley Cba. Nº 6, 2016

El Dr. Ramón Daniel Pizarro asumió la iniciativa de promover a través de “La Ley Córdoba” un mayor conocimiento de los lectores acerca de la vida íntima y familiar de las más destacadas personalidades que ha tenido el derecho en nuestra provincia. Se trata de una inquietud valorable: abordar la vida más recóndita de estas figuras señeras. Es que siempre detrás de un intelectual o de un científico de cualquier disciplina, hay efectivamente una vida íntima que enriquece e integra el perfil del protagonista, la muestra de “carne y hueso”. Y en definitiva lo humaniza, descorriendo el velo de la solemnidad.

El Dr. Pizarro me pidió que tomara a cargo esta tarea en relación a Alfredo Orgaz y he aceptado tal responsabilidad no por méritos propios, sino tan sólo por ser uno de los dos sobrinos vivos de los once que tuvo Alfredo. El otro es mi querido primo y amigo Eduardo Castro Orgaz, quien vive hace muchos años en Brasil; filósofo, psicólogo y especialista en comunicación social, profesor universitario, jubilado en aquel país. No puedo omitir la mención de Eduardo, porque mientras estudiaba en Córdoba, entre 1960 y 1964, fue una especie de asistente de nuestro ilustre tío, ya por entonces desvinculado de la Corte y antes de ser designado embajador argentino en Chile por el gobierno del Dr. Arturo Illia.

Muchos de los textos jurídicos y de los estudios históricos de Orgaz, estos últimos frecuentemente referidos a Sarmiento, eran manuscritos por el autor y luego pasados “en limpio” por Eduardo con su máquina de escribir “Olivetti”.

Debo recordar también a mi hermano, Carlos Alfredo Orgaz, quien dedicó gran parte de sus últimos años, a ordenar distintos archivos de la familia y que perseveró en tales esfuerzos hasta un par de meses antes de su fallecimiento. Sin esta labor paciente, me hubieran faltado algunos importantes elementos documentales que permiten esta evocación que ahora intentaremos.

Alfredo Orgaz nació en la ciudad de Córdoba el día 6 de noviembre del año 1900. Fueron sus padres Eleodoro Orgaz Montes, santiagueño, quien vino a nuestra universidad a estudiar la carrera de abogacía, pero que al enamorarse de quien sería su mujer, Mercedes Ahumada, cortó con la carrera inicialmente elegida y optó por otra de menor duración; se recibió de agrimensor, profesión que ejercería muchos años, primero como funcionario de Catastro y luego en forma particular. Mercedes Ahumada era oriunda de San Pedro, hoy pequeña localidad cercana a Villa Dolores, pero importante en el comercio regional del siglo diecinueve. Los abuelos paternos de Alfredo fueron José Andrés Orgaz y Aurelia Montes, ambos santiagueños. José Andrés tuvo una importante actuación política en su provincia y llegó a presidir la Legislatura, durante el gobierno de Don Absalón Rojas, padre del escritor Ricardo Rojas. Los abuelos maternos fueron Valentín Ahumada, un vecino notable de San Pedro y Elisa Soria llamada en su tiempo “la estrella del Oeste” en razón de su belleza. Valentín Ahumada fue productor rural y por su relativa instrucción fue también inspector de escuelas. Amigo del cura José Gabriel Brochero, integró la “Primera Comisión pro Camino a las Altas Cumbres” promovida por Brochero y homologada mediante un decreto provincial del Gobernador Juárez Celman.

Presentados los abuelos vuelvo a los padres de Alfredo para decir que Eleodoro Orgaz y Mercedes Ahumada se casaron en 1888 y a partir de allí constituyeron una familia verdaderamente numerosa, compuesta por sus hijos Raúl, Arturo, Mercedes, Oscar, Haydée, Jorge, Alfredo, Dora y Blanca, esta última prematuramente fallecida a los dieciocho años de edad.

Vayamos ya al protagonista central de nuestra historia y comencemos por la niñez de Alfredo Orgaz. Hay de aquellos años una fotografía familiar donde están los padres con sus siete primeros hijos, o sea que Alfredo era en ese momento el más chico. Probablemente esa fotografía fue tomada en 1903 y en ella se ve a Alfredo junto a sus hermanos, serio en el rostro y relleno en el cuerpo, como nunca más lo sería después, sino de contextura invariablemente delgada.

La familia vivía por entonces en la calle Caseros Nº 804 y fue en esa casa como también en la vivienda de enfrente, de la familia Lascano, donde en el mes de marzo de 1905 se celebraron las reuniones fundacionales del Club Atlético Belgrano.

No tenemos otros datos puntuales de la niñez de Alfredo, aunque podemos conocer algunos episodios a través de la pluma de Jorge, mi padre, apenas un año mayor que aquel y naturalmente compañero de travesuras infantiles. “Vivíamos de hacía poco en una cómoda casa esquina del barrio sud de la ciudad, abierta a los baldíos y basurales del suburbio, a pocas cuadras de las barrancas que todavía cierran arriba el horizonte y abajo el perímetro de Córdoba. Los vientos castigaban casas y personas con tierra y arenilla que veíamos levantarse en remolinos en las lomas del Observatorio y de allí avanzar decididamente hasta penetrar en las casas, sacudiendo puertas y volando ropas tendidas en los fondos. Al frente se construía la iglesia Santo Tomás; faltábale la bóveda y el revoque. En los ángulos del espacio destinado a las ventanas y en los huecos de sostén de los infinitos andamios, veíanse, oíanse, ruidos rumorosos de palomas. En septiembre irrumpían las típicas bandadas de golondrinas. Ahí encontró nuestra normal perversidad de niños la primera oportunidad de acción agresiva y la primera fuente de placer malvado. Allí aprendimos el manejo de la honda y el arte provinciano de hacer puntería con piedras”. Agrega más adelante Jorge: “Cuando pasaban las lluvias nos quedaba, por días y días, el cinturón carcelario de charcos y lagunas. Era entonces cuando más tirábamos a las palomas y golondrinas y, de noche, a los focos del alumbrado eléctrico y a los vidrios de las ventanas del colegio anexo a la iglesia. Pronto constituimos una pandilla memorable desde todo punto de vista: éramos muchachos casi todos pobres, los más de primaria educación, algunos francamente pervertidos. Pero ninguno triste ni reacio a la cita diaria y reiterada para jugar a lo que fuera, desde el fútbol con pelota de trapo a las bolitas o el tejo. Así fuimos viviendo una infancia sin tropiezos y sin pesares. ¿Éramos felices? Éramos niños sanos y libres, dueños de una esquina amplia, con lo elemental para las pequeñas aventuras” (Orgaz, Jorge, “Infancia y Vocación. Cuaderno íntimo de un médico” – Assandri, Córdoba, año 1953, págs. 30/32). Allí junto a su hermano Jorge estaba Alfredo; así lo recordaban ambos ya de grandes, con una sonrisa nostálgica.

Sobre la niñez de Alfredo queda por decir todavía que hizo la escuela primaria en la Escuela Nacional Alejandro Carbó frente a la plaza Colón; terminó el sexto grado a fines del año 1913.

Al año siguiente ingresó en el Colegio Nacional de Monserrat y concluyó sus estudios secundarios en noviembre de 1918.

Mientras Alfredo cursaba el secundario, comenzó a jugar al fútbol en las divisiones inferiores del Club Atlético Belgrano, aunque al mismo tiempo se manifestó prematuramente hincha del Club Gral. Paz Juniors, del que se mantendría adicto el resto de su vida. Todos los hermanos Orgaz, menos Raúl, jugaron al fútbol. Arturo, aparte de co-fundar el Club Belgrano, fue brevemente un rústico marcador de punta en ese equipo; Oscar fue el jugador más destacado de la familia; integró la selección cordobesa, jugó en Universitario y también en Juniors; mi padre Jorge jugó en la primera división de Universitario en 1917 junto a su muy querido amigo José Malanca. Tanto Oscar como Jorge jugaron en la mitad de la cancha; hoy serían denominados “mediocampistas”. Alfredo en cambio fue un delantero enjuto pero ligero, prometía destacarse en el fútbol, pero su carrera fue abruptamente interrumpida por una grave lesión en la clavícula causada por un rival cuyo rostro y consecuente apodo, típicamente cordobés, según recordaba Alfredo, metían miedo: “cara e’ león”.

Una vez egresado del Monserrat, Alfredo comenzó sus estudios de abogacía en la Facultad de Derecho de la Universidad Nacional de Córdoba.

Su carrera se desarrolló sin altibajos, aunque en verdad no tengo detalles documentales ni hechos de su formación jurídica inicial que él haya recordado especialmente.

Se recibió de abogado en el mes de diciembre de 1924. Durante su vida de estudiante escribió en 1923 su primer libro de poesías titulado “Versos de soledad y silencio”. Es probable que aquella publicación haya coincidido con un momento difícil en la vida del autor. Cuando yo tenía diecisiete o dieciocho años, uno de los más íntimos amigos que Alfredo tuvo a lo largo de los años, me contó que aquel se había enamorado seriamente en su juventud y que había sufrido un fuerte, y para él, definitivo desengaño, porque la mujer querida había preferido a otro hombre, algo mayor, de extraña provincia y posición económica desahogada.

Al parecer Alfredo expresó en la poesía la soledad y el silencio que lo embargaban. Poco después de terminar su carrera de abogado escribió “Penumbras” y aunque a partir de allí dejó de publicar, nunca se desvinculó de la literatura y de la exteriorización de su espiritualidad según veremos más adelante.

Alfredo remitió su libro “Penumbras” a la poetisa uruguaya Juana de Ibarburou quien se refirió a la obra recibida con estas palabras: “libro dulce y bello, pero bajo cuya línea juvenil, la melancolía circula como una corriente fatal que tiñe la superficie de un inefable matiz taciturno, que ni el sol de los veinticuatro años es capaz de transformar en rosa plena”.

Ese estado de melancolía que había invadido el alma de Alfredo fue advertido por el crítico literario J. de la Torre Peña quien destacó en el diario “La Opinión” (Cba., 13/7/1926) la siguiente cuartilla del joven autor:

“Como un orfebre minucioso y raro,

salvo la copa de mi poesía…

y escondida en su fondo, siempre dejo,

una gotita de melancolía…”

 

Fue sin dudas un momento muy especial en la vida de Alfredo. En “Penumbras” impresiona el fragmento que dice:

“Tengo una pena oculta,

tan silenciosa y leve,

que yo nunca he podido

ni podré precisar

ni su causa profunda,

ni de donde me viene

ni si un día se irá”

Es una tristeza

que me viene de lejos,

de muy lejos, muy lejos.

De otra vida, quizás.

Como el vago recuerdo

de una cosa perdida

que no puedo olvidar!

Más allá de estos momentos de angustia interior, Alfredo siguió su camino. En 1927 ya fue profesor de Psicología y Lógica en el Colegio Nacional Deán Funes y en el Liceo de Señoritas. El mismo año publicó la obra “Incapacidad Civil de los Penados” que mereció un expresivo reconocimiento de Salvat.  En 1928 se incorporó a una de las cátedras de Derecho Civil en la Facultad de Derecho de la Universidad Nacional de Córdoba y encaminó a partir de allí una brillante trayectoria como jurista que no habré de analizar porque trasciende largamente el objeto de este trabajo que es la vida íntima y familiar de Alfredo, matizada en todo caso por otros aspectos ajenos al derecho.

Desde tal perspectiva vemos que nuestro querido personaje, después de su crisis de melancolía, se recuperó e interactuó socialmente en diversos ámbitos de Córdoba. En noviembre del mismo año 1928 asumió como vocal de la flamante Comisión Directiva del “Crisol Club” que como su nombre lo indica, estaba ubicado en la zona de la llamada “Isla Crisol en el Parque Sarmiento” y de alguna manera constituía un círculo alternativo al “Club Social”. Su presidente en aquel momento era el Dr. Horacio Martínez y en la Comisión Directiva había un claro predominio de mujeres, una linda noticia en la Córdoba machista de aquellos años.

Más o menos por la misma época, Alfredo redactó el primer “Código de Penas” en la Liga Cordobesa de Fútbol, probablemente a pedido de su hermano Arturo que era el Presidente de esa entidad.

Al iniciarse la década de 1930, se produjo en el país el golpe militar encabezado por el Gral. Uriburu que provocó el derrocamiento del gobierno constitucional del Presidente Hipólito Irigoyen; el radicalismo tradicional fue proscripto y no pudo participar en los comicios del 8 de noviembre de 1931. De un lado se generó el agrupamiento de diversas fuerzas conservadoras, a las que se sumaron la Unión Cívica Radical Antipersonalista, disidente de la conducción de Irigoyen, como asimismo el Partido Socialista Independiente, una escisión del partido fundado por Juan B. Justo.

En la vereda de enfrente, se constituyó una alianza de los partidos Demócrata Progresista y Socialista que elaboró un programa político-social de centro izquierda: preconizó la estabilidad de los arrendatarios rurales, las cooperativas agrarias, la legislación del trabajo, la neutralidad religiosa del Estado, la defensa de la escuela pública, la enseñanza laica, la ley de divorcio y la autonomía universitaria, amén del compromiso de devolver la legalidad a la Unión Cívica Radical.

Lisandro de la Torre, que estaba alejado de la política, fue convocado a encabezar la fórmula presidencial. Salió decidido de su campo de “Pinas”, que luego pertenecería a Juan Manubens Calvet, y desde el correo de la localidad de Ciénaga del Coro, despachó sendos telegramas a sus partidarios y a sus aliados aceptando la nominación que compartiría con el Dr. Nicolás Repetto por el Partido Socialista.

Esta alternativa suscitó de inmediato la adhesión de muchas personalidades independientes y en Córdoba fue nominado el Dr. Gregorio Bermann como candidato a gobernador y el Dr. Deodoro Roca como candidato a intendente de nuestra ciudad. En apoyo a este programa y a esta alianza, participó Alfredo, como un simple orador en distintos actos, preservando su carácter de ciudadano independiente.

Estos comicios se desarrollaron en todo el país con distintas anomalías: el fraude electoral en muchas provincias y la abstención de un gran número de ciudadanos, disconformes con las alternativas planteadas, determinaron la derrota de la Alianza Civil y el triunfo de las fuerzas conservadoras.

En el resto de la década de los años treinta, Alfredo intensificó el ejercicio de la profesión de abogado y también su dedicación a la docencia universitaria y la investigación jurídica.

En 1943 Alfredo sumó a sus tareas habituales la promoción del agrupamiento colegial de los abogados, la lucha por la libertad en el ejercicio profesional ante la amenaza reiterada del autoritarismo y desde luego levantó principios de ética y moral que debían exigirse a todos los letrados. En el contexto de estas preocupaciones Alfredo fue presidente del Colegio de Abogados de Córdoba entre 1943 y 1945 y Presidente de la Federación Argentina de Colegios de Abogados, en 1946.

En otro plano y en la misma época comenzó un calvario que vivió Alfredo a partir de la instalación del gobierno militar que se hizo cargo del poder el día 4 de junio de 1943. La persecución sufrida por Alfredo y centenares de profesores universitarios de todo el país, comenzó con el documento que todos ellos firmaron en apoyo de las fuerzas aliadas contra Hitler y Mussolini en la Segunda Guerra Mundial; se incluye en esa publicación el reclamo al gobierno argentino para que instrumentara la ruptura de relaciones con las potencias del eje, Alemania, Italia y Japón.

Este documento se denominó “Democracia efectiva y solidaridad americana” y causó el alejamiento forzado de las universidades, no sólo de los firmantes sino también de muchos docentes más, que en aquellos años padecieron los embates que por mucho tiempo arrasaron la autonomía universitaria.

Este prolongado ostracismo de Alfredo ha sido recordado con justicia y nobleza por el Dr. Luis Moisset de Espanés con las siguientes palabras: “en mi paso por la Universidad como estudiante, hasta fines del año 1956, no tuve oportunidad de tenerlo como maestro porque al igual que muchos otros, debió alejarse de los claustros, apartados por aquellos tristes episodios que desgarraron la Universidad argentina en los años 1943 y 1946” (palabras inaugurales del Acto Homenaje a cargo del Dr. Luis Moisset de Espanés en “Separata de la Academia Nacional de Derecho y Ciencias Sociales de Córdoba – Homenaje al Dr. Alfredo Orgaz”, año 2 Nº 1, Semanario Jurídico, Edición de Comercio y Justicia, octubre 2000, página 4).

En aquellos años, Alfredo dio pruebas de su espíritu solidario alentando a sus amigos en tiempos de adversidad, como lo ha puntualizado la gran jurista cordobesa Matilde Zavala de González con relación a la carta abierta de Alfredo a Ricardo Nuñez, a raíz del forzado alejamiento del Tribunal Superior de Córdoba que sufriera el insigne maestro del Derecho Penal. En esa carta, publicada el día 3 de octubre de 1947 en el diario La Voz del Interior, el autor ponderó cálidamente en Núñez la actitud de “no rendirse a ninguna bajeza, no querer conservar posiciones y sueldos a base de humillaciones y debilidades. Quedarse en la calle, más bien, con las manos en los bolsillos, pero con la conciencia limpia y tranquila, con el alma valerosa e intacta…”.

No puedo obviar algunos párrafos de la respuesta de Núñez a Orgaz porque las palabras de aquél muestran de manera conmovedora la hondura de esa amistad.

“Querido Dr. Orgaz: ciertas circunstancias no deben ser presenciadas por nadie en la vida de un hombre; yo no hubiera deseado otra cosa que leer su carta solo en mi escritorio; felizmente esta vez mi deseo se ha cumplido. ¡La exteriorización de mi emoción no ha sido vista por nadie, pero yo la he sentido!”.

Agregaba Núñez: “Tengo Dr. Orgaz grandes afectos, además de los nacidos en la vida de familia. Esos son mis amigos, formados en los afanes científicos y en el trato diario.  Yo lo cuento allí a usted y puedo decir que usted también se cuenta en ese lugar, que no es amplio, pero es leal y acogedor cuando se penetra en él”.

Y luego Núñez concluía su respuesta: “Tiene usted razón: estoy ahora en la calle y con las manos en los bolsillos; pero esto, mucho más que una actitud económica, es sólo el alto del viajero que contempla el cataclismo sin miedo y que no se apresura en buscar la senda porque sabe dónde está y que no está vacía”.

En la misma época o en todo caso poco tiempo después, las adversidades del momento político e institucional que Alfredo sentía profundamente, su malestar al verse arbitrariamente excluido de la Universidad, más el hábito del cigarrillo, aunque Alfredo lo ejercitara en forma moderada, tal vez hayan afectado su salud porque al comienzo de los años cincuenta tuvo un infarto de miocardio.

Fue muy bien atendido por uno de sus amigos de toda la vida, el Dr. Severo Amuchástegui, de cuyos consejos recuerdo haber escuchado tres: dejar completamente el cigarrillo, realizar alguna actividad física en forma regular y beber todas las noches una medida de whisky con mucho hielo como vaso dilatador, a las 20 en otoño e invierno y a las 20,30 en primavera y verano. Estas indicaciones estuvieron desde luego acompañadas por determinados medicamentos. A partir de allí Alfredo fue un paciente dócil de su amigo Amuchástegui. Nunca más se lo vio fumar e hizo del golf que había jugado irregularmente, una costumbre de fin de semana en Villa Allende.

Todos los años en enero pasaba largas estadías en el Hotel Victoria de la localidad de La Cumbre, donde también jugaba al golf, al menos nueve hoyos cada mañana.

Con respecto al whisky indicado por su médico, fue un placer para mí compartir muchas veces con Alfredo “el momento del trago” cuando la tarde ya se había vuelto noche. Lo hice más o menos cada tres semanas desde abril de 1969, en que terminé con el servicio militar, hasta mediados de 1979 en que Alfredo enfermó seria y definitivamente por un accidente cerebrovascular.

El “primer whisky” tuvo lugar en ocasión en que lo visitara por una duda que me surgió mientras preparaba un trabajo práctico en Derechos Reales. En esa oportunidad él me enteró de los horarios que tenía para tomar la medida de whisky. Me dijo que respetaba puntillosamente tanto el horario como la cantidad y agregó que si yo pasaba “a tiempo” siempre me convidaría, pero que tuviera en claro que en ningún caso habría repetición.

Con respecto a la consulta en sí, me dijo de una manera muy simple que a la altura de la vida en que se encontraba, él estudiaba más bien algunas cuestiones relacionadas con la teoría general de los contratos, el derecho de daños y por cierto determinados temas históricos y políticos. Agregó que no estaba en condiciones de responder a mi consulta sobre Derechos Reales aunque me indicó el autor que a su juicio mejor podía abordar esa materia.

A partir de ese día procuré visitarlo siempre que tuviera una consulta que formular, como estudiante primero y como profesional después, especulando con el horario del whisky pero en forma suficientemente espaciada para no cansar al anfitrión. En cada visita el ritual era idéntico: Alfredo verificaba en su reloj la llegada de “la hora del whisky”.

En ese momento acudía a su llamado la Sra. Lina, ama de llaves de la casa durante treinta y cinco años, quien “medía” con precisión matemática la cantidad que debía poner en cada vaso y los tres o cuatro cubos de hielo que coronaban ese momento de exquisitez.

Las consultas jurídicas se desarrollaban en medio de charlas amenas, pero Alfredo sabiamente, aun cuando a veces yo no lo comprendiera, jamás arriesgaba una opinión definitiva en temas complejos; me mostraba distintas alternativas y en cualquier hipótesis me indicaba por dónde podía estudiar.

Vuelvo ahora a una época algo posterior al infarto a la cual ya hemos aludido, aunque conviene aclarar que tampoco era un ermitaño; fue un animador de las fiestas del Crisol Club, dirigente de esa entidad, jugador de golf y hombre de muchos amigos.

Hay también en el archivo familiar unas cuantas fotos de Alfredo en distintos ríos y playas donde se lo ve en grupos sonrientes de “chicas y muchachos” que formaron parte de su juventud.

Más aún, en los años posteriores a su problema cardíaco, apareció un breve y específico regreso de Alfredo a la poesía, dejándonos unas sentidas palabras con el título de “Fugacidad”, expresivas acaso de un “enamoramiento otoñal”, intuido por algunos de nuestros familiares, pero, de cualquier manera en la hipótesis de haber ocurrido, desarrollado y apagado con la máxima discreción de su protagonista. Se conserva el documento, hasta donde sabemos, inédito:

“Me das la mano y la dejas

un instante entre mis dedos,

sumisa, tibia, confiada;

y yo, enamorado, siento

como si tu alma me dieras…

pero retrocede luego

tu mano, lenta, en la mía

¡y ya otra vez, tu alma lejos!”

Designado Alfredo en la Corte en 1955, en el contexto de un país profundamente dividido y sin calidad institucional, resultó inevitable que cosechara admiración en muchas personas y también críticas acervas de otros ciudadanos.

Confirmado por el Senado en 1958, permaneció en su cargo hasta comienzos de 1960. Obviamente debió vivir esos años en Buenos Aires. Lo hizo en un modesto hotel de la calle Parera. En esa etapa de su vida venía a Córdoba fin de semana de por medio. Tomaba en Buenos Aires el tren “Rayo de Sol” con camarote el viernes por la noche y regresaba por la misma vía los domingos en el horario nocturno.

Los fines de semana que estaba en Córdoba visitaba familiares y amigos en su Dodge modelo 1940, siempre impecable, color “verde botella”. Lo tuvo a ese vehículo muchos años, luego cambiado por un Fiat 600, amarillo, que conservó hasta su muerte; lo heredó después uno de mis hermanos.

Del paso de Alfredo por la Corte se recuerda especialmente la creación pretoriana de la acción de amparo en las causas Siri y Kot resueltas en 1957 y 1958 respectivamente, por lo que Pizarro advierte que Orgaz es reconocido por toda la doctrina como padre de este trascendente medio de protección de los derechos constitucionales.

Se recuerda también su renuncia al cargo, derivada de su cansancio moral expresado poco tiempo antes, cuando comprendió que el aumento del número de vocales de la Corte propiciado por el Poder Ejecutivo, sólo perseguía el propósito de dejar en minoría a los jueces independientes, designando al efecto juristas adictos al gobierno.

Después de retirarse de la Corte, Alfredo aceptó la candidatura extrapartidaria a Presidente de la República por el Partido Socialista Democrático en las elecciones de 1963. El Dr. Arturo Illia vencedor en aquellos comicios tenía alta estima por Alfredo y lo designó embajador argentino en Chile, cargo que desempeñó durante los años 1964 y 1965. En tales funciones Alfredo vivió momentos de peligro porque en un incidente fronterizo gendarmes argentinos abatieron a un carabinero chileno, lo que desató una ola de indignación en aquel país. Una furiosa multitud rodeó la embajada argentina hasta altas horas de la noche, ante la pasividad de las autoridades locales por lo que Alfredo debió despertar al canciller chileno en la madrugada para asegurar la protección de la embajada, lo que finalmente logró.

Alejado ya de la función diplomática, Alfredo dedicó los años siguientes a la publicación de varias de sus mejores obras jurídicas, a profundizar estudios históricos diversos sobre la admirada personalidad de Sarmiento y a prevenir sobre la violencia y el fanatismo crecientes en la sociedad argentina. En 1961 había participado como orador central en el acto de homenaje a los 90 años del Dr. Nicolás Repetto, varias veces legislador socialista, discípulo dilecto de Juan B. Justo. En 1968 cumplió igual función al festejarse los 80 años del Dr. Luciano Molinas, prestigioso ex gobernador de Santa Fe, principal colaborador del Dr. Lisandro de la Torre en los avatares de la política de aquella provincia. En medio de tales afanes, Alfredo siempre tuvo tiempo para sus amigos: Francisco Bobadilla, Tristán Guevara, Severo Amuchástegui, Jorge y Ricardo Núñez y algunos más jóvenes como Mario Piantoni, Julio Cassé, Dardo Eugenio Ferreyra y tantos otros en Córdoba y el país.

De su correspondencia privada, resulta que los dos juristas con los cuales Alfredo mantuvo comunicación más nutrida y prolongada fueron Héctor Lafaille y el uruguayo Eduardo Couture de quienes recibió siempre consideración y afecto.

Alfredo enfermó en 1979 y ya no se repuso. Estuvo cinco años entre su lecho y la silla de ruedas, aunque mi hermano Jorge, que era vecino de nuestro tío, lo sacaba regularmente a pasear en auto, paseos éstos que terminaban siempre frente a la Isla Crisol por pedido de Alfredo; ello así en razón de las evocaciones juveniles que le suscitaba el lugar, lo que de inmediato se trasuntaba en su emocionado rostro.

Alfredo vivió en la austeridad hasta el final de sus días y murió finalmente el 11 de agosto de 1984.

Dejó un modesto patrimonio material, pero hizo un gigantesco aporte al derecho argentino y además transmitió un claro mensaje moral acerca del ejercicio de la abogacía y la magistratura.

Juan Filloy, juez y escritor, dio de Alfredo una expresiva síntesis: “garantía de inteligencia y probidad que exalta los corazones”.

Al alejarse Alfredo de la Corte, José Aguirre Cámara dijo: “el gran juez está de cuerpo entero en el documento de su renuncia”.

El Dr. Illia ya antes de ofrecerle la embajada en Chile le escribió: “Argentina necesita la ayuda de irreprochables ciudadanos como usted”.

Son las opiniones de tres grandes ciudadanos, que he citado por la jerarquía de sus vidas y la delicadeza de sus espíritus y que han conocido a Alfredo desde perspectivas cívicas y humanas diferentes, aunque con la coincidencia esencial en las virtudes reconocidas a nuestro querido tío.

Gustavo Orgaz

Foto del avatar

Doctor en Derecho y Ciencias Sociales por la Universidad Nacional de Córdoba.
Ex Juez Civil y Comercial en Córdoba.
Ex Profesor de la Universidad Nacional de Córdoba. Fue Titular de la Cátedra de Contratos y ex Profesor de Posgrado en la Maestría de Derecho Civil Patrimonial. Ex profesor de Derecho Deportivo, siempre en la misma Universidad.
Ex integrante del Departamento de Derecho Civil de la Academia de Derecho en Córdoba.